20 de febrero de 2023

La brisa

Leía hoy mi diario y una frase ya resaltada en algún otro momento llamó mi atención. En ella hablaba de reconocer esa suave brisa, que suele erizarme los pelos de la nuca, antes de que se convierta en un huracán.
Y me puse a pensar en eso, en lo poco alerta que solemos estar a mil cosas que nos pasan y que también dejamos pasar.
Aclaro que no hablo desde la retórica teórica, sino desde mi experiencia y desde las marcas que llevo en mi propio cuero después de haber vivido una incontable cantidad de huracanes que empezaron con sutiles avisos a los que yo, claramente, desestimé y hasta justifiqué.
Y es que la vorágine de lo cotidiano nos “lobotomiza” y nos lleva primero a hacer oídos sordos a los ruidos de las tripas, después pasamos por alto como si no tuviera costo alguno los avisos del cuerpo y finalmente un latigazo atrás de las rodillas nos derriba sin delicadeza mientras nosotros con infantil inocencia nos preguntamos porqué.
El “porqué” tiene una sola explicación: no nos enseñaron a escucharnos, es más, detenerse, decir no, basta, hasta acá, esto no me gusta, esto no lo hago y esto no lo quiero parecen no existir como opciones.
En mi caso el secreto es detectar lo que estoy rumiando y no puedo tragar y hacer algo al respecto, porque todas las veces que no lo hice un huracán hambriento me arrancó sin mucho trámite todos los pelos del cuerpo.

Dar sin esperar recibir

Hace mucho que escucho esto y tengo que reconocer que es una frase que he dicho infinidad de veces y que también justifiqué en igual medida.
Ahora me pregunto ¿cuántos tomates me daría una planta que no riego? Ninguno. Es simple.
¿Qué es esto de dar así como así? ¿A quién se le ocurrió esta peregrina idea y la echó a rodar por el mundo como un santo axioma? Y lo que es peor ¿quién puede dar todo de sí sin nutrirse y no morir en el intento?
Es un suicidio lento entregar hasta quedar seco y ¿con qué objeto? Yo por lo menos no quiero ser un mártir y tampoco que me canonicen cuando me muera.
No dejo de aclarar que estas son cuestiones mías y que solo las hago extensivas por si a alguno le cabe el cuestionamiento y decide hacérselo.
Vuelvo al tema. Di mucho en mi vida y no me arrepiento, eso jamás, pero ahora ni siquiera espero sino que exijo reciprocidad, si no va y viene me retiro sin siquiera mirar para atrás.
Sé que puede sonar duro y hasta egoísta, pero díganme algo ¿qué podría perder yo, pensando de esta manera, que ya no haya perdido en la unilateralidad de tanta dádiva entregada a diestra y siniestra?

 

19 de febrero de 2023

Pasado

Hoy me preguntaba si podía escapar del pasado y después de darle vueltas al asunto llegué a la conclusión que no, porque tanto lo que vuelve como lo que permanece en el “olvido” forma parte de mí, a tal punto que ni siquiera aquellos que tienen enfermedades mentales progresivas pueden deshacerse totalmente de los recuerdos.
Ustedes habrán escuchado muchas cosas acerca del pasado: “que no hay que traerlo”, “que hay que ponerse a pensar en otra cosa”, “que hace mal”, “que no tiene sentido” o “que la vida es el presente”, ahora bien, no podemos negar bajo ningún punto de vista que hay lugares, olores, palabras, expresiones, gestos, eventos, cotidianeidades, ropa, comidas, costumbres, perfumes, objetos, fotos, animales, climas, paisajes y personas que ofician como la cerilla que enciende lo “olvidado”, y así, en una milésima de segundo somos transportados sin siquiera darnos cuenta al inmenso cementerio de la memoria.
Y acá me surge otra pregunta ¿es bueno o malo para mi vida “presente”? y la verdad es que si no puedo evitarlo, este cuestionamiento no es válido, sencillamente es algo que pasa y punto.
Sin embargo una cosa es pasearse por el cementerio de la memoria tanto cuando algo nos haya transportado hasta ahí como habiendo decidido hacer el viaje por alguna razón, y otra muy diferente es quedarse a vivir entre los muertos o lo que es peor sucumbir a la tentación de querer resucitarlos, ya que muchos de esos “olvidados”, y se los digo porque a mí me ha pasado, se “mal tiñen” de color rosa con el paso de los años.
Y para terminar les cuento que yo voy a mi pasado sí, y que también muchas veces algo me lleva, pero ya no me quedo, entendí que el presente es mi tierra.