26 de junio de 2017

Tiempo atrás

Allá por marzo de 2015 escribí lo siguiente:
En el altillo de mi vida una caja llena de caras y nombres pero vacía de letras vive guardada a la sombra sobre un puñado de mi yesca esperando que una chispa la prenda y la haga desaparecer para siempre de mi senda.
Esa caja maldita, que al verla nada dice, ronda sin pudores mi espacio y se regodea entorpeciendo mi paso mientras su perfume lascivo me sigue a todos lados.
No es ni cerca una caja de Pandora, porque a medida que enlentezco mis pasos se suman diablos que se ríen de mis náuseas y que me son imposibles de ignorar porque sé que están aunque no los pueda precisar.
Esas sanguijuelas sin tino, que ni por asomo desestimo, han pisoteado mi tierra y jugado tanto conmigo que lograron enardecer hasta lo indecible mi espíritu al punto del desafío.
Hoy, con brazos abiertos y las manos llenas de lo cierto, espero el encuentro para encender la yesca y convertir en cenizas a todo aquel que con su solo pensamiento osó entrar en mi huerto con la intención de llevarse mi pienso y cosechar los frutos de mi esfuerzo.

Y hoy, a más de dos años:
A mi pesar la caja sigue ahí, pero en este tiempo de silencio forzado y retiro a solitario decidí no esperar el encuentro y sí salir a buscarlo, así es que puse manos a la obra y desmenucé esta parte de mi historia.
La verdad es que siempre es brutal ser honesta conmigo misma y esta vez tuve que reconocer que equivoqué el camino al ocurrírseme la peregrina idea de aplicar la lógica para cerrar una herida cuando ésta nunca tuvo que ver con una fórmula.
Yo, que siempre he dicho que no hay manera de que la vida entre en un espacio tan pequeño como una cuenta, hice algo que jamás debí haber hecho, justifiqué un dolor profundo como si sumara dos más dos, lo minimicé con una simple frase y lo di por evaporado.
Hoy sé que fue un error que me costó un sinnúmero de dolores de cabeza y, gracias a que escucho a mis tripas, no estoy lamentando también haber cometido algunas estúpidas imprudencias dignas de una película.
La verdad es que sigo cerrando la herida, aun por estos días. No me resulta fácil y tampoco es algo agradable y si tengo que ser sincera les diría que me gustaría que no estuviera.

13 de junio de 2017

Intento (s)

No es fácil volver después de tanto tiempo. No es fácil enfrentar la imagen que me devuelven las letras. No es fácil la desnudez. No es fácil lidiar con tantos considerandos así como no es fácil volver al ruedo, si es que decido seguir andando.
Me he cuestionado mil veces este relatar rimando que tanto amo y me he guardado, llamándome a silencio, como nunca antes lo había hecho. 
Tanto es lo he sentido y tanto lo que me ha pasado, y no hablo en sentido figurado, que se mezclan en mis tripas desde seres que han partido hasta situaciones de lo más variopintas que aclaro, algunas daban para risa pero otras ni de lejos tanto.
En el medio de todo este enjambre sosegado han pasado como una ráfaga los cincuenta no esperados que vinieron mezclados con algunas arrugas, unas cuantas canas y varios kilos que me pesan más que a cualquier conciencia el peor de los pecados.
Pero me voy apartar un poquito de lo externo para meterme adentro. Digamos que siento en la boca el gusto dulce que tiene la certeza de saber que no hay un lugar adonde llegar.  
Digamos también que a pura conciencia me estoy alejando de los altos precios que me ha cobrado la vida por andar por ahí desafinada mientras me acerco a buen paso a la coherencia dichosa, que no es más que sincronizar el hacer, el decir y el pensar con lo que sienten mis tripas, que no es poca cosa.
Y por último y para cerrar voy a sumarle a esos “nunca” acerca de los cuales alguna vez escribí, todos los juicios, prejuicios, creencias y mandatos que muchos debiéramos cuestionarnos porque, convengamos señores, no sólo no nos llevan a ningún lado sino que no me caben dudas de que es por ellos que estamos como estamos.