26 de diciembre de 2013

Después de

Y después de “Letras de nada” siento que es menester cambiar los rumbos, mezclar los cardinales hasta marearlos, pintarle las dos puntas de la flecha a la brújula, poner marcha atrás para ir para adelante, decir hola para despedirme, dar vuelta el almanaque, cerrar los ojos para verte, abrir las manos para agarrarte, correr y no alcanzarte, vestirme para bañarme, dejar el café, fumar bajo el agua, escribir mirando el teclado e ir llenando de consonantes la hoja en blanco olvidándome a propósito y para siempre de todas las vocales.
¿No sería divertido volver más petisa, rubia, con calzas de leopardo y botas hasta las rodillas, brillos en el escote, labios púrpura, uñas con estrellitas, aros largos hasta los hombros, pulseritas en los tobillos y risa finita?
Pienso… pienso en cómo voy a darle el giro de timón a mi bote para poder deletrear todas las ideas bizantinas que andan en mi cabeza dele yira que te yira, pero hete aquí que en el “mientras pienso”, un descanso se tomó solo y sin que yo le diera el ok un día el “Word” desapareció del escritorio y la máquina cerrada se fundió con el mobiliario invitándome a no verla, casi diría como una cómplice coincidencia.
Por eso hoy decido dejar la página en blanco hasta el próximo año, mientras lustro el timón de mi vida “casi toda cambiada”, doblo las velas con esmero por si me toca mal tiempo y me tomo con gusto los días que quiero, antes de levar anclas y dejar puerto hacia mar abierto.

22 de noviembre de 2013

Letras de nada

No hay letras. Se fueron.
No hay conclusiones ni yerros.
Estoy sola y sin peros.
Salvo algunos contratiempos.
Pasa nada en mis dedos, sólo esto.
Sorpresa sí, anonadada me siento.
Escribo en mal momento.
Incentivo inspiración cero.
Dedicación intento.
Ni un libro ni un cuento.
Párrafos distraídos.
Más sangrías que completos.
Me pregunto y me “respuesto”.
Letras de nada es todo lo que tengo.

31 de octubre de 2013

Nunca

Si se me hubiera ocurrido hacer una lista con todos los “nunca” que he dicho, hoy estaría ocupadísima tachándolos y riéndome a carcajada limpia de las vueltas que da la vida.
Pero hace un tiempo que los “nunca” se han ido y no es porque así como así hayan desaparecido o porque alegremente haya decidido no decirlos, no, los nunca se han ido justo en el instante en el que la estructura ha cedido y en el preciso momento en el que la flexibilidad, abstracta, suave y madura ha aparecido, mostrándome una infinidad de cambiantes paisajes y no una foto muerta y estática, como todo lo que antes había visto.
Haber decidido no volver a reconstruir lo caído, no planear el mañana y soltar el pasado al vacío me ha permitido, en estos últimos catorce años, caminar por la vida y no vivir esperando que ella pase por mi escritorio a buscar el recorrido.

Y como todo cambia a cada segundo
y salvo la muerte, nada es seguro,
vivo yendo y viniendo el equilibrio,
sin lastres
sin escudos
sin antes
sin mañana
y sin más nunca, aunque esté pisando vidrio.


24 de octubre de 2013

Después de tres años

Se descubre recorriendo la casa a paso lento, como si una melodía suave la estuviera llevando de la mano por la redondez de sus letras y ella pudiera leer en cada movimiento cada nota, cada estrella, cada tecla, cada sorbo de té, hasta llegar a sentir, con cada sílaba, lo mismo que la llevó a escribir.
¡Es una locura! Tres años ya, tres años han pasado y se acaba de dar cuenta del misterioso misticismo de las fechas.
Pasó de taco aguja, viento y anteojos negros, a vestidos blancos, brisa y arena, y en el medio más de mil y una noches, más de cien prosas y entre palabra y palabra incontables y enigmáticos silencios que sólo ella conoce.
Sigue paseando hechizada la casa, mirando nada, tocando cosas, mientras las lágrimas llegan solas, conjugando encuentros y desencuentros, partidas y llegadas, cortinas que supo bajar sin cuestionarse ni un centímetro y entre las manos un tropel de suspiros llenos de secretos que salieron de su centro y que le fueron marcando el camino con mudos gestos.
No atina a sentarse, las coincidencias la han sorprendido, la causalidad del destino la dejó sin habla, con una sonrisa bella en la cara y justo tres años después de aquella sonora carcajada.

22 de octubre de 2013

Vida y lápida

Hoy decidí lapidar en vida a alguien que forma parte desde hace mucho de mis bagayos. Pero no decidí lapidarlo por mí, conmigo pueden hacer cualquier cosa, pero mi sangre no se toca.
No es fácil criar a tres hijos sola, es el desafío más difícil de mi vida y también el camino más lleno de sonrisas y verdades dolorosas de mi historia. Hacerlo no sólo implica comportarme como una señora, no, eso es lo de menos. Hacerlo es callar, aguantar, no maldecir, soportar, sufrir, no mentir, luchar y estar. Estar las veinticuatro horas de los últimos veintinueve años al pie del cañón sin interrupción, sin descanso, sin excusas, tolerando hasta lo indecible y haciendo malabares que no viene al caso enumerar.
Hoy tuve que mirar a mi hijo a los ojos y hacerle entender que no puede perder su vida esperando un tren que nunca salió del andén, pero también le dije que si algo bueno había en todo esto, es la experiencia, y la más clara muestra de lo que él nunca debería hacerle a mis nietos.

Porque la ausencia de uno en la vida del otro
hoy
es la ausencia del otro en la vida de uno
mañana.


10 de octubre de 2013

Máscaras

Hoy leí una frase de François de La Rochefoucauld que dice que estamos tan acostumbrados a disfrazarnos para los demás, que al final nos disfrazamos para nosotros mismos. Y me puse a pensar en las máscaras que usamos, en la infinidad de caras que le mostramos al mundo, en los vestidos que nos ponemos cada vez que hablamos con alguien como si fuera tan corriente, tan normal cambiarse.
Pero voy a hablar de mí, porque mal podría hablar de otros, cuando como siempre digo no los conozco, y de un largo proceso que hasta este segundo sigo caminando y que empezó hace ya casi diez años.
En ese entonces yo no tenía ni idea de las máscaras ni de las capas, que es igual a decir, en pocas palabras, que andaba sin consciencia alguna por una vía paralela a la vida en la cual respiraba, reía o lloraba pero sin saber realmente quién era.
Dice el diccionario que una máscara es un trozo de cartón o tela con la que alguien se cubre la cara para evitar ser reconocido, también dice que es apariencia o pretexto, farsa, patraña o hipocresía y que al quitarla se elimina el disimulo y se muestra el verdadero yo.
La máscara es un disfraz y por analogía se usa en psicología y filosofía para explicar de lo que uno es capaz con tal de ocultarse de los demás.
En todo este tiempo y desde que me di cuenta y empecé el proceso, he estado quitando toda la piel de mis caras, y encontré que en cada pedazo se iba algo que ya se había hecho carne. Descubrí también que arrancarlo dolía y que por cada uno que sacaba, una puerta se cerraba a mis espaldas mientras me acercaba en forma inexorable a lo que yo creía era un infierno interminable.
Descubrí con el tiempo que caminar la vida es acercarse a la muerte y que lo que yo creía iba a ser un eterno agujero negro, no era más que yo misma, desnuda frente al espejo.
Decidí que el disfraz no tenía sentido, que aunque me doliera sacarlo era necesario para llegar a mi centro.
Hoy siento que andar por ahí sabiéndome verdadera me hace libre y no me pesa, que verme desnuda y vacía y sin poder volver atrás me muestra que logré derrumbar estructuras que no pienso volver a armar, y que tiré las máscaras y los vestidos porque no necesito volverlos a usar.


