21 de marzo de 2022

El altillo

Les confieso que este relato lo empecé más de cinco veces, por eso ahora y sin ningún preámbulo, pero más que nada porque quiero hacer catarsis, les cuento que después de catorce largos meses logré entender, procesar y dar emocionalmente por terminado lo que me pasó en estos nueve años de matrimonio.
Reconozco sin ningún tipo de pudor, que en el “mientras tanto” lloré y odié como jamás en mi vida, que maldije lo indecible, que aticé el fuego de la venganza hasta casi costarme mis propias pestañas y que no hubo ni un solo día en el que no me levantara y me acostara sangrando por alguna herida o mascando pedazos de esta interminable pesadilla, pero llegó el momento y una foto que vi por ahí ofició la magia y pude cerrar la bendita caja.
Estoy lejos de agradecer ni un solo segundo tanto dolor, rumiar todo ese espanto fue duro hasta el asco, como ya les he contado, pero este es el final.
Yo, por mi parte, estoy volviendo a vivir mis sonrisas, mis amados silencios, mis pantuflas, mi bata, mi cara de “no me hablen” de las mañanas, el exquisito vicio de escribir tarde en la noche y sobre todo la claridad de mi indudable valía y la belleza de saberme yo misma.
Hoy mis tripas, después de tanto están tranquilas y la caja, llena de papeles y voces, pero vacía de toda emoción, descansa en el altillo de mi vida, del que a veces les hablo, para siempre y a buen recaudo.
Se termina en este mismo momento un tramo de mi historia, les agradezco la paciencia y sepan que después de estas palabras que me urgían para darle un cierre a este largo concierto, no habrá más letras al respecto.