13 de diciembre de 2021

Furibunda

Son las cinco de la tarde y sé que es una hora rara para escribir, pero una catarata de “pensaciones” y un comentario que recibí son los responsables de que esté en zapatillas, sentada al lado de la ventana y con las uñas pintadas de blanco disimulando los puños apretados.
No puedo siquiera imaginar el criterio que usa una persona, allegada a mí por cierto, para hacer comentarios tan poco felices y tan fuera de contexto, la verdad es que a pesar de tener herramientas para tapar este tipo de agujeros, hoy no tengo ganas porque ya estoy cansada de toda esta porquería ajena vomitada sin ningún tipo de permiso ni disculpa sobre cualquiera ¡harta!
¿Puedo entender estos comentarios? Si, sin duda alguna puedo entenderlos, justificarlos y hasta ignorarlos, pero ¿saben qué? siguen doliendo, siguen estando en el aire y sobre todo siguen siendo una mierda con todas las letras.

26 de noviembre de 2021

Hablando sola

Les cuento que ni siquiera sé cómo empezar el relato, pero créanme que mientras sonrío y busco cómo poner esto en contexto, mis dedos se deslizan sobre el teclado, ajenos por completo a lo que “ni sé qué” siento.
La verdad es que esta noche me subí al auto y, gesticulándole al aire cada letra como si fuera una loca, volví a casa como nunca antes en toda mi historia, hablando sola.
Quiero decirles que señores raros en todos estos años no me han faltado y éste no podía ser la excepción teniendo en cuenta que estaba signado por la catástrofe desde que inició, pero así, así como lo extraño que pasó hoy, no me lo esperaba y no solo me cuesta contener la carcajada sino que repaso cada palabra y no gente, no le encuentro explicación.

19 de noviembre de 2021

Un cigarro

Hoy quiero fumarme un cigarrillo, uno solo, y perderme para siempre en el humo frente a mis ojos, porque ya no quiero ver ni verme porque me duele y estoy cansada, y porque quiero irme lejos adonde nadie sepa quién soy, adonde la excusa de la distancia le haga perder a lo sabido el rigor.
Estoy harta de la parte de mi que enarboló la bandera de la tolerancia, de la justificación, de la explicación y de la sumisión, harta de la envidia que se esconde detrás del juicio, harta de ese “siempre sos la contra” que escuché toda mi vida, harta de sentir que están esperando que falle para verme caída, harta de escuchar mentiras, harta hasta más no poder de la crítica.
Estoy tan harta y tan agotada que recién ni siquiera atiné a correr, solo me quedé mirando ese maldito garaje vacío y en un segundo se me llenó el alma de asco por haber permitido tanto.
Por eso hoy necesito ese cigarro entre los labios y a mis hijos y a mis negros cerca y el sol en la cara y las piernas cruzadas y la pared de la casa que tanto extraño pegada a mi espalda.

29 de septiembre de 2021

El día después

Es demasiado temprano, no existen a esta hora los tacos y hasta les diría que ni siquiera es mi espacio, aun así siento que es momento de evaluar los daños.
Hace unos días tuve la última conversación mortalmente condenada de hasta acá estos nueve años y déjenme decirles que a pesar de conocer el paño de estos diálogos fusilados, tardé en recuperar el garbo más de lo acostumbrado.
Hoy estoy sola, lejos de tanto asco y más tranquila, pero mascando lo que viví como si fueran hojas de tabaco y pensando que en la vorágine no solo fui insultada y descalificada como siempre hasta el hartazgo, sino también intimada a dejar de escribir estos relatos, cosa que no voy a hacer claro, y menos viniendo de la persona que me ha visto llorar tanto y jamás hizo nada para evitarlo.

14 de septiembre de 2021

Otra vez, esta vez

Otra vez son las cuatro de la tarde, otra vez tengo las uñas pintadas de luto riguroso y otra vez tengo hartos los ojos.
También otra vez acabo de decirle basta y ponerle punto final a la crónica de la muerte más largamente anunciada en toda la historia, porque ya no doy más y porque se me terminaron las buenas intenciones, la compasión y me queda muy poco para la estocada final que hasta acá me negué a dar.
En verdad me cansé, hace diez meses que estoy a los saltos y me duelen los pies y no me importa lo que pase de ahora más, mientras pueda olvidar cada cara, cada falta de respeto, cada palabra hiriente, cada reproche, cada señalamiento, cada juicio y cada intento de manipulación con el solo objeto de mantener alimentada una personalidad psicopática narcisista fruto de un sufrimiento y maltrato del que yo no tengo nada que ver.
Ya dije en el relato anterior que no tengo ganas de entender, pero tuve que estudiar todo esto para no ser arrastrada y mantenerme en pie y les aseguro que no me voy a caer.
No hay más tela que cortar, no existe en el mundo argumento que valide esta locura de la que accedí a ser parte y por eso asumo mi responsabilidad.
Me queda drenar lo que resta hasta el final y escribir hasta que no haya más.
Acabo de pegar un portazo a nueve años de mi vida, y estoy parada, con la espalda pegada a la puerta que se cerró, llorando y con el estómago apretado de dolor.
Esta vez se terminó.

