27 de abril de 2014

Espesura

Lo siento como un manto pesado, incoloro, amargo, impenetrable, hostil, inclemente, cabrero, necio, inasequible, hosco, inoportuno y fatigante.
Se me dificulta respirar, me aplasta, me ahorca, me encierra y me obliga a detenerme.
Me ciega, me inmoviliza y me saca lo único que puede aflojar la tensión que es el suspiro.
Me quedo quieta, sin opción. Minutos detenidos llenan las horas de un día desasosegado, abortado, no común, no rutinario, no esperado, no querido e “insolucionado”.
Hoy me ensordece la espesura del silencio que tanto amo con una ausencia de sonidos que me muestra los dientes y me hace doloroso el paso.

Y... ¿A ver?

A ver, me detengo un minuto. Suspiro obligado. No me siento, no hay en dónde. Me quedo parada con las manos a los costados y mirando para todos lados.
¿Incómoda? Sí, en verdad es la más pura incomodidad de un silencio que más que silencio son palabras ya desechas de tan masculladas que están.
¿Qué hago? Es lo que me pregunto y lo que no me puedo contestar porque la contestación no está, ni acá ni más allá. Es como si la pregunta estuviera en la boca de un pececito que da vueltas en un bol de vidrio.
Aviso: sigo con las manos a los costados, mirando para todos lados y sin un lugar en donde descansar.
Y si tiro la pregunta ¿desaparecerá? Ojalá así fuera, pero tal parece que sólo porque a mí se me ocurra las cosas no se desvanecen.
Juro que he tratado de esconder la sensación, la impotencia y las lágrimas y hasta me he hecho la distraída, pero la cosa insiste con obstinada porfía. Hacer pasar a un elefante por el ojo de una cerradura sería más fácil que olvidar, a esta provecta edad, lo que quiero saber para solucionar este molesto, y valga la redundancia, molestísimo malestar.
Aviso que acá sigo. Parada. Manos a los costados, más que buscando, más que esperando y todavía sin encontrar.

Respuesta

Y después de meses descubrí que la solución estribaba en no preguntármelo más y dejar las cosas así como están.

Sin explicaciones

Leí mis letras y mis ojos se detuvieron en un simple texto que escribí hace un tiempo y que hoy hizo de espejo mostrándome sin compasión un error que estoy cometiendo y sentándome sin mucho trámite en un caldero hirviendo.
No me sorprendió el hecho de “no ponerme en práctica”, más bien he quedado bastante enojada conmigo misma porque una sencilla lectura me remontó a ese pasado en el que escribía cosas sin darme cuenta, ni siquiera entrelíneas, de que yo era la protagonista.
A lo largo de mi vida he torcido la historia nada más que a pura voluntad, pero esto de las explicaciones me cuesta más tiempo del que he perdido en darlas gratis, y ahora concluyo que sólo por el gusto de sacar la lengua a pasear sin siquiera ponerme a pensar.
Menudo tiempo se me ha ido y todo para que las palabras fueran a dar al vacío, cuando un buen silencio hubiera sido más sano que este desgraciado vicio.
Eso de andar por la vida dando explicaciones me cansa y me duele más que correr descalza, por eso hoy cuando leí “Explicaciones” se me abrieron los ojos como dos platos y de inmediato sentí una identificación no puesta en marcha y ahí nomás vino el golpe que suele darme la autocrítica y me vi como una estúpida explicándome a mí misma.
Guardo silencio en cuanto al resto porque no sólo no me sobra vida sino que no la tengo resuelta y por eso no puedo dedicarles tiempo.
Pues debería hacer lo mismo conmigo y por puro respeto dejarme de escarceos y hacer un voto de cero comentarios en cuanto a estos 47 años de ensayo.