8 de octubre de 2013

Dudas

Una vez escribí acerca de las dudas a través de Ella, pero hoy se me ocurrió trazarlas a mí y, como son más un fantasma de la mente al que bastaría soplar para hacerlo evaporar, debería decir que la duda como tal, carece de entidad. Ahora bien, el tema es que no las puedo negar, como tampoco puedo negar que cada tanto y a traición se me filtran en el alma con oscura y perseverante intención.
Si alguien me pidiera que las describiera usaría adjetivos tales como sórdidas, cegadoras, seductoras, altaneras, minuciosas y sumamente persuasivas. También le contaría que, pagadas de sí mismas y seguras de la intrincada madeja que tejen, me han puesto infinidad de veces en aprietos cuando, en un descuido, descubro que he sido timada y envuelta en un tedioso enjambre de hilos, bastante difícil de desenredar.
Insisto en que la duda no es un sentimiento sino un fruto de la mente, un perverso laberinto por el que uno, engañado, camina y encima justifica, convencido de que la maraña no es tal y de que “ellas” son una cierta verdad.
Pero a esta altura de mi vida no quiero ser obcecada y por ello y no sin cierto pesar, debo reconocer que no las puedo negar. Me gusten o no, las maneje o no, las entienda o no, ellas están y son parte del folklore, o si quieren de la piel que nos viste.
La cuestión es la dimensión que uno quiera darles, el espacio que queramos cederles o el caso, en todo caso, que no deberíamos hacerles.

30 de septiembre de 2013

Raíces

Se sienta en uno de los cinco escalones blancos y gastados que pacientes, siempre la esperan. Piernas pegadas al cuerpo y en las rodillas, apoyada la barbilla.
Mira su rosa. Descubrió hace unos días que está llena de hermosos y turgentes botones morados, y piensa en que todo este tiempo la estuvo esperando, mientras se preguntaba, después de trasladarla en pleno invierno y con las raíces heridas, en si lo lograría, cuando lo único que veía eran palos secos sin un hálito de vida.
Piensa en ella, que también se trasladó, y que casi sin nada entre los dedos también se retiró, retirándole la sonrisa, sin darse cuenta, a todo cuanto había alrededor.
Hoy siente que mientras el invierno caminaba lento y los días grises y yermos las envolvían en un luto casi eterno de destierro y palos secos, ambas hundían en secreto y cómplice silencio sus dedos en el suelo para poder llenar de pétalos y sueños las cálidas noches de enero.



20 de septiembre de 2013

Cuesta reiterativa

¿Por qué titulé “Cuesta reiterativa” a este relato? Por muchos motivos, sentidos como todo lo que escribo, en donde nada es inventado ni falseado y lo que suena en el teclado es lo que siento sin intervalos. Así de simple y claro, ahora sigamos.
Hoy pensaba que decir que estoy bien sería, lisa y llanamente, mentir. La verdad es que las cosas están bien, pero yo todavía no aterricé, y si hay algo que no puedo hacer es disimular y sonreír todo el día como si fuera una tonta, porque no sólo se me nota, sino que aparte no aporta.
¿Me quejo de llena? Tal vez, pero nadie está en mis pies.
¿Debería ya haber pasado todo? En teoría sí, pero la práctica dice otra cosa.
¿Fui yo la que elegí este camino? Sí, y estoy en paz con la decisión que tomé.
¿Y entonces por qué todavía no aterricé?
Porque parece que no es fácil despojarse de la piel y porque la inercia hace que siga buscando el tacho de basura en el rincón y porque en el despegue no pude medir ni vi venir lo que iba a sentir.
La cuestión es que todavía estoy acá, con muchas preguntas, muchos porqués, mucha paciencia, mucho pucho y un montón de café.

6 de septiembre de 2013

Ambigüedades

Se sienta con la espalda pegada a la pared y se abraza las piernas. Atenta, escucha un interesante diálogo que se ha filtrado a su lado, aprovechando este momento que, como todos, vive mortalmente condenado.
La muda conversación que la tiene atrapada es un fantástico cruce entre su dios y su diablo, el cual transcurre sin pausa, en un silencio suave y liviano, que la tiene a ella como única escucha, cómplice, testigo, juez y jurado.
Preguntas y respuestas vuelan en el aire como saetas y se incrustan, ajenas, en ningún lado. Sólo la raíz de un reverencial respeto hace que nadie, de todos, le ceda su terreno al otro.
Ella los mira entre extasiada y abstraída, ajena por completo a su protagonismo, el cual, por otro lado, es el que ocasiona este duelo del que no se hace cargo, pero porque hoy está simplemente mirando y no le importa explicarse cómo es que adentro suyo moran voces tan disímiles, una tan lógica y recta y la otra tan llena de nada, tan vacía, tan sonriente y a la vez tan certera como la primera.
Ellos creen que la tienen entre las cuerdas, pero ella, impávida y fría, sólo los observa. Sabe que ninguno va a ganar en esta reyerta y que las preguntas y respuestas quedarán suspendidas en el vano de la puerta, hasta que el tiempo, viejo y sabio, venga despacio y con paciencia, las disuelva.


29 de agosto de 2013

Descripciones

Soy una señora. Una mezcla de Godiva, Jolie, Bovary y chica Almodóvar. En la cacerola hay una pizca de todas pero el guiso tiene gusto a “mí” sola.
No sigo una línea. Zigzagueo en la vida, con el “tal vez” instalado y el “nunca” mutado en sonrisa.
Hoy estoy, mañana no sé ¡Bah! Eso siempre fue así, pero por lo menos ya lo entendí.
A veces voy y a veces me llevo. Más voy, porque el me llevo es “debo” y de él trato de huir lo más que puedo.
Entendí esto de la acción sin acción, lo del efecto. Todavía me cuesta pero me tomo el tiempo, aunque a veces me llene de desespero.
Me gusta el negro. En el café, en el té, en los autos y en la ropa. Debe ser porque nací en la noche que el oscuro me llama, como me llaman el fuego, los caballos, las soledades y los silencios.
Soy rutinaria y me molesta el desorden, el propio, claro, porque el ajeno me tiene sin cuidado.
Perceptiva cuando tengo ganas, cuando estoy centrada.
Uno de mis tesoros son mis tiempos y porque son míos los uso, los dejo o los pierdo pero siempre por mí, en eso mi egoísmo es asqueroso.
El otro tesoro es mi paciencia, de ella huelga decir que no hay nada que haya probado que sea a la vez tan dulce y tan amargo.
También soy lenta, pero me salva esto de, en algunas cosas, no dar vueltas.
Llena de defectos que no sé si balanceo y que sí acepto. Pero porque entendí que es lapidario no hacerlo, como es lapidaria la estructura de la que carezco y que no me permitiría el cambio.
Trato en lo posible de mirarme en los demás como en un espejo, y reconozco que muchas veces me resulta doloroso.
Negocio y hago trueque. Soy cómplice y complaciente. Algo así como una planicie en pendiente.
Estoy, pero cuando me voy, desaparezco para siempre.
Mis manos hablan y dicen lo que mi alma. Algunas cosas escondidas a la vista son más que directas, es sólo cuestión de entenderlas. Pero nunca los susurros de mis dedos son conversaciones pendientes ¡eso jamás! Si tengo algo que decir lo digo sin rodeos y en ese momento no pienso. Si hay algo de lo que carezco es de la diplomacia en cuanto a lo que siento.
Yo no sé si es posible entenderme, pero suelo avisar que el silencio obvio es catastrófico y que mis palabras no son más que una licencia que me tomo como algo jocoso.
Por eso digo que soy una mezcla, una mezcla rara de tacos y alpargatas, maquillaje y cara lavada, tapado italiano y camperas usadas, medias gastadas y remeras manchadas, silencios y carcajadas, nudos en la garganta y calma, pasión y aspereza, bronca e indiferencia, y la verdad es que a veces todo me llega y esquivo balas a diestra y a siniestra y otras nada me interesa.
En fin, como dice mi madre: Soy “una mezcla rara de Musetta y de Mimí”, una loca cuerda, suelta por ahí, que escribe sólo por el gusto de escribir.



