1 de abril de 2012

Sedienta soledad

Le toca en estos tiempos un rato de silencio, horas de estar sola y largos días de camino en la vastedad del infinito.
Confía en lo que hay porque se tiene a sí misma frente al espejo, con las manos a los costados del cuerpo, los ojos sin pintar, el pelo sin atar y la mirada centrada en la figura que ahí está.
Camina alerta y tranquila hacia la conciencia, sin luchar y aceptando sin juzgar.
En el fondo sabe, sabe y no dice, de eso no quiere hablar, pero cuando habla cambia, y como cambia, lo que dice carece de sustancia, por eso lo larga, por eso no le da importancia.
Lo que no dice es lo que tiene sustento, es su secreto y no lo cuenta porque a las palabras siempre se las lleva el viento.
Todo esto lleva un proceso, una demora parsimoniosa, una amansadora, un sacar los pies del barro y observar desde el costado, orillando.
Feliz de estar en donde está, de ser lo que es, de saber lo que no quiere, de decir sí o no y de bajar en cualquier estación. Libre de soltar a quien no viene a sumar y de alejarse de quien quiere molestar.
Lo que sigue no lo sabe, ni quiere enterarse. Prefiere dejar que la sorprenda y la encuentre, para desencontrarse y asombrarse, armarse y desintegrarse. Sabe que no se termina nunca y que entre sorbos hay un rato más.

Se fueron para no llegar.
Partieron para dejar.
Vienen a ver si está.
Levanta anclas y se va.

Escrito el 23 de Marzo de 2012

1 comentario:

Adriana Fernandez dijo...

Muy bueno. El último párrafo me hizo acordar al capítulo final de "El amor en los tiempos del cólera". Lo leíste? Para no llegar... muy bueno.