10 de febrero de 2018

Treinta y un años después


En el rincón de la mesa en donde armé mi refugio destaca una pluma que encontré en la puerta de casa el día que volví de despedir al último pichón que quedaba en el nido.
Me embarqué hace treinta y un años en esta maravillosa travesía, en la que como madre tuve que cuidar que no se cayeran por la borda mis tres tesoros mientras navegaba contracorriente más veces de las que recuerdo, y más tal vez de las que hubiera querido.
Infinidad de situaciones marcaron a fuego nuestro barco pero como capitán de la nave jamás dejé el timón ni permití que otro pusiera un dedo en él.
Hoy, a varios días de ver cómo desplegaba el último de mis hijos sus alas al sol y con lágrimas corriendo por mis mejillas puedo escribir que el ciclo se cerró.
Hoy nuestro barco vacío descansa tranquilo en la arena mientras yo, tranquila también, entiendo que nunca más volveremos a navegar en él.