Sensibilidades

Hay días en los que todo me resbala y nada me mueve ni me produce escozores, es como si estuviera encerada, lejos de todos y cerca de nadie. Pero hay otros en donde hasta una caricia me mata. Son esos momentos en los que quiero perder a propósito la memoria, cortar de un hachazo los cuestionamientos y hacer desaparecer del vocabulario los porqués, los cómos y los entonces. Pero no puedo, no es algo que esté en mis manos, no es volitivo, es simplemente algo sentido en donde la mente no entra por más que haga el esfuerzo de repetir como un loro el “no debo” dichoso.
Sentir forma parte de otro universo, y lo que siento en esos momentos en donde la cera se derrite y el “a flor de piel” aparece, no puedo evitarlo.
A veces suelo hacerme la distraída pero no tarda mucho en volverme a la tierra el puño de fuego en la boca del estómago, y no es por la cantidad de café que tomo, ni por todo lo que fumo, no, la realidad es que “la realidad” es siempre un bicho enorme e inocultable que ni siquiera puedo disfrazar.
Pero pasa, yo sé que pasa. Es sólo cuestión de esperar que los días se lleven esa parte del vocabulario que no puedo hacer desaparecer ni perdiendo a propósito la memoria y que hoy no me nace hachar.


27 de agosto de 2013

Intemporalidad

Camina relajada. No hay anteojos, taco aguja ni lluvia, sólo pura soltura.
El viento borra los pasos que ella deja en la arena blanda, como se borran para siempre los segundos cuando pasan.
No hay una forma, no hay palabras y sí un sentido imperceptible y casi tímido que le muestra que la manera concreta no existe, porque en este lugar no hay espacio para la lógica, ni para las letras o las voces dando explicaciones.
Lo que siente no se ve ni se toca, al fin lo insustancial es lo que mueve las cosas y las acomoda.
Y así, sin pausa ni medida cierta, el sutil intemporal presente, va dibujando y desdibujando esta pintura, y el viento se la va llevando, sin prisas y con toda soltura, como se lleva las huellas que ella va dejando en la arena.

13 de agosto de 2013

Vagabunda

Sale descalza y se sienta. Eléctrica, se agarra el pelo con las manos y lo retuerce para que no se le pegue en la cara.
Un saco largo y viejo de lana colorada la aleja un poco del viento, pero el frío, implacable, se cuela igual por entre los puntos abiertos.
Todavía tiene la mirada perdida, está como nublada, ausente, lejana. Le cuesta concentrarse, alinearse y ordenarse y aunque el alboroto ya es casi un susurro imperceptible, siente que después de tantos años de escucharlo, no puede sacárselo.
Pero hoy no es sólo eso lo que le molesta, y enojada, entra.
Se para en el medio de la sala con los brazos en jarra y se observa. Algo le falta. 
Es su sonrisa, que no por nada, se está haciendo la vaga.

7 de agosto de 2013

Otro lugar

Estoy en otra mesa, en esta “otra”, ya mi casa. Hice de un rincón de ella mi escritorio, por ahora itinerante, en donde descansan mis dos gruesos diccionarios, la taza de café y una violeta de los Alpes con flores blancas que me mira mientras escribo pero que no me habla. A mi izquierda están mis papeles, un puñado de héroes que lograron no hace mucho la increíble hazaña de escaparse de las llamas, y también me acompaña, infaltable, el segundo cigarrillo del relato que, acostado en el cenicero, espera tranquilo mis pitadas mientras hago el esfuerzo de viajar a mi centro.
Me miro, estoy más tranquila, más sosegada y sin embargo sigo disgregada y un poco desordenada.
Me hundo más adentro, trato de escarbar para ver lo que hay, pero es dura la última capa y necesito tiempo para volverme a hallar.
En el camino de este corto viaje, me encuentro con mi paciencia. Está sentada. ¡Pobre! Le pedí tanto estos últimos años que se quedó sin aliento después de tanto desencuentro y ¡tanto remo! Y allá está mi alma, la veo algo lejos y llegar a ella me cuesta. Entre nosotras se interpone este cansancio tan destilado que tengo, artífice innegable que impide que nos toquemos.
Aguzo el oído y hago mutis de pensamientos. Oigo que afina los instrumentos la orquesta. Sonrío. ¡Al fin se están encontrando las corcheas!
Observo con detenimiento a mis amadas manos. Me duelen. Están ajadas, lastimadas y secas pero aun cuando sangran, no cejan.
Miro para abajo. El suelo yermo se está quebrando, signo de que algunas semillas están brotando…

Acabo de dar una vuelta por mí.
Afuera hay orden
pero adentro pasó un huracán.

Y en este maremágnum sin precedente
que me dejó el sabor de la hiel en los huesos
el frío del hielo en el cuerpo
el pelo lacio revuelto
y en donde jugaron conmigo sus vientos
como si yo fuera un muñeco
desarticulando cada uno de mis pasos
sacándome el piso a cada rato
y tirándome al abismo sin asco:

crucé el puente
corté las sogas que me estaban ahorcando
y ahora que terminé

me estoy buscando…



6 de agosto de 2013

Los relatos y yo

Sigo revisando bagayos y hoy le tocó de vuelta el turno a los relatos, a todos los que ya escritos, siguen flotando entre el antes y el ahora, como brotes que no llegan a hoja o minutos que no suman para hora.
Pero, y como siempre hay un “pero”, por instinto los dejo, y es que me da pena borrarlos, porque de muchos me gustan pedazos, a otros sólo les falta el último coletazo y todos esbozan un tiempo y un estado y me remontan y riman y a Ella o a mí nos pintan.
Les cuento que a veces me tienta publicarlos, así como están, sin tomarme siquiera el trabajo de arreglarlos, pero mucho me temo que la confusión resultaría peor que el entripado, aunque avisara de antemano que al leerlos podrían morder el asfalto y caer a los tumbos y sin remedio por el acantilado.
En fin, con ellos hago lo mismo que conmigo misma, se los doy en las manos a la vida y me siento, y cada tanto los leo, y espero.
Espero porque, como dicen, “todo es por algo” y por eso algunos tienen sólo el título (como mi vida) y el resto de la hoja está en blanco…



23 de julio de 2013

Los fuegos

Cuando sentada en la cocina de mi casa aquel diez de junio, decidí darle al “antes” un final, me dispuse a revisar todo lo que “prolijamente olvidado” había guardado ni yo sé a qué destino destinado.
De muchas de esas cosas me desprendí sin más trámite que un “ya fue”, pero con otras dudé y hete aquí que mientras la pila de lo que se iba crecía, la de lo que se quedaba no se achicaba, hasta que llegó el momento en donde no había más “lo que se iba” y no tuve más remedio que enfrentarme con la que se quedaba. Parada en la cocina reconocí que estaba en un atolladero y que más vueltas no iban a resolverlo.
Nada mejor para estos casos que la contundente y certera bala entre los ojos de mi hijo mayor, a quien recurrí  explicándole en un par de palabras lo que me pasaba. Su contestación fue concluyente: “Dáselas al fuego, son tus cosas, a vos te corresponde el entierro.”
Entonces me senté frente a la chimenea, íntima y serena, y en reverente ritual convertí en cenizas todo aquello que había acumulado durante años. Se fueron entre lenguas de fuego desde dibujos de mi infancia hasta fotos y cartas, partieron citas y poesías que con paciencia y hermosa letra había escrito en tinta china y cuadernos repletos de lágrimas y penas. En polvo gris se convirtieron libros enteros, sobres con recortes, lápices de colores, agendas obsoletas, cestas, flores secas, música, nombres, muchas caras y algunas viejas cuentas.
Entendí durante el fuego que no necesitaba una muñeca para recordar a mi padre, ni la fotocopia de una mano para pensar en mi hermano, ni un chupete rosa para sonreírle a mi hija, ni un dibujo de líneas rectas y colores para sentir a mi madre, ni un te amo dibujado para mirar a mi hijo menor y menos un gancho celeste para volver a parir al mayor.

Solo sé dos cosas con seguridad: una es que voy a morir y la otra es que adentro mío hay cuarenta y seis años que no puedo volver a tocar y que, intransferibles, son imposibles de olvidar. 

