20 de julio de 2017

Divagaciones (más de mil)

Hace años que camino esta locura tan mía, acuñando formas, derribando muros, cambiando de rumbo y torciendo la historia, cosa que me ha valido el mote de oveja negra de la familia, el cual ha sido a veces una carga y otras la excusa perfecta para hacerle al mundo un hermoso corte de manga.
Fui a contramano porque mis tripas así me lo indicaron y desde muy joven hice lo que quise tanto amablemente como a los codazos.
En todo este andar y con la intuición como motor fui y vine, subí y bajé, coleccioné y regalé, compré y vendí, construí y destruí, cavé y tapé, sembré y corté, planté y arranqué, gesté y enterré a dos hijos varones y le entregué a la vida y al mundo a dos varones y a una mujer.
Evité todos los debo que pude y le puse el pecho a todos los quiero sabiendo que de ambos había de pagar un precio.
Quiero decir que me cansé, que tiré la toalla, que renuncié y que me harté. También que me sentí lastimada, herida, ninguneada, humillada, acusada, excluida y enjuiciada, a la vez de también haber sentido en igual parte todo lo contrario a lo antes mencionado.
Hoy sé que todo eso fue lo que YO sentí, como sé que todo fue lo que me puso hoy acá y así.
Es por eso que, a sólo pocos meses de haber entrado al medio siglo, me encontré parada en el andén de mi vida mirando que, detenidos sin tiempo, se dibujaban cincuenta vagones mientras asomaban por las ventanillas más de mil caras que me susurraban los recuerdos de todas esas historias que jamás se llevaría el olvido.
Hoy vi cómo las piezas iban encajando y sentí que desde el fondo de mi alma me urgía perdonarme a mí misma al tiempo que en muda reverencia le agradecía a esos más de mil seres que compartieron sus historias conmigo por haber oficiado de espejos devolviéndome mi propio reflejo.

Sin todos ellos yo no sabría quien soy.