31 de octubre de 2013

Nunca

Si se me hubiera ocurrido hacer una lista con todos los “nunca” que he dicho, hoy estaría ocupadísima tachándolos y riéndome a carcajada limpia de las vueltas que da la vida.
Pero hace un tiempo que los “nunca” se han ido y no es porque así como así hayan desaparecido o porque alegremente haya decidido no decirlos, no, los nunca se han ido justo en el instante en el que la estructura ha cedido y en el preciso momento en el que la flexibilidad, abstracta, suave y madura ha aparecido, mostrándome una infinidad de cambiantes paisajes y no una foto muerta y estática, como todo lo que antes había visto.
Haber decidido no volver a reconstruir lo caído, no planear el mañana y soltar el pasado al vacío me ha permitido, en estos últimos catorce años, caminar por la vida y no vivir esperando que ella pase por mi escritorio a buscar el recorrido.

Y como todo cambia a cada segundo
y salvo la muerte, nada es seguro,
vivo yendo y viniendo el equilibrio,
sin lastres
sin escudos
sin antes
sin mañana
y sin más nunca, aunque esté pisando vidrio.


24 de octubre de 2013

Después de tres años

Se descubre recorriendo la casa a paso lento, como si una melodía suave la estuviera llevando de la mano por la redondez de sus letras y ella pudiera leer en cada movimiento cada nota, cada estrella, cada tecla, cada sorbo de té, hasta llegar a sentir, con cada sílaba, lo mismo que la llevó a escribir.
¡Es una locura! Tres años ya, tres años han pasado y se acaba de dar cuenta del misterioso misticismo de las fechas.
Pasó de taco aguja, viento y anteojos negros, a vestidos blancos, brisa y arena, y en el medio más de mil y una noches, más de cien prosas y entre palabra y palabra incontables y enigmáticos silencios que sólo ella conoce.
Sigue paseando hechizada la casa, mirando nada, tocando cosas, mientras las lágrimas llegan solas, conjugando encuentros y desencuentros, partidas y llegadas, cortinas que supo bajar sin cuestionarse ni un centímetro y entre las manos un tropel de suspiros llenos de secretos que salieron de su centro y que le fueron marcando el camino con mudos gestos.
No atina a sentarse, las coincidencias la han sorprendido, la causalidad del destino la dejó sin habla, con una sonrisa bella en la cara y justo tres años después de aquella sonora carcajada.

22 de octubre de 2013

Vida y lápida

Hoy decidí lapidar en vida a alguien que forma parte desde hace mucho de mis bagayos. Pero no decidí lapidarlo por mí, conmigo pueden hacer cualquier cosa, pero mi sangre no se toca.
No es fácil criar a tres hijos sola, es el desafío más difícil de mi vida y también el camino más lleno de sonrisas y verdades dolorosas de mi historia. Hacerlo no sólo implica comportarme como una señora, no, eso es lo de menos. Hacerlo es callar, aguantar, no maldecir, soportar, sufrir, no mentir, luchar y estar. Estar las veinticuatro horas de los últimos veintinueve años al pie del cañón sin interrupción, sin descanso, sin excusas, tolerando hasta lo indecible y haciendo malabares que no viene al caso enumerar.
Hoy tuve que mirar a mi hijo a los ojos y hacerle entender que no puede perder su vida esperando un tren que nunca salió del andén, pero también le dije que si algo bueno había en todo esto, es la experiencia, y la más clara muestra de lo que él nunca debería hacerle a mis nietos.

Porque la ausencia de uno en la vida del otro
hoy
es la ausencia del otro en la vida de uno
mañana.


10 de octubre de 2013

Máscaras

Hoy leí una frase de François de La Rochefoucauld que dice que estamos tan acostumbrados a disfrazarnos para los demás, que al final nos disfrazamos para nosotros mismos. Y me puse a pensar en las máscaras que usamos, en la infinidad de caras que le mostramos al mundo, en los vestidos que nos ponemos cada vez que hablamos con alguien como si fuera tan corriente, tan normal cambiarse.
Pero voy a hablar de mí, porque mal podría hablar de otros, cuando como siempre digo no los conozco, y de un largo proceso que hasta este segundo sigo caminando y que empezó hace ya casi diez años.
En ese entonces yo no tenía ni idea de las máscaras ni de las capas, que es igual a decir, en pocas palabras, que andaba sin consciencia alguna por una vía paralela a la vida en la cual respiraba, reía o lloraba pero sin saber realmente quién era.
Dice el diccionario que una máscara es un trozo de cartón o tela con la que alguien se cubre la cara para evitar ser reconocido, también dice que es apariencia o pretexto, farsa, patraña o hipocresía y que al quitarla se elimina el disimulo y se muestra el verdadero yo.
La máscara es un disfraz y por analogía se usa en psicología y filosofía para explicar de lo que uno es capaz con tal de ocultarse de los demás.
En todo este tiempo y desde que me di cuenta y empecé el proceso, he estado quitando toda la piel de mis caras, y encontré que en cada pedazo se iba algo que ya se había hecho carne. Descubrí también que arrancarlo dolía y que por cada uno que sacaba, una puerta se cerraba a mis espaldas mientras me acercaba en forma inexorable a lo que yo creía era un infierno interminable.
Descubrí con el tiempo que caminar la vida es acercarse a la muerte y que lo que yo creía iba a ser un eterno agujero negro, no era más que yo misma, desnuda frente al espejo.
Decidí que el disfraz no tenía sentido, que aunque me doliera sacarlo era necesario para llegar a mi centro.
Hoy siento que andar por ahí sabiéndome verdadera me hace libre y no me pesa, que verme desnuda y vacía y sin poder volver atrás me muestra que logré derrumbar estructuras que no pienso volver a armar, y que tiré las máscaras y los vestidos porque no necesito volverlos a usar.


8 de octubre de 2013

Dudas

Una vez escribí acerca de las dudas a través de Ella, pero hoy se me ocurrió trazarlas a mí y, como son más un fantasma de la mente al que bastaría soplar para hacerlo evaporar, debería decir que la duda como tal, carece de entidad. Ahora bien, el tema es que no las puedo negar, como tampoco puedo negar que cada tanto y a traición se me filtran en el alma con oscura y perseverante intención.
Si alguien me pidiera que las describiera usaría adjetivos tales como sórdidas, cegadoras, seductoras, altaneras, minuciosas y sumamente persuasivas. También le contaría que, pagadas de sí mismas y seguras de la intrincada madeja que tejen, me han puesto infinidad de veces en aprietos cuando, en un descuido, descubro que he sido timada y envuelta en un tedioso enjambre de hilos, bastante difícil de desenredar.
Insisto en que la duda no es un sentimiento sino un fruto de la mente, un perverso laberinto por el que uno, engañado, camina y encima justifica, convencido de que la maraña no es tal y de que “ellas” son una cierta verdad.
Pero a esta altura de mi vida no quiero ser obcecada y por ello y no sin cierto pesar, debo reconocer que no las puedo negar. Me gusten o no, las maneje o no, las entienda o no, ellas están y son parte del folklore, o si quieren de la piel que nos viste.
La cuestión es la dimensión que uno quiera darles, el espacio que queramos cederles o el caso, en todo caso, que no deberíamos hacerles.