28 de marzo de 2021

Mi momento... tu momento


Son la 1.33 am., estoy vestida de negro hasta las uñas, no llevo puestos los tacos y no hay té sobre la mesa, lo que sí me prendería un cigarro pero más que nada porque las volutas de humo me llevarían con soltura a la cavilación profunda y me sacarían sin mucho trámite de esta duda.
Quiero decir que tendría que usar puntos suspensivos porque todo esto que está sucediendo vino con ellos, tanto como una costumbre como porque son sugestivos, pero me voy a reservar el derecho de usarlos para que no haya malos entendidos.
Vayamos a la cuestión. Sabrán ustedes que “pensar en voz alta” uno no piensa con cualquiera, y “pensar en voz alta” sin siquiera pensar lo que se dice, algo así como “sentir en voz alta” tampoco a uno le sale tan fácil, pero déjenme decirles que pasa y está pasando y ahí vamos deshilvanando momentos propios y ajenos, cuestionándonos rótulos, contándonos historias, riendo situaciones, frenando para no irnos al pasto y poniendo “desarrolle” como una invitación a bailar con lo sentido.
Entiendo que el gusto a susto ya está instalado pero también hay cosas claras que tranquilizan las aguas, aun así cerramos filas y levantamos puentes, sin duda acicateados por el miedo a sentir cómo de un segundo a otro la sangre que corre por nuestras venas puede convertirse en agujas de hielo para volver a destrozarnos por dentro.
Pero voy a ir cerrando, no quiero que se haga largo. Creo que lo que pasa no pasa por lo que sentimos sino por lo que pensamos y ahí es en donde la estantería que uno acomoda con tanto esfuerzo, tiembla. Y es que a veces no nos damos cuenta y elegimos estar lejos del corazón para evitar el dolor sin saber que es esa elección lo que duele. 
Pero la vida es sabia señores y se cansa de nuestras eternas cavilaciones y por eso cambia a cada “momento” y nos manda estos vientos que nos dejan parados en el medio de la nada, con el pelo revuelto y una sonrisa de intriga en la cara.

23 de marzo de 2021

Puro dolor (escrito el 10 de Diciembre de 2020)

Qué semana áspera, qué duro que se pone. Siento que es una cuesta y un abismo al mismo tiempo. Ya no sé si estoy cansada, harta, angustiada, asustada o solo triste y se me pone difícil observarme y quedarme ahí, en ese mirarme y verme sin pestañear siquiera, sin que se me caiga una queja, un soplido, un grito.
Tengo el alma en el peor estado que recuerdo. Estoy sola y estas no son mis paredes, ni mis muebles, ni toda mi vida.
Soy yo misma en el más mudo y agónico silencio, en el más vacío y frío de todos los infiernos y en un estado de dolor e incertidumbre desconocido y eterno y sin siquiera café y cigarrillo, mis laderos de siempre, ni ellos me soban la espalda para que lo que siento sea más llevadero.
No me queda nada de lo que tuve. A mi alrededor las cosas, desconocidas y desprovistas de afecto, son cosas sin peso que están sin que entre ellas y yo haya más que la mera necesidad y nada del amar tenerlas.
Tampoco están alrededor mis amados hijos, porque ya son grandes y no tengo que atenderlos, ellos se fueron hace tiempo y están recorriendo sus propios cielos y sus únicos infiernos.
Hay gente a la que quiero orbitando mi existencia sí, pero en este momento, justo ahora, cuando siento que estoy cayendo no hay nadie que me sostenga. No porque ellos no quieran sino porque no saben que lo que me pasa es denso, que lo que siento es un agujero justo en el centro de mi pecho, un agujero lleno de no saber qué hacer, lleno de un silencio de púas con gusto feo y olor a encierro.
Hace dos días que riego con lágrimas mi camino, dos días largos, eternos, duros. Dos días de interrogantes y certeras dudas. Dos días sin sol, sin ventanas y con un viento negro soplando las paredes de mi alma y de mi endeble cuerpo.

22 de marzo de 2021

Hoy me pasa

Hoy es un día raro, un día de ropa y uñas negras, de cansancio, de ardor de ojos y de pies sin tacos.
Hoy extraño el cigarro y extraño mi casa. Extraño el abrazo largo, la ausencia de historia, la ignorancia de mis jóvenes años.
Hoy bajaron del desván y sin permiso más recuerdos de los que caben en mis manos y cada canción que sonó en el auto llenó el espacio de cosas que ahora no sé bien en donde acomodar.
Hoy siento el peso innegable de la realidad, la fuerza inequívoca de la experiencia y el hipnótico canto de mis tripas cada vez que estoy por renunciar.
Pero igual voy a bajar los brazos un ratito y a soñar que prendo un cigarrillo y que me siento en el banco de plaza que había al lado de la puerta de mi casa con las piernas cruzadas y el sol de la mañana en la cara.
Hoy me voy a regalar un suspiro largo y una sonrisa sin motivo mientras agarro todo lo que me pasa y sin mucho trámite lo tiro por la ventana.