22 de mayo de 2017

Discontinuo

Había una charla anterior a esta pero todavía no la terminé y es por eso que intitulé así este relato.
Siempre hay otras visiones, otros puntos de vista, otras opciones y espero que hayan más sonrisas y café hasta cuando yo no esté.
Mi hijo mayor es parecido a mí en muchas cosas, hasta en el verde de sus ojos, pero su mirada es distinta y su estructura ya medio gelatinosa le permite cada tanto deslizarse y fluir y nuestras conversaciones estaqueadas una frente a otra suelen dejarme boyando y con mucho que masticar.
Él básicamente mira las sensaciones y, como yo, trata de domarlas. Ambos sabemos que no es fácil y que no existe la receta mágica, porque lo de hoy, mañana ya es obsoleto y lo que esperamos tiene toda la posibilidad de no suceder.
Di en llamar a esto la maldición de la sorpresa. Esa sorpresa de la que hablo tanto y que en esta charla descubro tiene su otro lado.
Detesto con toda mi alma las sorpresas de la gente y para evitarlas tal parece que me he llenado de defensas y heme aquí detenida y la verdad me fastidia, porque me posee con una pasión desenfrenada, hambrienta, pegajosa y libidinosa que ojalá escociera las vueltas que le doy a las cosas, pero no, lo único que escose son mis entrañas.
Dolor macabro si existe alguno, es como un dolor divino, es el mismísimo ardor del desgarro del espíritu.
Si antes de darme cuenta no lo entendía, ahora no lo concibo y encima en todo el proceso voy descubriendo tanto que me mareo y a veces desaparecer es en todo lo que pienso.
Los hechos están hechos, por eso se llaman hechos ¡es tan simple! Ahora entender, internalizar que no son posibles de volver a caminar, que no se pueden borrar, que están pero ya pasaron, que no se volverán a repetir así tal cual, que otras serán las cosas a resolver y que tenerle pánico a “la sensación” es un completo absurdo, es un tanto complicado.
¡Ah! Pero que ganas de perder la memoria que tengo, unas ganas locas de tirar los zapatos, de dejar todo y olvidarme de mis vividos. Pero me aferro a ellos como si fueran la sutura para mi herida, cuando cada día no hacen sino abrirla.
¡Qué feo que es! Que desagradable es descubrir que todo esto no hace más que lastimarme. Es el desatino más formidable, es la cuchillada en la espalda que me da el destino, es el dolor de saber que no he sanado, es saberme sucia creyendo haberme lavado, es la caída más dura, es cortarme en pedazos y desollarme viva.
Me he estado engañando, frenándome, enfocando para el otro lado, poniendo la vista en un punto fijo que apuntaba directo a mi nuca.
Un verdadero espanto me he estado causando y todo para aprender, pero ¡vaya aprendizaje! Golpes hasta casi matarme.
Mil preguntas surgen de esto. Preguntas que responderá la vida más adelante. Respuestas que veré cuando pueda pararme y con objetividad mirar el desierto que queda después de todo desastre.
Estoy ahogada, me traicioné en esta larga jugada que creí cerrada y resulta que no lo estaba. Tal parece que en algún momento catapulté la mesa con todo lo que había encima y recién ahora y después de recorrer un amplio cielo vino a caer "irresuelta" sobre mis dedos.
Menuda sorpresa me ha dado la vida. Un susto en mayúsculas que se viene anunciando hace rato y que yo no alcancé a ver y que dejé crecer con tanto esmero que se ha vuelto el árbol del veneno.
Pero no sé si hoy quiero entender. Todo está demasiado a flor de piel. Lo reciente duele y hoy no lo quiero masticar. Estoy muy cansada para hablar y tengo la garganta cerrada porque no quiero llorar, no por esta causa, no porque yo soy la única autora de este crimen y castigo. Yo misma mantuve abiertas las heridas todo este tiempo y yo misma deberé cerrarlas y abrirle las velas a otro destino.
No sé cuánto me va costar, no tengo moneda para pagar y no existe dios capaz de ayudar. Sola tengo que sanar. Sola lameré mis heridas, heridas profundas que no supe manejar y que ahora cuando ya no hay más remedio, cuando el dolor me dobla sin darme respiro y me quita de los pies el piso, ahora, justo ahora y así voy a tener que decidir si repararme o terminar de desarmarme para soltar lo que hizo callo en mis manos y se hundió tan profundo que ya es parte de mi carne.