8 de abril de 2018

Preguntas para mí


Estoy vestida de negro, no llevo los tacos puestos y mis uñas, pintadas de un blanco pálido, se igualan al color que hoy tiene mi cielo.
Hace unos meses me retiré del mundo y detuve la marcha. Mi cuerpo me estaba avisando, con todos los dolores de la carne, que algo no estaba viendo y que era por eso que mi alma no hallaba sosiego.
Sentada a la vera del camino me llamé a silencio y con una conciencia de la que recién ahora sé que soy capaz, observé hasta el mínimo detalle cada intrincado constructo mental.
Me llevó tiempo e infinita paciencia percibir y descorrer cada velo y, cuando al fin cayó al suelo el último de ellos, frente a mí pude ver a dos hombres, iguales en apariencia, pero completamente opuestos.
Uno de ellos era “el hombre que es”, el otro era “mi” dibujo, “mi” deseo, “mi” imaginación, “mi” sueño.
Hoy, lejos de aquella ceguera, lejos de estar dormida, lejos de la utopía, lejos de la expectativa que genera el estar afuera y más cerca de mí y de la empatía para con el otro, estoy en condiciones de decir que no se me había ocurrido pensar que la persona con la que dormía podía no ser como yo la veía.
Es tan sutil la trampa en la que caemos al no cuestionarnos lo que vemos que si la aplicáramos a todo afirmaríamos sin dudarlo que el sol no existe cuando está lloviendo.