13 de septiembre de 2021

Fechas (escrito el 12 de agosto de 2021)

Estoy sola y es tarde, sobre la mesa ratona hay un vaso con agua y debajo de ella los tacos, que volaron cuando entré y que quedaron olvidados porque todo pasó demasiado rápido desde alguna hora de ayer. 
En este momento siento que no hay palabras, que no necesito aire, que mis manos no son las que están sobre las teclas y que la realidad está fuera de este planeta.
Tengo claro que esta locura vil, perversa y ajena ya no la quiero entender, pero otra vez me rozó sin que me diera cuenta y revolucionó mi sonrisa y de pronto me vi en sueños navegando el rumbo que había abandonado y desperté ahogada y a los manotazos buscando en la oscuridad un paquete de cigarros imaginario y arrancándome del cuerpo todo un montón de asco.

Hoy hace un mes de esto, y quiero decir que cada vez que rememoro estos ocho años, solo pienso en que pude salir a tiempo, justo antes de que se borraran para siempre de mis labios las sonrisas que de a poco voy recuperando.

28 de agosto de 2021

Devaneos y locura

Son las cuatro de la tarde, no hay tacos ni uñas negras y sí la urgencia impostergable de catarsis.
Hace unos días, una cadena de eventos por demás innecesarios que terminaron con setenta y dos horas de desvaríos imprudentes que iban del devaneo amoroso al desprecio despiadado pasando por la mentira, la ofensa, la soberbia y el descaro, me dejaron parada y sin palabras en el medio de un océano de nada.
Tan descomunal fue la vorágine de cinismo y locura y tan grande mi sorpresa que todavía estoy tratando de entender el juego perverso, la trama macabra, la cara impostada y las palabras inventadas y sigo sintiéndome desorientada.
Quiero decir también que a pesar de mi desconcierto esta vez no fui arrastrada ni manipulada, no se me cayó una sola lágrima, no se me estrujó la boca del estómago ni se me hizo ningún nudo en la garganta y aunque hubo instantes en los que sentí sed de maldad y venganza, me bastó mirar cómo y en dónde estaba para que la sensación se evaporara.
Ya pasaron más de quince días de ese para siempre inolvidable 11 de agosto y la verdad es que cada vez que me acuerdo del nada necesario e infantil arrebato, me felicito por haber conservado el garbo y sobre todo por no haberle hecho caso a mi maléfico diablo.

6 de julio de 2021

La cuerda

Hoy huelga la introducción y la puesta en contexto del relato, solo basta con decirles que me fui a mi centro nada más que para observarme un rato.
Si tuviera que explicarles lo que vi, dibujaría una cuerda suspendida entre dos paredes abismales perdidas entre la niebla a metros de altura, en el medio y haciendo equilibrio y, sin más aliento que imperceptibles susurros, yo sola, como jamás he estado.
Ni antes ni ahora hubo un solo plan.
Fui movida nada más que porque sentía la urgencia de volver a encontrarme conmigo, con mi sonrisa, con mi alma y con Ella y sus cinco escalones gastados.
Esta vez todo es diferente, no hay una sola cosa que me sirva de parámetro, no existe cuestionamiento que no me haga ni puerta que no abra y los miedos, que en estos meses me di cuenta que tenía, la vida se está encargando de matarlos.

