3 de julio de 2010

Taco aguja y anteojos negros

Camina, sólo camina. No piensa. Con las manos en los bolsillos. Sin cartera. Sin teléfono. Sin documentos. Sin tiempo.
El viento le enmaraña el pelo en la cara pero no lo siente. Es media tarde y no hay nadie, sólo se oye el ruido de los tacos en la vereda húmeda como un acorde acompasado y monótono.
Hace frío, por eso no hay nadie. Camina sin rumbo cruzando calle tras calle mientras los tacos escriben en el aire una viciada melodía que sin compasión se lleva el viento.
Empieza a llover. Se pone el sombrero de la campera. Oscurece, pero sigue con los anteojos puestos.
No llora, se cansó de llorar. Ahora es al cielo al que se le caen las lágrimas con sólo verla, con sólo escuchar el acorde acompasado y monótono de los tacos en las baldosas rotas.
No piensa, también se cansó de pensar y de darle vueltas a las palabras y encontrarle cada vez un significado distinto a las cosas.
Y mientras camina en esa húmeda oscuridad de veredas rojas y árboles mecidos por el viento, va asomando desde el pasado una tímida sonrisa hasta que se le escapa una carcajada enorme de labios rojos y música de estruendo.
Allá va… calle tras calle… manos en los bolsillos… labios rojos… taco aguja y anteojos negros…