19 de julio de 2013

Humo

Es temprano y tengo algo de tiempo. Afuera brillan diamantes de escarcha y sobre el agua, una bruma blanca hace “fiaca” mientras espera que el sol la saque de la cama.
Desde hace días siento que un silencio suave y blando se cierne sobre mis manos, tal parece que a mi alma se le cerraron las páginas y yo me quedé sin palabras. Es por eso que se me hace cuesta arriba la hoja en blanco, pero es costumbre de ambas llamarnos y así es como nos sentamos, las dos en el mismo banco, cruzamos las piernas y entre café y café “con-jugamos”.
Últimamente se me están haciendo escasos los segundos para sumergirme en mí misma, pero no me he perdido, sé que este “nadar afuera” es la bocanada de aire que necesito para afinar la orquesta, para que la desesperación mute, para que la paciencia descanse, para que el camino se despeje, para que la luz me muestre, para que las cortinas se abran, para que caminar descalza no duela, para que el frío se derrita y para juntar los pedazos de mí que han quedado regados por ahí.

Hoy ya estoy sentada en la otra orilla y, junto a lo poco que ha ido a la par, estoy viendo cómo se termina de quemar, junto a los maderos del puente que acabo de cruzar, todo lo demás.

13 de julio de 2013

Eco

Entro. La casa está vacía. Paseo los espacios y no hay ladridos ni risas, sólo escucho el eco de mis pasos que confirman que los recuerdos no están escritos en un ladrillo, sino adentro de mis bolsillos.
La verdad es que no siento el dolor la partida, pero debe ser porque raramente me fui yendo sin irme con el cansancio de los días.
Hoy estoy sentada en “otra mi casa”, sola pero acompañada, tengo las piernas cruzadas y descansan sobre la mesa la taza de café vacía y el cenicero lleno de colillas. La luz que entra por los ventanales ilumina mis manos y la lluvia bendita toca monótona una melodía que hace que de a poco mi alma tullida vaya despertando de nuevo a la vida.

Se fueron hace unos días más de veinticinco años de historia
  y algo así como mil vueltas alrededor de la tierra
de pasos en la cocina.
Me llevo entre la ropa
las lágrimas de escuchar aletear fuera del nido a mis crías
las de ver partir para siempre a mis negros
y las de haber echado al río dos sortijas.
Se quedan en los rincones
los susurros de conversaciones dolorosas
la toma de duras decisiones estando sola
y las risas más hermosas de hasta acá esta historia.

Hoy la casa es la cáscara de la jugada más larga,
es la mitad de mi vida cerrada
y el jaque a la reina que tanto esperaba.

1 de julio de 2013

Escombros e historia

Hace mucho que me estoy vaciando, varios años, nueve para ser exacta. Empecé afuera, intercalé con el adentro y navegué entremedio. Hubo momentos de oleaje intenso, otros fueron menos densos pero los cambios se notaron hasta en mi cuerpo. Las huellas son imposibles de ocultar, tengo marcados a fuego la piel y los huesos, pero mi alma, cansada y algo silenciosa, está intacta.
Cada día, desde la decisión del cierre, estoy menos llena de “cosas”, tirando los últimos lastres por la borda y desatando los cabos que me mantuvieron detenida en este puerto gastado y deshabitado, otrora mi refugio y mi nido, ahora vacío.
Parto casi sin nada, muy poco es lo que me llevo, en un ladrillo no están los recuerdos. Ellos viajarán en mis bolsillos adonde quiera que vaya y serán míos hasta que dé el último suspiro.
La puerta del “antes” rezonga mientras se cierra, como rezongan a cada paso mis piernas cansadas, mi espalda anquilosada y mis manos paspadas.

Algunas lágrimas ruedan por mis mejillas
y mis ojos verdes brillan
pero una mano cálida me sostiene,
es la otra mitad de mi vida.


29 de junio de 2013

Cierre

Debo aclarar que este relato lo escribí el 10 de junio.

Hoy llegué a casa. Colgué la campera, guardé la cartera y las alpargatas y abrí todas las cortinas. Me hice un café, prendí el primer cigarrillo del día y me senté. Mi hijo no estaba y como viene pasando desde hace tiempo, sentí que el techo me pesaba. Se llenó de pensamientos la cocina, y yo de sensaciones encontradas.
Levanté la vista, hasta ese momento incrustada, y vi que un vacío muerto, mantenido hasta el último suspiro y arrastrado sin sentido por mi cuerpo, se dibujó en el aire, trazo a trazo hasta hacerse prístino.
Seguí mirando y sintiendo, latiendo cada rincón, y lo mismo se me mostró.
Logré al fin entender el ahogo, las lágrimas, la desesperación, el maldito frío, el gris eterno, la melodía desentonada, la incomodidad de no poder respirar, el desgano de mis tacos, el agua revuelta y el dolor constante, inmisericorde y amargo, de la paciencia.
Sé que rumiar es un desgaste, pero cerrar me lleva tiempo. Son mis tripas las que deciden que es momento de patear el tablero, son ellas las que me dan la fuerza y me dicen con certeza que es momento de barrer con todo y hacerle jaque a la reina.

Hoy, a casi veinte días de haber escrito esto, agrego que lo que sigue es desconocido y distinto, y que lo que vislumbré esa mañana, sentada en la cocina de mi casa, no fue ni remotamente un delirio mío

fue oxígeno


18 de junio de 2013

Punto cero

Hoy no estoy inspirada pero la página en blanco me llama. Mis dedos quietos están haciendo un esfuerzo de mala gana y adentro mi alma está sentada, suspirando y desenterrando volutas inconclusas mientras la orquesta no suena, porque no han llegado a un acuerdo las corcheas.
El segundo cigarrillo, acodado en el cenicero, fuma pitadas de “te espero” y el café viene caminando lento, como dándome rodeos.
La orden sigue sin llegar de mi centro, pero debe ser por el desorden que tengo adentro, quiero creer que es por eso que a mis dedos les huelga el movimiento.
Ahora no hay ruidos, todo es puro silencio, tal parece que mi mente estacionó en la banquina y se bajaron todos los pensamientos…
Creo que voy a destiempo, abducida por la inercia del “yendo”, patinando en el hielo, charlando con nadie, caminando suelo yermo.

16 de junio de 2013

Ilación desunida

Sentada, piernas cruzadas, café, cigarrillo, sol, frío, ojos pintados, sin anillos, pelo recogido, varios relatos leídos y ninguno concluido.
Trato de unirlos pero están como yo, desparramados, desenganchados, separados y flotando en un vicioso hastío mareado.
Cada vez que los leo, los veo como un rompecabezas sin principio ni final, todas las ideas están mezcladas y cuando quiero armarlas y veo que es un trabajo tan grande, meto todo de vuelta en la caja y la vuelvo a guardar, con la obvia y absurda excusa de que tal vez mañana o algún día quizás…
De todo lo que tengo sin terminar y con todas las historias de mi vida que no logro cerrar se me ocurre que podría hacer un alocado libro, pondría las páginas en cualquier lugar, con la última haría la tapa y a todas las dejaría sin numerar. Le pediría a la imprenta que dejara las hojas atadas pero sueltas para que se pudieran leer también del revés, y les diría que usaran tinta deslizable, resultaría divertido ver patinar a los adjetivos en una oración de puros verbos y tratando de conjugar una familia “poligámica” de sustantivos.
Podría suceder también que al sacudirlo, los párrafos que yo no puedo unir encontraran a su par y mis ilaciones desunidas tendrían así algo de sentido.
En fin, imprimiría todo lo que he escrito y que ustedes todavía no han leído y terminaría las historias que no he cerrado y que navegan sin rumbo en mi humilde barquito, metería todo en una botella y se la daría de postre a mi río para que con su vaivén acomode las letras y me haga visible el destino.

14 de junio de 2013

Gris diablo

Baja los cinco escalones gastados y camina la arena blanda, alguien va a su lado, andando a su mismo paso, dejando marcadas otro par de huellas y sosteniéndola con firmeza para que no caiga.
Es honesta consigo misma, ahora lo necesita, como lo necesitó aquella vez cuando decidió subirse para manejar su propio tren, y como lo necesitó tantas otras veces, después.
Ella no lo llama, él aparece así, de la nada, y tirando con fuerza la rescata. No precisa convencerla ni mentirle, se conocen desde hace años y, cuando no hay blancos ni negros y todo se nubla y el entorno es un monótono color ceniciento, ella se permite esto para que se libere el acceso, para volver a ver los extremos, para rozar el equilibrio y sacudirse los grises intermedios.