18 de junio de 2021

Difícil

Empiezo así de golpe, como con un portazo.
Señores, la teoría del maestro zen al que le pasan cosas y se queda mirando el vacío con sonrisa de Gioconda no me sale.
He leído, escrito, comulgado, predicado y aleccionado acerca de esta cuestión un tiempo largo, pero tengo que reconocer que en el momento de ponerlo en práctica se me escapa la tortuga más veces de las que quiero reconocer y hoy no fue la excepción y entré, cegada por la ira y llena de pánico a zona de guerra y mientras me lamentaba y maldecía oía cómo se iban cayendo una a una todas las cosas que en estos meses fui acomodando.
Sepan ustedes que aun sigo algo furibunda y también un poco chamuscada pero logré salir de la sensación mental de desastre con la tortuga bajo el brazo.
Sé que el precio que pago por irme al futuro es altísimo, casi tan alto como el que pago cuando me voy al pasado, pero es evidente que a veces no puedo evitarlo.
En fin, un día de extremos, de todo negro, de todo malo, de todo feo.

28 de marzo de 2021

Mi momento... tu momento


Son la 1.33 am., estoy vestida de negro hasta las uñas, no llevo puestos los tacos y no hay té sobre la mesa, lo que sí me prendería un cigarro pero más que nada porque las volutas de humo me llevarían con soltura a la cavilación profunda y me sacarían sin mucho trámite de esta duda.
Quiero decir que tendría que usar puntos suspensivos porque todo esto que está sucediendo vino con ellos, tanto como una costumbre como porque son sugestivos, pero me voy a reservar el derecho de usarlos para que no haya malos entendidos.
Vayamos a la cuestión. Sabrán ustedes que “pensar en voz alta” uno no piensa con cualquiera, y “pensar en voz alta” sin siquiera pensar lo que se dice, algo así como “sentir en voz alta” tampoco a uno le sale tan fácil, pero déjenme decirles que pasa y está pasando y ahí vamos deshilvanando momentos propios y ajenos, cuestionándonos rótulos, contándonos historias, riendo situaciones, frenando para no irnos al pasto y poniendo “desarrolle” como una invitación a bailar con lo sentido.
Entiendo que el gusto a susto ya está instalado pero también hay cosas claras que tranquilizan las aguas, aun así cerramos filas y levantamos puentes, sin duda acicateados por el miedo a sentir cómo de un segundo a otro la sangre que corre por nuestras venas puede convertirse en agujas de hielo para volver a destrozarnos por dentro.
Pero voy a ir cerrando, no quiero que se haga largo. Creo que lo que pasa no pasa por lo que sentimos sino por lo que pensamos y ahí es en donde la estantería que uno acomoda con tanto esfuerzo, tiembla. Y es que a veces no nos damos cuenta y elegimos estar lejos del corazón para evitar el dolor sin saber que es esa elección lo que duele. 
Pero la vida es sabia señores y se cansa de nuestras eternas cavilaciones y por eso cambia a cada “momento” y nos manda estos vientos que nos dejan parados en el medio de la nada, con el pelo revuelto y una sonrisa de intriga en la cara.

23 de marzo de 2021

Puro dolor (escrito el 10 de Diciembre de 2020)

Qué semana áspera, qué duro que se pone. Siento que es una cuesta y un abismo al mismo tiempo. Ya no sé si estoy cansada, harta, angustiada, asustada o solo triste y se me pone difícil observarme y quedarme ahí, en ese mirarme y verme sin pestañear siquiera, sin que se me caiga una queja, un soplido, un grito.
Tengo el alma en el peor estado que recuerdo. Estoy sola y estas no son mis paredes, ni mis muebles, ni toda mi vida.
Soy yo misma en el más mudo y agónico silencio, en el más vacío y frío de todos los infiernos y en un estado de dolor e incertidumbre desconocido y eterno y sin siquiera café y cigarrillo, mis laderos de siempre, ni ellos me soban la espalda para que lo que siento sea más llevadero.
No me queda nada de lo que tuve. A mi alrededor las cosas, desconocidas y desprovistas de afecto, son cosas sin peso que están sin que entre ellas y yo haya más que la mera necesidad y nada del amar tenerlas.
Tampoco están alrededor mis amados hijos, porque ya son grandes y no tengo que atenderlos, ellos se fueron hace tiempo y están recorriendo sus propios cielos y sus únicos infiernos.
Hay gente a la que quiero orbitando mi existencia sí, pero en este momento, justo ahora, cuando siento que estoy cayendo no hay nadie que me sostenga. No porque ellos no quieran sino porque no saben que lo que me pasa es denso, que lo que siento es un agujero justo en el centro de mi pecho, un agujero lleno de no saber qué hacer, lleno de un silencio de púas con gusto feo y olor a encierro.
Hace dos días que riego con lágrimas mi camino, dos días largos, eternos, duros. Dos días de interrogantes y certeras dudas. Dos días sin sol, sin ventanas y con un viento negro soplando las paredes de mi alma y de mi endeble cuerpo.

