23 de abril de 2015

Trapos

Hoy el sol salió para ella y como siempre, uno de sus cinco escalones la espera. Se sienta en el primero y lánguida se le ofrece al viento.
Siente que muchas cosas se le han metido hasta en las costuras de la ropa, pero logra abstraerse y dándole la espalda al mundo sonríe, sin testigos y sin explicaciones.
Este lugar en donde ella fluye apartada de todo, ajena a entreveros y vacía de pensamientos está lleno de lo que sabe es cierto.
Ese espacio tan suyo, ese adentro delicado y suave es en donde ella recala cuando el afuera del día la cansa de tanto inútil “careteo”, de toneladas de utilería barata y de las hostiles seriedades de la existencia vana.
Sonríe porque es mágico verle lo oculto al resto del mundo y porque sabe que no hay misterio o secreto que ella con sus manos y su silencio no pueda deshilvanar en su adentro.


17 de abril de 2015

Entreveros

Hace rato que me vengo entreverando y no logro salir del laberinto que cosió deliberadamente mi diablo. Hilos y más hilos voy sorteando pero el tranco se hace pesado aunque mi dios me lleve de la mano.
Llegar al centro es lo único que me salva de meter los pies en el barro y como ya no sé si son mis tripas las que cantan o es el perverso parloteo interno lo que escucho, dejo todo para cuando salga.
Mis manos y mi voz tiemblan, como me dijeron que temblaba mi alma. Busqué una explicación para tan ilógica aseveración pero a esta altura huelga toda tertulia con mi interior.
Enredada entre las telas que teje mi araña voy hacia el sol y nada más que por si alguien pregunta les digo de antemano que no tengo ni idea de en dónde estoy.

14 de abril de 2015

Blanco

Dice el diccionario que el blanco es el color de la nieve, un color de piel, el mío y probablemente el de muchos de ustedes también, y, para mi sorpresa, menciona que es el espacio que queda entre esta palabra y esta otra.
Pero hoy las razas y las melancolías no están en el top de mi lista, hoy me ocupa el “blanco” que parece que tengo en algún lado dibujado.
Me cuestiono desde tiempos inmemoriales si soy yo la que se para en la trayectoria de los disparos o si es mi cara o son mis formas las que hacen que me encuentre bastante seguido en medio de balaceras que me dejan como una coladera.
Es por eso que hoy decidí detenerme un rato y mirarme en el espejo y, café y cigarrillo mediante, me puse a hacer catarsis.
Lo primero que noto es que soy un blanco fácil porque suelo no reaccionar ante la agresión, pero nunca deja de sorprenderme cuando viene de la gente que yo creo que me quiere.
Lo segundo que percibo es el precio que pago por poner la otra mejilla, un precio que no dolería tanto si las balas vinieran de gente libre de pecado pero como no existe tal gente el costo me parece demasiado caro.
Ahora voy a llegar al final de este “hurgueo” personal y me voy a hacer cargo de todo lo que no tengo resuelto, de todos los miedos que me dejan sin resuello, de todos mis queridos y aceptados defectos, de mis amadas mañas, de mis soledades, de lo escaso de mis sonrisas y de mis silencios.
Y como último voy a regalarle a quien tenga la suficiente valía y se atreva a mirarse, un espejo de cuerpo entero y una piedra para lapidarme.

6 de abril de 2015

Cortinas

Hace muchos años descubrí que el rencor era hijo directo e indiscutible del enojo y que la ira o furia con sustancia, como suelo llamarla, es simplemente la otra cara de la calma. Ustedes podrían decirme, al igual que el diccionario, que son lo mismo pero es acá en donde yo me detengo y los diferencio, tildando al enojo como un tibio intermedio que uno deposita en los otros y a la ira como al más voraz de los incendios que sucede en terreno propio.
Ahora voy a contarles una infidencia, como soy rencorosa hasta la médula y no puedo manejarla, un día decidí asesinar al padre para que no escociera mis entrañas su descendencia, por eso a partir de ahí lo único que me permito vivir con conciencia es la ira, aunque de vez en cuando y sin mi anuencia el enojo pase como una exhalación a hacer un rápido acto de presencia y me deje, como un trompo, dando alguna que otra vuelta.
He escrito mucho acerca de ese fuego que me consume el alma y lo he vivido hasta quedar sin aire así como he vivido la desesperación que implica esperar que la vida me muestre y me lleve a ese bendito lugar en el que la calma hace acto de presencia y con nitidez prístina se da vuelta la moneda.
Sé que no hay nada más terrible que las llamas del infierno ardiendo en mi propio centro pero debo reconocer que el ruido que hace la cortina, cuando de un momento a otro toca fondo, es en mi universo el sonido más melodioso de todos.