Hoy, dos pares de huellas cruzan el puente,
son Ella y el Diablo,
y van de la mano.

13 de junio de 2013

Inercia

Voy, estoy yendo, ya casi llego. No voy porque quiero, estoy yendo por inercia. ¿Llego? Y… no sé, por eso puse “ya casi”, porque no sé si la inercia alcance.
¿Susto? Un poco sí, esto de que la vida maneje mi carro para mí es raro, por eso voy sentada así como dura y calculando, pero sólo por si tengo que bajarme de un salto.
Ya no tengo mandíbulas ni espalda de humana, de acero son ambas, de ese metal plateado y brilloso en el que a veces, también, se convierten mis ojos.
¿Cansancio? Tal vez algo, pero es más como haber bajado los brazos ¡bah! Es una mezcla, un cóctel sin nombre de “varios”.
Una locura sana me persigue, una locura desvariada y considerada, una locura que hace que tenga que anotar todo y no me acuerde de nada, una locura que me avisa que estoy en el tope tocando fondo, una locura que me mantiene a flote, una locura razonable que le pone nafta a mi inercia y hace que yo siga sentadita en el borde del asiento y con todos los músculos tensos por si tengo que pegar el salto para que el “casi” quede resuelto.


3 de junio de 2013

Espejos y calesitas

Leí recién un comentario de uno de mis relatos que decía: “El después no llega si el antes no se va”. Otra vez mi querida Adri me pusiste contra la pared, otra vez levantaste el espejo para que me viera. ¿Y si lo rompés?
Te veo sonreír, no lo vas a romper y me vas a seguir poniendo contra la pared porque sólo leyéndome sabés que ando metida en una encrucijada, parada en el medio de la nada, con todo por resolver o como se dice en la jerga “con el pescado sin vender”.
También me dijiste por ahí que todo es relativo. Sí, es verdad, sentirme una estúpida es relativo, buscar el equilibrio entre el instintivo lobo y mi Yo civilizado o entre la asceta y la esteta que viven en mí también son relativos.
¿Y si me ayudás a parar la calesita un ratito? Es que la rueda gira tan rápido que no alcanzo a ver quién es que tiene la sortija ¿no serás vos no? Porque entre que le pido al viento que se lleve mis delirios, la desentierro a Ella para no quedar yo tan despedazada, tengo conversaciones fusiladas, una orquesta confundida, camas desarmadas, escombros para regalar, más fantasmas y miedos que pecas, cosas que explicar, destinos que alcanzar, “despuéses” y antes por la mitad, y libros que no sé en dónde guardar, estoy, te juro, que me voy de acá.

Salvedades

Sale de la casa envuelta en su chal, pero no es que haga frío sino que el frío la acompaña desde hace rato y no sabe muy bien cómo hacer para sacárselo. Se queda parada apoyada en la baranda con los brazos cruzados y los pies descalzos, uno sobre otro, en descanso.
No hay mucho que ver, es de noche y está oscuro, pero igual su mirada se dirige hacia “allá” y “allá” es muy vago pero siente que es el lugar exacto.
Piensa, se desliza, flota, trata de respirar. Está incómoda, incómoda adentro y con la sensación de no pertenecer a su cuerpo.
Busca, pero sigue sin encontrar el lugar físico en donde anclar, donde quiera que esté no encuentra el espacio en donde ella y sus libros puedan caber. Se le erizan los pelos de la nuca, siente el peligro de haber llegado a un punto crítico, en el que inmune, todo le da lo mismo.
Son un cúmulo de eventos que acarrea y no termina de soltar. Son los cambios que tiene que masticar, son todas esas cosas que no pueden darse por sentadas y necesitan de su constante “acomodar”. Son demasiadas, tal vez no tantas, pero en su hartazgo y cansancio le llenan la canasta.
Parpadea y entra. Se sienta y deja caer la cabeza. Ahí se queda, ni fuerza para levantarse de vuelta.

30 de mayo de 2013

Rendición y suspensivos

(Estoy que pateo el tablero y me pongo a coser la bandera blanca de la rendición, 
pero voy a dejarlo ahí, por lo menos por ahora…)

¿Les cuento una infidencia? Hablé conmigo misma esta mañana, linda charla, instructiva, cordial, me reservo “lo agradable”…
Me sentí una estúpida, disculpen la palabra, pero otras "irreproducibles" pasaron por mi cabeza mientras prendía el segundo cigarrillo y me tragaba el café, que de haber sido agua ni cuenta me daba.
Bueno, les sigo contando la infidencia. Hace días que vengo revisando algunas cosas y por ahí resulta que creo que se me mezclaron todas y las veo borrosas (las letras y las cosas) pero debe ser porque me resisto a usar lentes, o porque por ahí no tienen que ver con “ver” exactamente...
La cuestión es que en esos “hojeos revisteriles” y con toda la objetividad de la que soy capaz, he decidido contra mi voluntad, pero sólo porque mi historia así lo indica, ser cortés que dicen lo valiente no quita.
No sé bien si me entienden, pero no se preocupen porque hay momentos en donde hasta yo me pierdo y no me entiendo y sutilmente patino un desgano bizarro porque tengo lisas las suelas de los zapatos...
¿Hora de parar rotativas? Sí, hora de descanso y no tanto, hora de hacer fila de pensamientos y “encolumnarlos” para compararlos.
Gracias, ya me siento un poco mejor, hablar conmigo es sedativo, sentirme una estúpida es relativo…


(La rendición la dejo para más tarde y en cuanto al tablero…
y la verdad es que estoy que lo pateo…)

29 de mayo de 2013

Orquesta

Hoy el árbol no me deja ver el bosque y el bosque no me deja ver el árbol, pero es simple, no veo a ninguno de los dos porque no quiero verlos, porque tengo los ojos cerrados, porque no quiero abrirlos, porque no, no y no.
¿Enojo, desilusión, pasmo, aturdimiento, azoro? Todo, es todo eso y más que en el diccionario de sinónimos no logro encontrar.
¿Qué siento? Que son míos esos sentimientos, que no me gustan, que me incomodan, que por ahí me asustan o me sorprenden y me agarran desprevenida porque no puedo ocultar lo que gritan mis tripas y porque me delatan la voz, la mirada o algún gesto que al fin revelan sin filtro lo que siento.
¿Qué sé? Que la orquesta es una sola, que hoy suena confundida y que no sé cómo seguir la melodía.

26 de mayo de 2013

En donde

Se levanta el vestido y descalza sale. Se sienta en el medio de uno de los escalones y se mira los pies, busca de alguna manera las respuestas a las preguntas que la han estado rondando todo el día como un abejorro ronda un frasco de miel. No las ve, y menos mirándose los pies.
Apoya los codos en las rodillas y levanta la vista, el agua barrosa de su río la seduce, callada y ociosa, y la invita a meter las manos, pero ella no es tonta y haciéndose la distraída esconde rápido los dedos ante solapado atrevimiento.
No quiere saber hace cuánto tiempo tiró todas las fichas sobre la mesa para hacerle jaque a la reina, pero se le está haciendo largo y en cada jugada se le va el alma y hace agua y el achique duele y en el aire queda suspendido el  gesto de barrer todo con el brazo porque sabe que el desastre está al acecho, como una víbora, esperándola, enroscado en su cuello.
No quiere saber, no, ya no quiere ni pensar. Este “a todo o nada” está lejos de terminar y hasta que, solo, se aclare el lodazal, el show debe continuar.
Se levanta, ya es de noche y tiene frío. Deja las preguntas al rescoldo del infinito y descalza entra a su cobijo con las manos en los bolsillos.

El destino intacto la mira desde la mesa de la cocina. ¡Vaya acertijo!

