29 de diciembre de 2012

Nada


Estoy sentada viendo lo que acontece. Palabras de Cortázar, Gurdjieff y Hesse se escurren entre mis dedos pálidos y fríos, mientras los días languidecen, como languidece el ocaso de mi sombra con el paso de las horas.
Mi mente busca en donde no hay nada que encontrar y siento que me ensucio las manos de tanto hurgar. No hay tierra a la vista, no hay lugar en donde anclar, debe ser por eso que hoy tengo que pensar qué teclas apretar.
Aburrimiento, hambre, hastío, desgaste. Un coma cierto de cuatro años, un lastre de puro y calcificado arrastre.
Tarda, todo en mi vida tarda en llegar. Tardo en digerir, demoro el cerrar, guardo antes de tirar, estudio antes de soltar y siempre me tienen que esperar, pero nunca tanto como en mi vida tardaron las cosas en llegar.
Lo que no está pasando por momentos nubla lo que camina a mi lado. Tal vez esté pisando la soga de alguna historia y es por eso que no puedo avanzar, quizás tenga que olvidarme de mí para encontrarme o perderme y dejar de buscar.
Mis dedos recorren el relieve de las letras y hallan a tientas lo que tengo para decir. No es mucho, sólo sé que es un proceso lento y que mis semillas, aún bajo suelo yermo, siguen latiendo.

(Sigo caminando con el alma cansada de dolores,
pero olisqueo el aire
 y huele a flores)

21 de diciembre de 2012

Libro


No voy a escribir un libro acerca del que no sé nada. No voy a ponerme a dibujar letras sin sustancia, ni voy a escribir acerca de los demás, porque de ellos no sé nada. No me voy a poner a teclear y a llenar hojas y hojas de inconsistencias. Es más, no podría ni hablar de mí porque de mí tampoco sé nada.
Ni siquiera puedo responder a simples preguntas como: ¿quién voy a ser mañana? ¿qué voy a hacer? ¿qué me va a pasar? ¿de qué me voy a enterar? ¿qué me voy a poner? ¿qué perfume voy a usar? ¿qué voy a comer? ¿con quién me voy a encontrar? o ¿me voy a despertar?
Si escribo algo de mí debería escribir sólo acerca de hoy, porque de mañana no tengo idea de nada. Mañana tal vez me entere de cosas que rasgarán mi alma o de otras que servirán para sanarla, por ahí ni me ponga perfume y tire a la basura mis amadas alpargatas blancas, tal vez deje de fumar o de comer naranjas y bananas, y a las tres de la tarde se me escapen todas las lágrimas que tengo atoradas en la garganta.
Y es que no puedo ni tan sólo responder si voy a volver a leer estas “insustancias”, o los libros de Gabito o los de Jorge Luis o las locuras de tantos libros que descansan en las bibliotecas de mi casa.
El tema es que si escribo un libro acerca del que no sé nada se me plantea este dilema: ¿lo dejaría vacío o le pondría un signo de interrogación en la primera y otro en la última página?
En fin, lo único que hoy sé es que más que esta introducción a semejante idea descabellada, el libro que no pienso escribir estaría lleno de silencios y se lo dedicaría a aquellos que de todos hablan pero que de sí no saben nada. 

17 de diciembre de 2012

Superficie


Quisiera creer que estoy calma, es más, parezco calma, pero no es así. No hay nada en este mar que navego que se asemeje siquiera a la más remota calma.
Por momentos saco la cabeza del agua y logro ver el reflejo de lo que quiero, pero allá abajo soy un manojo de nervios que me llevan, inexorables, a apretar los dientes mientras duermo.
Soy una mujer de digestión y proceso lento y descubrí que no es cansancio lo que tengo, por eso hace unos días tiré la toalla, justo cuando la pelea se estaba tornando sangrienta y corría riesgo severo de muerte por insistencia.
Cuando sonó la campana acepté lo que pasaba, di la cosa por terminada y, sin miedo a la última estocada, bajé los brazos agotada, convencida de que no es momento de decidir y de que todavía tengo en el morral la suficiente porfía para resistir.
Todo tiene un costo y justo éste no es de los menos onerosos. La verdad es que estoy pagando, con la moneda más cara, un hermoso nudo en la garganta y la intranquilidad más destilada. Sólo me empuja el saber que aunque crea que todo está detenido, hay una razón para ello que ahora se me escapa y que veré más adelante, cuando recupere los remos y pueda hacerle a esto una hermosa martingala.

Sonrío mientras escribo, no voy a perder la sonrisa sólo porque las cosas se dibujen así de torcidas. Reconocer que seguir luchando originaría más marejada y horadaría mi vida tal cual hace con las piedras el agua, me da cierta ventaja.

Al dejar de pelear cerré una puerta, el saberme intranquila abrió otra. Colgué los guantes y estoy viendo lo que hay, ya casi sin sangre en los ojos y recuperando el aliento de a poco.