26 de septiembre de 2023

Sumas que restan

Parece un chiste, pero sí señores, hay sumas que restan o mejor dicho, hay personas que suman para restar.
Hasta no hace mucho yo era, en algunas ocasiones, una de esas personas.
Me arde un poco reconocerlo, pero no les voy a mentir, aunque en mi defensa tengo que decir que lo heredé y lo ejercí hasta que me di cuenta de lo desagradable y doloroso que es.
No puedo precisar el momento en el que cambié, lo que sí puedo hacer es decirles que me alejé de la gente que tiene esa manera de relacionarse porque me hace mal, siempre me hizo mal y, aunque en mi ignorancia dejé pasar esos comportamientos alegando una infinidad de excusas y volviéndome a someter una y otra vez a sus palabras hirientes, un día decidí dejar de poner el cuerpo.
En mi caso no sirvieron largas conversaciones y menos mis lágrimas, todo lo contrario, eso alimentó la insaciable voracidad de la que hacen gala creyéndose poseedores indiscutidos de la verdad y del derecho a opinar, enjuiciar y sentenciar sin que jamás yo se los solicitara y, lo que es más nefasto aún, ofendiéndose si se me ocurría contradecir sus dichos y, encima de todo, esperando que me disculpara por la osadía.
Ya no más mis queridos, ya no más.
Regué con una incontable cantidad de gente la vera del camino de mi historia, sí, digo bien, regué, porque hoy mi senda florece como florezco yo, sin miedo a estar sola, sin miedo al qué dirán y sin el dolor indecible que me provocaron solo porque les abrí el corazón.
Hoy la puerta sigue abierta, pero el permiso para entrar solo lo otorgo yo.

Paciente calma


Hace un par de meses que transito una silente espera, convertida en una pupa oculta a los ojos del mundo.
Sentía la necesidad del retiro, me urgía sumergirme en esta nueva yo y Ella juntas, en este nuevo camino limpio y porque no decirlo, yermo hasta el infinito.
Por momentos siento el vértigo de caminar sola conmigo misma, y se me pega la boca del estómago a la espalda como una garrapata hasta que respiro y me digo que es tiempo de cerrar los ojos y seguir a mi instinto.
Hay muchos “tal veces” en esta etapa, y muchos cuestionamientos también, pero adquirí el hábito de espantarlos porque me enloquecen y la verdad es que ahora no estoy para titubeos ni boludeces.
Hice mucho, muchísimo, y pronto será tiempo de cosechar.

A tres años

Mis dedos están lentos hoy, casi detenidos sobre el teclado, como buscando una manera suave de exorcizar mi propia implosión.
Hace unos días tuve que reconocer que estaba cansada, harta y llena de ira. Como contraparte me di cuenta de que aprendí a entrar, gestionar y salir de todas las situaciones que acontecieron en estos tres largos años con pericia y soltura en la mayoría de las ocasiones, y en otras como pude.
Los casi cincuenta y siete vienen con reconocimientos y aceptaciones varias de mi y hacia mí, con logros, con desapegos y con toda mi vida en poco más de treinta y cinco cajas.
Estoy cansada sí, y harta y llena de ira ¿y qué?
Y mandé a la mierda a un montón de gente ¿y qué?
Y me pasan cosas que no me gustan, y me pasan otras que son maravillosas, y acá estoy, surfeando las olas con unas y tratando de no ahogarme con las otras.
¿O acaso los ríos no se desbordan, o a los mares no les pinta cada tanto un tsunami, o las montañas dormidas no se despabilan y entierran todo a su paso con lodo, lava y cenizas?
Entonces, si pasa en la naturaleza ¿por qué no a mí?
Es simple esta vez, claramente soy una mezcla exclusiva y a partes iguales del mismísimo del diablo y de un maestro zen.