16 de mayo de 2013

Aclaro, así no oscurece


Este escrito es un expreso pedido de mis padres, pero sirve también como aclaración para el resto del mundo.
Se me ha dicho que mis relatos son tristes, que escriba de alegrías y que le ponga humor a mi vida.
En honor a la verdad debo decir que soy una mujer alegre y positiva, pero también soy realista y aunque no parezca tengo “ambos dos” pies en la tierra. Yo no escribo ficción, escribo lo que siento, lo que me pasa, lo que me pesa, lo que me duele, lo que aprendo y lo que veo. Lo mío no es un cuento.
En “Desatando la locura” escribo en primera persona y en “Relatos” lo hago a través de “Ella”. En cualquiera de los dos estoy solita mi alma, a veces me desnudo mucho, a veces me tapo, a veces dejo que fluya en un tiro por elevación y en otras ocasiones vomito sin asco letras a diestra y a siniestra.
Escribir evita que pague un psicólogo, yo hago catarsis con los dedos, podría decir que el teclado es mi diván, las piernas cruzadas son el florero de la mesita, el cenicero lleno de colillas bien podría ser el sillón y la taza de café pongámosle que es el especialista.
Si me ven llorando o arrastrándome o cayendo o lo que sea que haya escrito, no quiere decir que todo mi día haya transcurrido así. Son momentos, es así de simple y si no escribo me ahogo. Pero ¡ojo! Un relato no es un retrato de mi vida cada segundo del día, sino sólo “un rato” de mi vida.
Y para concluir sólo quiero decir que cada párrafo es una hora de diván que yo me ahorro y que otros tienen que pagar. 

Para mi padre Pascual y para mi madre Norma. Los amo. 

15 de mayo de 2013

Un par de amigos...


Dicen por ahí que el miedo y los fantasmas, de cerca, son más chicos de lo que parecen, pero también es cierto que son feos hasta el espanto y es por eso que desde hace horas y del susto, mi corazón anda galopando desbocado y no puedo hacer nada para pararlo.
Están tan cerca que anoche me acosté vestida de pies a cabeza, con todo y medias, pero rondaron entre mis sábanas y sin misericordia escarcharon para siempre mi alma.
Alguna vez escribí acerca de estos dos personajes, ahora sé que no cabalmente, porque hoy son mi aire y podría definirlos hasta el más nimio detalle.
Estos muchachos no son buenos consejeros, más bien un par de diableros, vándalos y ventajeros, que a mi tren se subieron y no sé cómo se convirtieron en mis únicos pasajeros.
La verdad es que peco por andar sin destino, hoy siento que salté al abismo y estoy desafiando en el camino al mismísimo vacío. 

13 de mayo de 2013

Revisando


Estuve revisando en estos días mis “bagayos”, aquellos que moran mi alma, los que he escrito y también los pensados, y me sorprende (y no tanto) la precisión con que se repitieron las cosas este último año ¡Pero ni que las hubiera calculado!
Inocente de mí, una estúpida fui ¡Qué manera de sufrir, y todo para llegar al mismo lugar desde el que salí!
¿Cómo no lo vi, para dónde estaba mirando?
Estoy enojada, enojada conmigo, enojada con mi inocencia porque me está pasando de nuevo y porque al final eso de que todos los caminos conducen a Roma es absurdo sí, pero ¡tan cierto!
Voy vestida de una furia confundida después de tanta penuria, vestida de un enojo que tiñe de rojo todo lo que toco, como si de golpe me hubieran puesto frente a los ojos un dibujo pintado por mí y que recién reconozco.
Soy un metro ochenta con tacos de ira galvanizada, setenta kilos de mufa materializada y dos puños que golpearía contra mi cara si no fuera lo único que casi sin huella me queda, después de tanta pelea.
No hay consuelo ni excusa que valga la pena ¿Qué podría decir que no sepa de mí, cuando ya es tarde para no reincidir? Nada, nada en absoluto que por mis huesos no haya pasado en todos estos meses en los que estuve yendo para ningún lado.
Hoy siento que mi cordura, mi paciencia, mi locura y mi desesperación se mezclan en el aire y sin misericordia se clavan como dardos en mi carne.
¿Vienen a mostrarme? Sí, vienen a mostrarme lo tonta que fui y lo obvio que no vi.

11 de mayo de 2013

Ambas


Está feo el día y es temprano, pero parecen las siete de la tarde. El viento sopla fuerte a mi pedido, quiero que se lleve mis delirios y me deje sola y en silencio con mis notas y mis libros. Nada más que eso pido.
Por eso hoy voy a su encuentro y me abre la puerta Ella, mi otra parte, mi “quisiera” y sonríe mientras la cierra, para que no se cuele nadie y para que yo pueda despatarrarme y llenarle de miradas que sólo ella entiende, las paredes.
No es posible ni queriendo que interrumpan el misterio. La dirección es vaga pero cierta y su cara se desliza entre tantas como una más, imposible de identificar.
Hoy vengo a llenarle el espacio de disparates, porque quiero deshacerme un rato de ellos y que ella los cargue y para eso no hacen falta palabras, el alma no tiene letras, es una partitura bella, llena de música pero sin corcheas.
Mi espalda está pegada a la pared y la de ella lleva todo lo que le endilgué. Su calma se suma a mi asombro porque sus hombros llevan mi peso y ella lo carga sin pensar en que puede ser un estorbo.
La miro, ahora sé qué hacer con mis escombros.

10 de mayo de 2013

Mi respuesta


Cuando te pregunté qué habías sentido al leer mi relato, tu ¿y yo? fue instantáneo. Igual te expliqué, pero me faltó algo y me quedé masticando tu sentir, porque no te voy a mentir, fue el mismo que el mío cuando habiéndolo terminado de escribir, lo releí.
En él hablo de un círculo que se está cerrando, de una etapa de mi vida que por momentos se hace demasiado larga y que en ese instante en que todo se detuvo y el silencio cayó pesado sobre mi mesa, vos desapareciste porque en entre esas nostalgias no estabas.
No hay más que eso, fue un segundo de sentir cómo caía sobre mi cabeza un balde lleno de historia, fue verme decidiendo siempre sola y arrancándome de la cama cada mañana porque la vida seguía girando y porque ni siquiera me tenía que importar lo que fuera que hubiera pasado ocho horas atrás.
Eso nada más. Un antes y un después. Un antes que tarda en irse y un después que tardó en llegar pero que ya está acá y que en ese relato no me permití mezclar. 

4 de mayo de 2013

Recién


A veces el silencio pesa, el café no alcanza, las cosas que debería hacer sobran, el sol no entibia, los cigarrillos se acumulan en el cenicero, las listas se alargan, la música molesta, el siguiente paso duda, los estantes se vacían, los libros se llenan de tierra, el día no dura y la noche se esfuma.
Recién se detuvo un instante mi vida, mi historia, mi respiración y no hay palabras para describir lo que siento. Sólo estoy sentada, con las piernas cruzadas y en la cocina que tanto amé pero que ya no siento como mía. Sobre la mesa está el bendito block que me ayuda a no olvidar lo cotidiano, la birome, la billetera, el control, la taza vacía, la canasta llena de fruta, el estuche con los cigarrillos y el zippo, el cenicero lleno de colillas y sobre las piernas tengo una cartuchera de jean que me hizo mi madre cuando iba a la secundaria.
La casa está vacía, mis hijos lejos, yo más vieja, más lenta, más real, más fría y dolorosamente sensible.
Me están matando el silencio, las ausencias, los espacios vacíos, las cosas guardadas, las camas desarmadas en el altillo, la cocina ordenada, las voces que no escucho y los abrazos que no siento. Me faltan los besos de mi hijo mayor en el cuello, el perfume de la piel de mi hija, el ruido de la patineta del chiquilín y las miradas de mis negros hermosos, Luna y Athos, que ya se fueron y que descansan en el jardín trasero de casa.
Un segundo, un sólo segundo se detuvo mi mundo, y pasaron como una ráfaga cuarenta y seis años de nostalgias y un mar de lágrimas.

