7 de septiembre de 2022

Anatomía de una montaña rusa

Es tarde, tardísimamente tarde y hace muchos días, y sin que en verdad haya una razón que justifique tan descarada huida, las letras me están siendo, claramente, esquivas.
Entiendo que esto que me pasa es el más destilado y puro cansancio de mi luto amargo y mis uñas pálidas, de mi dios y de mi diablo, de mi ego, de mis sombras, de la bruja y de la sabia, de las palabras que me he tragado y de los mandatos que me siguen hasta el hartazgo, de las dudas y del miedo, del frío de los puños cerrados, de mis más de mil caretas y de la no reconocida, pero más presente que nunca, audaz ira que vive ardiendo escondida en todos los recovecos de mis tripas.
Sepan que me duele esta confesión y que también siento vergüenza, y es que la perfección y la exigencia, la envidia, el rencor y la ira no son precisamente los colores que me gustan para mis banderas, pero están ahí, definiéndome a estas altas horas de la madrugada, mientras estoy sentada en el sillón, tapada con la manta, sin sueño y con un billón de lágrimas saladas, ahogadas en la garganta.