23 de junio de 2022

La máscara

Hoy hace frío, mucho frío y recién llego. La cartera está en el piso de la entrada, la campera tirada, las botas mal acomodadas, las uñas más que blancas y en las tripas una urgencia incontenible de exorcizar con las manos lo que siento que me pasa.
Les cuento que recién vi a un fantasma mientras venía de camino a casa. En un segundo levanté la vista del piso y ahí estaba, a un escaso metro de mi aura. Confieso que la mirada fue de menos de un instante, pero bastó para que me lo trajera en andas cuesta arriba cuatro cuadras pegado como una garrapata a la retina de mi alma.
Al llegar dejé todo y fui a mirarme la cara. Mis ojos me dieron la tranquilidad que esperaba.
Después me paré en el medio del living, mis libros y mis papeles yacían prolijamente desacomodados como yo los había dejado.
Entones me puse las pantuflas viejas y peludas que él tanto detestaba y envuelta en mi amada manta de silencio, miré las cuencas vacías de su máscara, despegué sus garras de mi alma y lo tiré por la ventana.

18 de junio de 2022

Demasiada nada

Hoy no quiero evitar el contexto, por eso les digo que tengo las uñas blancas, que ni bien termine de hacer catarsis me subo a los tacos y parto y que por supuesto visto por completo hasta los pies de negro.
El título tiene que ver con mi presente decidido y, también debo reconocer, algo obligado, sepan ustedes que las cosas están siendo intensas y muchas no solo no tienen sentido sino que yo de tanto revolverlas las mareo y creo que es por eso que en estos largos, larguísimos y enloquecedoramente meditativos días, he logrado chocar conmigo misma, tanto en el espacio infinitesimal en el que vivo como en el cuerpo que habito.
Quiero decirles que el golpe me tiene atontada, que me he tragado años de mis propias palabras, que escupí a mansalva “sonrisas de tolerancia”, que grité los silencios más prolijamente guardados, que me encontré llena de ira en los lugares menos pensados, que me bajé de trenes ajenos a los que me había subido sin boleto y también que tiré y sigo tirando basura solo dios sabe de cuántos y de cuándo.
Transito por este tiempo uno de los tantos senderos oscuros de mi alma, esta vez sin fuerza en los pies ni en las manos, más sola que nunca, más añosa, sin los apegos que me dieron cimiento, con la cabeza casi vacía de letras y con un cansancio extraño que me arrulla y me invita manso a acurrucarme en sus brazos.
Después de cumplir los cincuenta y cinco algo detuvo bruscamente mis pasos y me obligó a decir “basta” y, aunque un par de meses antes escribí en un relato que la inquietud se respiraba, me sorprendió la frenada.
Lo de “demasiada nada” es relativo, otro día se los explico, ahora me esperan los tacos y una realidad rara que me frunce la nariz y me tensa la espalda.