2 de mayo de 2013

Al viento


Sale del encierro en el que estuvo enterrada todo este tiempo. Abre la puerta y descalza y sin abrigo se asoma al invierno.
El frío la deja sin aire, se le eriza la piel de los brazos y un alboroto de viento le desacomoda el pelo a los manotazos.
Los primeros pasos le cuestan, los escalones están mojados igual que la hierba y los charcos reflejan, en la estepa de arena, una luna blanca llena de pecas y pena.
Encuentra un lugar en donde sentarse, necesita mirarse de cerca, busca un espejo que la muestre y aguza el oído esperando esa voz que la despierte y la aleje de la muerte.
Invisible pasa el tiempo a través de su cuerpo y Ella le pide que arrastre lejos la zozobra de sentirse inerte, más él le cuenta que ya ha hecho el intento y como agua se le escapó de las manos lo vano de estos últimos veranos, lo cierto de tantos de desconciertos, los gritos mudos del silencio, la caída libre desde lo más alto del cielo, las lágrimas de su llanto eterno, el ahogo del desconsuelo y la sensación de estar nadando en los fuegos del mismísimo infierno.
Desencajada lo mira, acaba de escuchar una conversación fusilada, un diálogo con el dios-diablo, un cruce de palabras de una confusión bien entendida, una sorpresa sabida de una patinada que terminó en caída.
Se levanta, no hace frío pero tiene el alma helada. Entra a la casa con los pies mojados, la cabeza gacha y el pelo pegado en la cara. Está oscuro adentro, adrede no descorrió las cortinas para no verse y adrede también, se sienta en el rincón más lejano de la habitación para esconderse de tanta desolación.

20 de abril de 2013

"Ella"


Hace un tiempo me despedí, me fui y la dejé sentada en sus escalones blancos con la brisa acariciando su pelo largo y la cara apoyada en sus hermosas manos. Partí pensando en no volverla a ver y anuncié que iba a intentar desnudarme yo sola, pero para no desnudarnos a ambas.
Con las manos en los bolsillos me alejé sin voltear para mirarla y Ella se quedó ahí, sin inmutarse y sin siquiera una palabra.
Creí que con el tiempo iba a olvidarla hasta que me di cuenta que, cada tanto, un susurro me traía su intención en algún relato. Escribía en tercera persona, la nombraba sin darme cuenta y hasta se me escapó ese “estar sentada y con las piernas cruzadas” que en algún párrafo debe estar dando vueltas porque me resistí a borrarlo.
La extraño, extraño los anteojos negros, el ruido de los tacos en las esquinas solitarias, el silencio de las noches de lluvia, la taza vacía, la brisa salada, los almohadones color naranja y ese risueño andar descalza en la arena, cansino y suelto, que tanto quiero.
La verdad es que hay días en los que la necesito para no quedar tan despedazada, para sentir que no siento sola y para que me ayude a juntar todo lo que se desparrama sin tener que explicarle nada.

(Creo que en un punto Ella es lo que yo quisiera.
Es ponerme los vestidos blancos que no uso
es caminar la arena que no piso
es el silencio que no tengo
y es también rozar la locura de este invento
que sabemos las dos es algo cierto.)

Vuelvo sí, estoy volviendo y Ella me está esperando.
No hay un día para el encuentro ni un momento fijado, sólo Ella y yo, cinco escalones gastados y cuatro pies descalzos.  

17 de abril de 2013

En partes


Un comentario inspira hoy este relato. Un comentario que me enfrenta con la verdad (esa verdad que no quiero ver) contemplada desde otro espejo y tan real que me golpea con una fuerza que me resisto a reconocer.
Estoy desdoblada y anquilosada, ociosamente cansada y, valga la redundancia, circulando en círculos alrededor de nada.
¡Cómo me leíste entrelíneas mujer! Ni yo vi con claridad lo que ante tus ojos apareció como una instantánea de mí. Recién me di cuenta de la encerrona en la que me metí y de la que no puedo salir, recién, hace dos minutos, cuando pusiste entre mis cejas esas palabras que, como una bala certera, por un instante helaron la sangre en mis venas.
Me diste en qué meditar, abriste así, como quien no quiere la cosa, una puerta por la que no quiero pasar, porque en un punto creo que dejé de caminar, porque todo es demasiado largo, porque el pozo es tan hondo que siento que no tiene fondo, porque la oscuridad me ahoga y me ciega, porque las ganas de desaparecer son, como bien me describiste, las ganas que tiene Harry de suicidarse a cada instante.

Para Adriana Fernandez

12 de abril de 2013

Inconclusiones


Agenda abierta, listas, papeles dando vueltas, días tachados en el calendario y la mente en blanco.
Se me escapa el centro, desenfoco, gira la calesita y no saco la sortija.
Las letras están desparramadas, las ideas “yiran” y los párrafos a doble espacio me miran, desconcertados, pidiéndome que haga algo.
Vuelve “Ella” y yo me voy o nos quedamos las dos viendo cómo pasan apurados los segundos en el maldito reloj.
La idea de nada, la acción de estar parada, la mandíbula apretada, el nudo en la garganta y en el estómago un puño de sangre que se hace agua.
Estoy desencajada, helada y arrinconada. Soy un tigre furibundo en una jaula.

No quiero entender ni entenderme.
Detesto explicar lo inexplicable, no puedo,
(porque) “lo siento”

10 de abril de 2013

Perfume a incertidumbre


Ayer cuando me abrazaste te dije al oído: “hoy no me puse perfume, pero tengo olor a cigarrillo e incertidumbre”. Te reíste y después te fuiste, y en el aire quedó flotando una invitación que recién esta mañana se hizo palabras y que ayer creí no hacían falta.
Pero me voy a la charla suave que nos debíamos, a la que nos llevó por caminos que en silencio y cada uno por su lado, veníamos recorriendo a tientas con “casi” la intención de encontrarnos y en los que hoy, y sin querer, coincidimos en darnos la mano sembrando luces allí en donde un diablillo había cultivado con esmero algunos acertijos.
Reconozcamos que somos un par de porfiados y que nos seguiremos midiendo y que cada tanto deberemos espantar los miedos que vayan surgiendo para seguir creciendo, porque como te dije hace un rato: nuestras miradas hablan, pero a algunas vamos a tener que subrayarlas con palabras.

2 de abril de 2013

Mil silencios


Desde hace un tiempo y como si fueran fantasmas, rondan mil silencios los rincones de mi casa. Me miro las manos, algo las inquieta. Paso por delante del espejo y no me gusta lo que veo.
Algo hace ruido en la quieta estatua de mi alma.
Siento que un alboroto callado recorre veloz los laberintos de mis venas y una nebulosa eterna descansa incómoda sobre mi cabeza.
Esta calma no es mía, el río no lleva en su cauce mi agua, las orillas están más lejos, los árboles no visten el verde ropaje de siempre, algo entorpece mi ahogo, alguien se llevó mis remos y arrancó de mis ojos la última lágrima de aliento.
Estoy segura de adónde voy pero no sé si elegí el sendero correcto. Caminé a tientas toda mi vida pero hoy estoy asustada porque jamás sentí esto. Quiero retirarme a lugar seguro pero no puedo, algo oscuro está parado en la entrada de mi centro y no me permite el acceso.

28 de marzo de 2013

Abanico


Imaginate una situación a resolver y escribila en tu muñeca.
Abrí la mano. Separá los dedos.
Mirá lo que escribiste y empezá a subir.
¿Se ramifican las opciones no?
¿Faltan más? Agregalas.
¿Se complica? Ni te cuento si se te ocurre preguntarle a la gente que tenés cerca, te alarmaría saber que ni un millón de dedos serían suficientes.
Pero hagamos algo, considerá sólo algunas.
¿Por cuál te decidirías?
¿Esa te parece la mejor? Pensalo bien, por ahí la tercera sea la correcta o la que te dijo éste o aquél, pero ¿y si resulta que es la cuarta, o la quinta?
¿Decime si no es un juego perverso y diabólico?