18 de abril de 2014

Reencuentro

El otoño me llama al reencuentro conmigo misma, a apartarme de la marisma y a desvestirme a las siete de la tarde para sacarme el día de encima.
Distinta se me plantea esta estación, más reflexiva, más de revolver hábitos, más de volver a rutinas. El reencuentro conmigo lleva implícita la mirada hacia atrás, esta vez más profunda, más concienzuda, un poco menos intranquila pero no por eso relajada.
Limpiar el espejo de polvo y verme prístina, en otro espacio y a plena luz del día, me ha resultado en algún rincón un tanto enojoso. Enojo que no se disipa y que trabajo sola, no sin cierto fastidio, hora tras hora.
Retomar hábitos y rutinas me centra, pero no al punto de aflojar las mandíbulas,  no al menos todavía. Este hacer mecánico y conocido, este volver a ser yo misma pero distinta y de revolver para ver qué es lo que queda mientras sigo quemando, tirando y soltando, me fue llevando de la mano hasta dejarme en el andén de la estación de las hojas vueltas a su entierro, del silencio, del agridulce sabor del desapego, de la lluvia eterna, de los grises interminables, de los días cortos y de un retiro que me permito mientras le hago una finta al destino.

Sabrán comprender, amigos míos
Desaparecer es mi estilo


13 de abril de 2014

Opacos

Estoy gris, gris como el día y las vicisitudes que me visitan y opaca, opaca como el cielo que reflejan hoy las ventanas y el vuelo de los pájaros que no pasan.
Suele ocurrirme a veces que el nudo se desata, afloja la garganta y se me caen solas las lágrimas, y aunque trato de que los estados no me pillen de sorpresa por uno solo de sus lados, hay momentos como hoy en donde no puedo evitarlo.
No hay nada que ciegue lo que siento y aprendí con los años que del otro lado de la felicidad está esto y que tengo que pasarlo.
Me pregunto si es momento de ponerme a estudiar qué es lo que me lleva a tocar casi con un golpe este extremo tan odioso, y me respondo que sí, que por algo la vida me deposita en estos días y me obliga a mirar de cerca algo que no vi. Me pregunto también si la mente estará haciéndome alguna de sus jugarretas, aprovechando y sorbiendo esta posible debilidad en mí, y lo mismo, la respuesta es sí.
Por eso creo que no es casual que justo hoy, un manto de silencio caído del cielo le haya abierto a mis manos un espacio para que de mi puño y letra salga qué es lo que me pasa y porqué me levanté así de acongojada esta mañana.

12 de abril de 2014

Fragmentos para mi hija Julieta

Cuando las cosas pasan aparece la “re-acción”, es una enseñanza grabada a fuego desde que nacemos. Es la lógica haciendo alarde, es la frustración, es no haberse tomado el tiempo para encontrarse y vaciarse.

La vida no es re-acción, es gestión, es estar alerta, es acción.
Me resulta difícil explicar lo que es la acción. Sé que es desde mí y hacia mí, por mí y para mí, sin incluir al resto ni tampoco excluirlo; es un instinto consciente en el que no existe la mente. 
Es saber que si me encuentro con una víbora en el camino no puedo detenerme a pensar en la historia o en mil y un divagues que me llevarían a la muerte en un instante. En ese momento cualquier pensamiento es absurdo y obsoleto, lo que surge es saltar o correr, no hay tiempo para preguntarle a la mente qué hacer.

No es cosa sencilla y lleva toda la vida; es cuestión de tranquilidad y alerta en balance constante, es vivir en ese lugar en donde nadie puede entrar aunque le abramos la puerta, es estar en el centro estando afuera.
Me llevó años entender que primero debía vaciar el tren, y no sólo de cosas, sino también de gente. Después vino la parte más difícil en donde liberada ya de todo y de todos hasta quedar sola, tuve que desmontar mi historia, y ahí, parada en el medio del derrumbe, desnuda y sin ataduras, tuve que soltar lo que me quedaba agarrado en las manos y ver cómo se tragaba la tierra tanto aquello que había decidido aceptar, como las luchas que nunca iba a ganar. 
Fue el fin y a la vez el inicio, fue llegar al carozo para germinar, fue entrar en mi oscuridad y sacar a relucir todo lo que había guardado y tapado, todo lo que, escondido, no hacía más que alboroto lleno de polvo y descuido.

Siento que cada minuto que vivo es un desafío, es dejar pasar un montón de cosas, es estudiar otras, es descubrir lo que no vi, es reconocer lo que no quise ver, es no quedarme en ningún lado, es aceptar y abrazar cada estado del vaivén, es no pelear con el ir y venir sino simplemente dejarme fluir para poder escuchar el grito de mis tripas y el ruido sordo que hace algo que no está funcionando.


