29 de junio de 2013

Cierre

Debo aclarar que este relato lo escribí el 10 de junio.

Hoy llegué a casa. Colgué la campera, guardé la cartera y las alpargatas y abrí todas las cortinas. Me hice un café, prendí el primer cigarrillo del día y me senté. Mi hijo no estaba y como viene pasando desde hace tiempo, sentí que el techo me pesaba. Se llenó de pensamientos la cocina, y yo de sensaciones encontradas.
Levanté la vista, hasta ese momento incrustada, y vi que un vacío muerto, mantenido hasta el último suspiro y arrastrado sin sentido por mi cuerpo, se dibujó en el aire, trazo a trazo hasta hacerse prístino.
Seguí mirando y sintiendo, latiendo cada rincón, y lo mismo se me mostró.
Logré al fin entender el ahogo, las lágrimas, la desesperación, el maldito frío, el gris eterno, la melodía desentonada, la incomodidad de no poder respirar, el desgano de mis tacos, el agua revuelta y el dolor constante, inmisericorde y amargo, de la paciencia.
Sé que rumiar es un desgaste, pero cerrar me lleva tiempo. Son mis tripas las que deciden que es momento de patear el tablero, son ellas las que me dan la fuerza y me dicen con certeza que es momento de barrer con todo y hacerle jaque a la reina.

Hoy, a casi veinte días de haber escrito esto, agrego que lo que sigue es desconocido y distinto, y que lo que vislumbré esa mañana, sentada en la cocina de mi casa, no fue ni remotamente un delirio mío

fue oxígeno


18 de junio de 2013

Punto cero

Hoy no estoy inspirada pero la página en blanco me llama. Mis dedos quietos están haciendo un esfuerzo de mala gana y adentro mi alma está sentada, suspirando y desenterrando volutas inconclusas mientras la orquesta no suena, porque no han llegado a un acuerdo las corcheas.
El segundo cigarrillo, acodado en el cenicero, fuma pitadas de “te espero” y el café viene caminando lento, como dándome rodeos.
La orden sigue sin llegar de mi centro, pero debe ser por el desorden que tengo adentro, quiero creer que es por eso que a mis dedos les huelga el movimiento.
Ahora no hay ruidos, todo es puro silencio, tal parece que mi mente estacionó en la banquina y se bajaron todos los pensamientos…
Creo que voy a destiempo, abducida por la inercia del “yendo”, patinando en el hielo, charlando con nadie, caminando suelo yermo.

16 de junio de 2013

Ilación desunida

Sentada, piernas cruzadas, café, cigarrillo, sol, frío, ojos pintados, sin anillos, pelo recogido, varios relatos leídos y ninguno concluido.
Trato de unirlos pero están como yo, desparramados, desenganchados, separados y flotando en un vicioso hastío mareado.
Cada vez que los leo, los veo como un rompecabezas sin principio ni final, todas las ideas están mezcladas y cuando quiero armarlas y veo que es un trabajo tan grande, meto todo de vuelta en la caja y la vuelvo a guardar, con la obvia y absurda excusa de que tal vez mañana o algún día quizás…
De todo lo que tengo sin terminar y con todas las historias de mi vida que no logro cerrar se me ocurre que podría hacer un alocado libro, pondría las páginas en cualquier lugar, con la última haría la tapa y a todas las dejaría sin numerar. Le pediría a la imprenta que dejara las hojas atadas pero sueltas para que se pudieran leer también del revés, y les diría que usaran tinta deslizable, resultaría divertido ver patinar a los adjetivos en una oración de puros verbos y tratando de conjugar una familia “poligámica” de sustantivos.
Podría suceder también que al sacudirlo, los párrafos que yo no puedo unir encontraran a su par y mis ilaciones desunidas tendrían así algo de sentido.
En fin, imprimiría todo lo que he escrito y que ustedes todavía no han leído y terminaría las historias que no he cerrado y que navegan sin rumbo en mi humilde barquito, metería todo en una botella y se la daría de postre a mi río para que con su vaivén acomode las letras y me haga visible el destino.

