27 de octubre de 2017

Partida en dos

Hace como un mes que venía rondando mi cintura un suave pero persistente dolor que recién ayer me mostró su furia y me obligó a detener la marcha para estudiar qué pasó.
Demás está decir que los tacos están arrumbados en un cajón, el café corre a raudales y por mi cara cruza una mueca con cada movimiento de mi pierna que evidencia la falta de tino al haber ignorado el dolor cuando todavía era una pequeña advertencia.
Por eso decidí quedarme quieta. Sé que todo sigue funcionando, sé que no hay nada más importante para mí que yo misma.
Hoy siento que el dolor en mi cadera no es más que la consecuencia de haberme puesto, sin darme cuenta, en posición de defensa cuando sé que sin dos no hay pelea.
Hoy, como nunca, el dolor me hizo entender que uno de los  inconvenientes del orgullo es que nos vuelve vulnerables al ataque. Por eso entiendo que ceder no es perder, ceder es dejar de lado el orgullo y retirarse para no tener que juntar los pedazos después.

18 de octubre de 2017

Una mala pasada

El día se pinta gris, yo como siempre visto de negro, los tacos volaron cuando llegué y hace un rato me bañé, con la esperanza de calentar mi alma y apagar el infierno que escoce mi piel.
Hubieron cosas difíciles en mi vida, pero hay una en particular que no logro todavía acomodar.
Es una negrura insondable que me abraza y me ahoga negándome el aire, impidiéndome abrir los ojos y filtrándose en todo lo que logro.
Es mi talón de Aquiles, mi parte débil, el lugar en donde mi sendero se estrecha, se oscurece y se llena de espinas haciéndome imposible la subida.
Cuando llega y se muestra pierdo el centro, y en la caída siento cómo me devora hambrienta la tierra.
Hoy, acurrucada en un rincón de mi casa, hay una niña asustada que esconde entre sus rodillas mi cara.

13 de octubre de 2017

Resuena aquel eco (para mis padres)

El 13 de Julio de 2013 escribí Eco, relato que me permito volver a citar.

Entro. La casa está vacía. Paseo los espacios y no hay ladridos ni risas, sólo escucho el eco de mis pasos que confirman que los recuerdos no están escritos en un ladrillo, sino adentro de mis bolsillos.
La verdad es que no siento el dolor la partida, pero debe ser porque raramente me fui yendo sin irme con el cansancio de los días.
Hoy estoy sentada en “otra mi casa”, sola pero acompañada, tengo las piernas cruzadas y descansan sobre la mesa la taza de café vacía y el cenicero lleno de colillas. La luz que entra por los ventanales ilumina mis manos y la lluvia bendita toca monótona una melodía que hace que de a poco mi alma tullida vaya despertando de nuevo a la vida.

Se fueron hace unos días más de veinticinco años de historia
  y algo así como mil vueltas alrededor de la tierra
de pasos en la cocina.
Me llevo entre la ropa
las lágrimas de escuchar aletear fuera del nido a mis crías
las de ver partir para siempre a mis negros
y las de haber echado al río dos sortijas.
Se quedan en los rincones
los susurros de conversaciones dolorosas
la toma de duras decisiones estando sola
y las risas más hermosas de hasta acá esta historia.

Hoy la casa es la cáscara de la jugada más larga,
es la mitad de mi vida cerrada
y el jaque a la reina que tanto esperaba.

Pasó mucho tiempo desde aquel día, pero se me sigue cerrando la garganta cuando lo leo y sigo escuchando mis tacos en el piso de la cocina.
Hoy la historia es parecida, pero son mis padres los protagonistas.
La sensación es rara. Lágrimas, cansancio, sonrisas, un “al fin” esperado y un “ya está” asustado.
Tengo que pensar mucho las palabras, pero porque las sensaciones que tengo en el alma se mezclan igual que en el mar se mezclan la sal y el agua.
Quiero decirles a ellos que los entiendo y que hace mucho que los observo y otro tanto que los desmenuzo entre mis dedos.
Es por eso que hoy me tomo el atrevimiento de decirles que nada se ha perdido y, si me permiten, también quisiera contarles que la mente es una muchacha perversa que les va a mostrar sólo los recuerdos más lindos y va pintar de rosa los no tanto y, que si no tienen cuidado, este juego macabro va a matar sin compasión a este presente que tanto soñaron.

10 de octubre de 2017

Cambio

Cambiar es correrse de lugar y volver a enfocar sin interpretar.
Cambiar es de adentro y hacia adentro.
Cambiar es dejar de luchar. Es entender.
Cambiar es ser honesto con uno. Es no hacer juicio. Es no poner adjetivos.
Cambiar es darse cuenta de que el enemigo no está afuera.
Cambiar es despertar y darle lugar a la magia amorosa de la vida.
Cambiar es entender que la oportunidad de elegir es continua.
Cambiar es no confiar en la iglesia de la suerte ni el monasterio de la desgracia.
Cambiar no es decir “te entiendo pero no comparto” mientras en mi cabeza te sigo juzgando.
Cambiar no es cuestión de tiempos o “destiempos”.
Cambiar se instala en el presente siempre. No existe el “cambié” ni el “ya voy a cambiar.
Cambiar es perpetuo movimiento.
Cambiar vive en la libertad de los “quiero” y muere en la cárcel de los “debo”.
Cambiar es ir por el mundo desnudo de caretas.
Cambiar no es negociable.
Cambiar es coherencia.
Cambiar es un estallido, un disparo.
Cambiar no es un hecho en sí mismo, es una consecuencia.
Cambiar es elegir abrir las manos y soltar, porque si las cierro para que nada me lastime también las cierro a lo que me cura.
Cambiar no se explica, sucede. No se justifica, es.
Cambiar es saber que el dolor está pero que yo soy la que elige cómo lo vivo. Si con sufrimiento, rencor, ira, resentimiento, frustración, reproche y culpa o con sabiduría.
Cambiar es encender la luz en la habitación oscura del alma y tirar por la ventana todas las porquerías que estábamos guardando para resolver cuando llegara el cambio, o lo que es peor, para cuando los demás cambiaran.