22 de marzo de 2021

Hoy me pasa

Hoy es un día raro, un día de ropa y uñas negras, de cansancio, de ardor de ojos y de pies sin tacos.
Hoy extraño el cigarro y extraño mi casa. Extraño el abrazo largo, la ausencia de historia, la ignorancia de mis jóvenes años.
Hoy bajaron del desván y sin permiso más recuerdos de los que caben en mis manos y cada canción que sonó en el auto llenó el espacio de cosas que ahora no sé bien en donde acomodar.
Hoy siento el peso innegable de la realidad, la fuerza inequívoca de la experiencia y el hipnótico canto de mis tripas cada vez que estoy por renunciar.
Pero igual voy a bajar los brazos un ratito y a soñar que prendo un cigarrillo y que me siento en el banco de plaza que había al lado de la puerta de mi casa con las piernas cruzadas y el sol de la mañana en la cara.
Hoy me voy a regalar un suspiro largo y una sonrisa sin motivo mientras agarro todo lo que me pasa y sin mucho trámite lo tiro por la ventana.

14 de febrero de 2021

Mezcla perversa

Son las dos de la tarde y acá estoy, vestida hasta el cuello de negro y extrañando como nunca a mis laderos.
Quiero decir que me duele escribir esto porque todavía no lo puedo creer y porque resuenan en mis oídos la “mezcla perversa” que origina este relato, de palabras bonitas y destrato.
He pasado estos últimos ocho años (y mis escritos no me dejan mentir) justificando cada palabra, cada decisión, cada opinión, cada comportamiento, cada gusto, cada kilómetro entrenado, cada dolor, cada kilo, cada calor menopáusico, cada cambio, cada lágrima y créanme que una vez tuve que justificar mis carcajadas.
Siempre sentí que era una mujer con todas las letras pero esto me movió el piso y me hizo dudar de mi valor, de mi amor propio, de mi dignidad, de mi fortaleza, de mi determinación, de mi inteligencia, de mis habilidades, de mis decisiones y de mis elecciones.
Creo que haber dudado de mí es lo que más lamento, de ahí la angustia, de ahí mi desconsuelo.

12 de febrero de 2021

Ésta soy hoy

Descalza, con la uñas pintadas de rojo, un café bajo mi nariz y el sol sobre mi cabeza reconozco que estoy pasando el momento más feo de mi divorcio.
Hoy siento que las descalificaciones constantes, la dureza en las palabras y en las miradas, los silencios pesados, los juicios y las faltas de respeto destruyeron mi vida.
Tanto fue y tan normal lo tomaba yo que hoy, a tres meses de haberme ido, siento que de la piel para adentro desaparecí.
Hace tres días que no paro de llorar, tres días del dolor más profundo que puede uno tener que es el dolor por uno mismo, por no haber hecho algo al respecto, por no haber puesto un límite a tanto avasallamiento.
Estoy triste, enojada e inestable. Me acuesto y me despierto cada día con recuerdos dolorosos que había guardado en ese desván del que hablo en otros relatos, recuerdos densos que van a terminar de derrumbarme si no los bajo.
Ando por la vida medio perdida, con los ojos llenos de lágrimas y el alma entre los dedos buscando un lugar en donde sentarme para poder abrazarme.
Estoy agobiada y cansada, por momentos saco la cabeza del agua pero después de ocho años parece que el olvido no es sencillo.

27 de enero de 2021

Ni título

Estoy sentada frente al teclado. No llevo puestos los tacos, no tengo las uñas pintadas y desde hace más de un año me falta y extraño, como jamás he extrañado, mi taza con el café vestido de riguroso luto amargo y el mudo y cómplice humo del cigarro.
Me cuesta escribir sin ellos, no sé cómo empezar sin nombrarlos, no sé qué hacer con los labios, ni cómo leer sin el cigarro entre los dedos y la sien apoyada en esa mano. 
Mil cosas me han pasado en todo este “mientras tanto”, cosas que sin duda hubieran sido tierra fértil para varios relatos, pero créanme que sin mis laderos sentía, cada vez que me sentaba, que me habían cortado las manos.
Quiero decirles que decidí que sigamos mezclados, ellos y yo y las letras, y mi alma, y mis manos, y mis labios y mis lágrimas, y mis sonrisas, porque después de todos estos años juntos no podemos despegarnos, porque nos pusimos viejos y demasiado nostálgicos.