30 de mayo de 2019

Sencillo


Hoy hay té sobre mi escritorio y en el cenicero, el segundo cigarro del relato se está yendo despacio, vaya a saber dios a qué cielo trasnochado.
Suele sucederme esto de tener días malogrados, en los que no solo no me hallo sino que hasta me catapultaría lejos de mí misma para no hacer o decir lo impensado.
Sé que soy yo, a esta altura lo tengo más que claro.
Soy yo con los puños cerrados y los dientes apretados y con todo lo que todavía no me he cuestionado sumado a que ya no tengo cómo justificar mi estado mal barajado porque la “infantil excusa” de que afuera está la causa ha desaparecido en el justo momento en el que decidí ponerme los pantalones largos.
Hace un tiempo estos días no contaban, decía en mi ignorancia que eran días sin destino y sin chistar me los tragaba.
Pero estoy más sosegada y un poquito más despierta y la verdad es que no me trago nada que no quiera, pero solo porque me di cuenta de que esas horas distraídas y por demás lentas me llevan a todo lo que estuve guardando, a todo lo que “sin querer” puse a un costado y a todo lo que “olvidé” y sin embargo sigo mascando como si fueran hojas de tabaco.


24 de abril de 2019

No hay café


Ya es media tarde y no hay café sobre la mesa, pero el silencio se instala, como siempre, cuando poso las manos sobre el teclado y la inspiración se sienta a mi lado.
Hace tiempo que mis dedos no hacen el baile de la catarsis, pero sólo porque estuve lejos de las teorías y cerca como nunca de mí misma.
Este cerca de mí misma tiene que ver con haber dado vuelta por completo la forma en que estaba percibiendo e interpretando mi historia.
Nada de esto fue casual, sé que este camino lo hice con consciencia y paso a paso hasta que hace unos meses, de madrugada y sentada en la vereda de otra ciudad, escribí la última palabra del último renglón que me quedaba y di vuelta la página.
En esa vereda supe que estaba presa de arraigados juicios y que cada justificación que ponía mi mente intensificaba mi ceguera. Cansada ya de tanto juego inútil que nunca iba a ganar, dejé de darle identidad a toda elucubración mental y esperé que la vida, que se había mantenido aparte mientras yo peleaba porque mi verdad fuera la única, me mostrara.
Pasadas ya las tres de la mañana y cuando al fin, muerta de frío me paré, el panorama era hasta tal punto otro que la madrugada parecía soleada y yo otra mujer.