14 de junio de 2013

Gris diablo

Baja los cinco escalones gastados y camina la arena blanda, alguien va a su lado, andando a su mismo paso, dejando marcadas otro par de huellas y sosteniéndola con firmeza para que no caiga.
Es honesta consigo misma, ahora lo necesita, como lo necesitó aquella vez cuando decidió subirse para manejar su propio tren, y como lo necesitó tantas otras veces, después.
Ella no lo llama, él aparece así, de la nada, y tirando con fuerza la rescata. No precisa convencerla ni mentirle, se conocen desde hace años y, cuando no hay blancos ni negros y todo se nubla y el entorno es un monótono color ceniciento, ella se permite esto para que se libere el acceso, para volver a ver los extremos, para rozar el equilibrio y sacudirse los grises intermedios.

Hoy, dos pares de huellas cruzan el puente,
son Ella y el Diablo,
y van de la mano.

13 de junio de 2013

Inercia

Voy, estoy yendo, ya casi llego. No voy porque quiero, estoy yendo por inercia. ¿Llego? Y… no sé, por eso puse “ya casi”, porque no sé si la inercia alcance.
¿Susto? Un poco sí, esto de que la vida maneje mi carro para mí es raro, por eso voy sentada así como dura y calculando, pero sólo por si tengo que bajarme de un salto.
Ya no tengo mandíbulas ni espalda de humana, de acero son ambas, de ese metal plateado y brilloso en el que a veces, también, se convierten mis ojos.
¿Cansancio? Tal vez algo, pero es más como haber bajado los brazos ¡bah! Es una mezcla, un cóctel sin nombre de “varios”.
Una locura sana me persigue, una locura desvariada y considerada, una locura que hace que tenga que anotar todo y no me acuerde de nada, una locura que me avisa que estoy en el tope tocando fondo, una locura que me mantiene a flote, una locura razonable que le pone nafta a mi inercia y hace que yo siga sentadita en el borde del asiento y con todos los músculos tensos por si tengo que pegar el salto para que el “casi” quede resuelto.


3 de junio de 2013

Espejos y calesitas

Leí recién un comentario de uno de mis relatos que decía: “El después no llega si el antes no se va”. Otra vez mi querida Adri me pusiste contra la pared, otra vez levantaste el espejo para que me viera. ¿Y si lo rompés?
Te veo sonreír, no lo vas a romper y me vas a seguir poniendo contra la pared porque sólo leyéndome sabés que ando metida en una encrucijada, parada en el medio de la nada, con todo por resolver o como se dice en la jerga “con el pescado sin vender”.
También me dijiste por ahí que todo es relativo. Sí, es verdad, sentirme una estúpida es relativo, buscar el equilibrio entre el instintivo lobo y mi Yo civilizado o entre la asceta y la esteta que viven en mí también son relativos.
¿Y si me ayudás a parar la calesita un ratito? Es que la rueda gira tan rápido que no alcanzo a ver quién es que tiene la sortija ¿no serás vos no? Porque entre que le pido al viento que se lleve mis delirios, la desentierro a Ella para no quedar yo tan despedazada, tengo conversaciones fusiladas, una orquesta confundida, camas desarmadas, escombros para regalar, más fantasmas y miedos que pecas, cosas que explicar, destinos que alcanzar, “despuéses” y antes por la mitad, y libros que no sé en dónde guardar, estoy, te juro, que me voy de acá.

Salvedades

Sale de la casa envuelta en su chal, pero no es que haga frío sino que el frío la acompaña desde hace rato y no sabe muy bien cómo hacer para sacárselo. Se queda parada apoyada en la baranda con los brazos cruzados y los pies descalzos, uno sobre otro, en descanso.
No hay mucho que ver, es de noche y está oscuro, pero igual su mirada se dirige hacia “allá” y “allá” es muy vago pero siente que es el lugar exacto.
Piensa, se desliza, flota, trata de respirar. Está incómoda, incómoda adentro y con la sensación de no pertenecer a su cuerpo.
Busca, pero sigue sin encontrar el lugar físico en donde anclar, donde quiera que esté no encuentra el espacio en donde ella y sus libros puedan caber. Se le erizan los pelos de la nuca, siente el peligro de haber llegado a un punto crítico, en el que inmune, todo le da lo mismo.
Son un cúmulo de eventos que acarrea y no termina de soltar. Son los cambios que tiene que masticar, son todas esas cosas que no pueden darse por sentadas y necesitan de su constante “acomodar”. Son demasiadas, tal vez no tantas, pero en su hartazgo y cansancio le llenan la canasta.
Parpadea y entra. Se sienta y deja caer la cabeza. Ahí se queda, ni fuerza para levantarse de vuelta.