9 de abril de 2014

Sin permiso

Está como el día, gris y silenciosa. No se le mueve un pelo como no se mueve afuera ni una sola hoja. Se abraza las piernas, ya sentada en la alfombra, mientras siente cómo este bullicio, incansable y sostenido, de voces encontradas, miradas y sombras la persigue desde hace horas.
Lo silencia yéndose más adentro, pero necesita desmenuzarlo entre los dedos y estudiarlo bien de cerca para que desaparezca.
Se levanta, decide ir a verlo. A mitad de camino lo encuentra, perdido y ciego junto a palabras que nunca deberían haber salido de su boca. Pero no lo enfrenta, no tiene sentido perder fuerzas. Sabe que hay cosas que aunque molestas, hay que dejarlas porque no tienen remedio.
Vuelve a su estancia, callada y sola.

(Anoche su sonrisa se fue sin permiso
Y la perdió entre la horda)


2 de abril de 2014

La continuación

Hace dos años escribí “Un hastío simpático”, el cual me permito volver a citar.

No fue un día agitado el de hoy, pero recién llega y es algo tarde. La casa está como le gusta a Ella, vacía y silenciosa. El perro la recibe mirándola a los ojos y pidiéndole salir, le abre y cierra con llave. Se saca las botas, se desabrocha el cinturón, deja la cartera en la mesada y trata de vaciarla, a esta hora del día pesa como una tonelada.
Se demora haciendo un par de llamadas y todavía tiene que bañarse, pero el teclado no puede esperar y se sienta. Falta el té, será después.
Prende el cuarto cigarrillo y en los segundos en que tarda en cruzarse de piernas, ya está adentro, mirando lo que baila entre sus dedos.
No puede menos que sonreír. Hoy fue un día lleno de sorpresas, lleno de ser como es, lleno de idas y venidas, lleno de ciruelas, lleno de papas fritas, lleno de risas, lleno del más puro cansancio y del más puro placer.
Tendida cuan larga es entre sus almohadones, busca a tientas el cenicero y apaga el cigarrillo.
Es que el día no confluye en su cosmos hasta que se sacude de todo y de todos, hasta que, consciente de haber vivido en cada segundo cada suspiro, abre las manos y suelta, dejando que el sol evapore a cada uno y a cada cosa lejos de su agua y lejos de su rosa.

(Lo que pasó hoy, es imposible de deshacer
Y si fuera posible, ¿para qué?)

No sé porqué se me ocurrió ir para atrás, leer lo que había escrito y acomodarme-acomodarla-acomodarlo en el hoy.
La casa está igual, vacía y silenciosa pero mi negro partió. Es temprano para té pero nunca para café, y el cigarrillo sigue, como siguen las piernas cruzadas, la danza de mis dedos y las sorpresas cuando voy para adentro y “siento”.
Sigo siendo la misma que hace dos años y es que en el fondo nunca nada cambia porque la esencia es una marca registrada en el alma. Esa misma esencia, a la cual me costó tanto llegar, es la que hace que viva cada segundo como si fuera el último, es la que corrige mi rumbo, endereza mis velas y me hace libre aun con los dos pies bien parados en esta tierra.
Sigo conservando mi lugar propio, mi cosmos. Ese espacio paralelo al mundo de los otros en donde paso mi tiempo lejos de todos, al lado de mí misma, desnuda y limpia haciendo equilibrio entre las orillas y en constante charla abierta y sincera.
Adentro estoy en confianza, y sin filtro respiro soledades y silencios, lágrimas y sonrisas, verdades, responsabilidades, fuerza y debilidades.
La sensación de libertad y la ausencia de límites es tan grande que se me hace imposible de explicar.
Haber llegado hasta acá me hace fuerte y a la vez vulnerable, me da las armas pero me quita el motivo por el que luchar porque no hay nadie a quien doblegar.
Haber llegado hasta acá es saber que nunca voy terminar, que no hay nada más allá, que se fue el paso anterior y que acá adentro estoy sólo yo.