Ahora te propongo que cierres la mano, te olvides de todos y del millón de opciones y viajes a tu centro, justo en donde está el “quiero” y lejos del maldito “debo”, pero teniendo en claro que, sea lo que sea que decidas hacer, la responsabilidad y las consecuencias van a ser sólo tuyas y no sólo eso sino que vas a tener que pagar por ello un precio alto e incierto, el cual puede acercarte demasiado al abismo o alejarte en la misma medida de él.
También tenés que saber que nunca vas a poder ver todas las opciones, perderías un tiempo precioso en un trabajo estéril, porque las circunstancias cambian, porque uno cambia, porque la vida es un constante fluir y ningún día es igual a otro. Nada de lo que pase hoy es pasible de la misma solución que le diste a alguna situación del pasado. Por eso no pienses, no escuches a nadie y no uses la lógica, date cuenta de que no sirve para resolver la vida, y otra cosa, tampoco mires para afuera y no cometas el fatídico error de abrir el abanico.
Mirar para adentro, decidir y ser responsable de uno mismo asusta, es por eso que el “quiero” suena tan egoísta y se evita, pero sé egoísta y no pasees por prado ajeno, porque va a crecer la hierba en el tuyo y después tu única opción va a ser responsabilizar de “tus yuyos” al resto del mundo.
Es más fácil, sí, no lo niego, pero también es más que estúpido.

24 de febrero de 2013

Otoño ilógico


Todavía estamos en febrero, pero llueve y hace frío. No es mi hora de escribir pero estuve leyendo algunas de mis letras y mis dedos se pusieron en alerta. En la mesa descansan el cenicero lleno de colillas y la taza de café, y mi hijo me dijo antes de salir que había demasiado silencio. Nunca es demasiado le contesté, como nunca es demasiado el café.
Se me ocurrió después de leer y no sé porqué, que tenía que explicar un montón de cosas, pero sonó justo el timbre y al levantarme pensé ¿explicar qué? aquel que me conoce, sabe, y el que no, por más que le explique no va a saber.
También tuve el impulso de borrar algunos de los relatos, pero ellos forman parte de mis “bagallos” y cuando los toqué retrocedí al momento en el que los escribí, a las piernas cruzadas, a la bata o a las manos frías, a si estaba maquillada o a cara lavada, tranquila o alterada y a todas y cada una de las noches abrigadas en que fueron concebidos y paridos como hijos de mi alma.
Debo reconocer que sonreí ante mi reflejo y que, gracias al cultivo esmerado del precioso don de la paciencia, carezco del defecto de la reacción por arrebato, porque de otra manera hoy sería cenizas y no estaría escribiendo esto.
Creo que es por eso que a simple vista parezco lerda, detenida, haciendo nada, como si estuviera posada en alguna nube de un cielo sin alas, pero aprendí a no cuestionármelo y dejé de intentar explicarlo porque aunque para mí sea claro, para el resto es raro y no entenderían que se trata de un simple desencuentro de universos.
Y entre todos estos desvaríos y la música de la lluvia en el tejado se me ocurrió dejar de lado algunas cosas irresueltas y me he invitado a mirarlas y a esperar a que se caigan de la mesa.
Tal vez ahora salga de casa despeinada y con la ropa manchada y me olvide el cigarrillo prendido o el auto abierto. Quizás ordene los papeles acumulados en ese cajón que se hizo demasiado chico o corte para siempre los hilos que me unen todavía a personajes sin tino.
Por ahí decido correrme de lugar y hasta me arriesgo a entregar una de las riendas y no contesto el teléfono y me voy a caminar mi locura con las medias puestas y desprendida de todo, para olvidar la historia y cerrarle los ojos al destino.

Me regalo este momento, me pongo un moño en el pelo, me pinto las uñas de negro, me lleno de anillos los dedos, descruzo las piernas, tomo el último sorbo de café, cierro las cortinas, prendo el séptimo cigarrillo del relato, entra mi hijo, me da un beso, un “te amo” rompe el silencio, es sábado, son las cuatro y cuarto de la tarde, apago la máquina un rato, dejo la “lógica” irresuelta sobre la mesa y me olvido la puerta abierta.

(tal vez a la noche cuando llegue la encuentre desierta)

20 de febrero de 2013

Enjaulada y perdida


Hace unos días partió mi hija. La despedida fue corta, inusual, distinta y con sólo alguna lágrima perdida. Sin embargo, cuando estuve a solas, lloré sin querer la sal de mi vida y la bronca de no entender las vueltas de las horas.
Jose estaba tomando mate al sol cuando llegué. Nos abrazamos y volví a llorar, otra vez, con esa facilidad con la que últimamente lloro y que ya no me cuestiono.
Entramos, café y cigarrillo para mí, él siguió con el mate. Nos sentamos e hicimos una mesa redonda de dos. Hablé. Él me escuchó y “me escuché” yo también.
Casi no nos mirábamos, en realidad era un monólogo dialogado en donde salieron, alborotados y despeinados, treinta años de historia enredados entre el humo de varios cigarrillos y las miradas de soslayo que, entre mate y mate, Jose me hacía para ver si podía hacer algo.
En algún momento levantamos la vista y vimos que sobre la mesa y entre todo el revoltijo estaba mi “yo”, mi temido, altivo, odiado y amado, pero desgastado, cansado y harto “yo”, erguido y sentado en el medio del banco del carro y con las dos riendas en las manos.
Con mi hijo tratamos de desmenuzarlo e intentamos cambiarlo por algunos verbos y sustantivos: orgullo, ego, necesidad, responsabilidad, delegar, miedo, decisiones, tiempos, ruta, jaula, refugio y hasta la picada de una montaña. También quisimos atenuarlo con adjetivos, pero fue en vano, no pudimos, el señor estaba ahí y no hubo forma de ocultarlo.

Cambió todo en estos últimos años, cambió todo tanto que cualquier cosa es demasiado. No me di cuenta de que al tomar ciertas decisiones iba a sentirme indefensa y vulnerable, perdida y a la vez presa y con la sensación de no tener un lugar físico adonde llegar para descansar.
Vacié mi vida y mi casa, me despojé hasta de mi cama para no cargarla, vendí, regalé, quemé y rompí todo lo que sentí que pesaba y me quedé desnuda, entre la niñez y la vejez, con un montón de cosas hechas y otro tanto por hacer.
Ya no dependo de mis tiempos y sé que tengo que ceder una de las riendas, pero no sé cómo se hace porque siempre me eché el morral al hombro, apreté los dientes y caminé delante de todos.
Tendría que sentarme un rato y dejarle paso a los que vienen atrás, mi cuerpo me lo pide a gritos pero siento que si paro no me levanto más.

Mis hijos ya están grandes y aunque jamás les negué la palabra, ésta vez sentí que muchas me fueron dichas sin reparo y que aprendieron a defender su metro cuadrado.
Me cuesta verlos, debo ser sincera, y es que siento que los pierdo y me da miedo. La verdad es que todo es distinto cada día aunque yo quiera detener un rato la calesita.
Hoy me planteo un montón de cosas. Sigo al mando pero ya algunos se han bajado, se supone que el carro va liviano pero no consideré que al haberse vaciado, el traqueteo y los saltos iban a ser tan notorios que me iba a doler el alma en cada promontorio. Estoy en el medio de la nada y una espada sobre mi cabeza pende de un hilo mientras en la única mesa que queda en la casa hay mil cosas por resolver. Sé que no faltarán momentos en donde quiera barrer todo con el brazo y desaparecer de la faz de la tierra de un plumazo, pero hay una voz, certera y conocida, un susurro que nace del fondo de mis tripas que hace que detenga la manija antes de tener que lamentarlo el resto de mi vida.

Mi hijo me dijo que nacemos y morimos solos, pero que en el medio necesitamos estar acompañados. Creo que por costumbre me estoy  resistiendo al cambio, porque mi espalda da para todo y para todos pero yo detesto ser una carga. La línea es muy delgada y siento que si cedo, me pierdo.
Mi gran desafío es el nosotros, es animarme y correr el riesgo, es entender que puedo ser la rezagada de la manada y que eso no significa nada.
Mi tesoro son 46 años de duro caminar cuesta arriba y estar viva, aunque ya no me quede resuello y esté arrastrándome con los codos por el suelo.
Lo que me pasa es simple e inocultable, la sensibilidad ya duele y no me acostumbro al nudo en la garganta permanente.
Sé que va a llegar el momento  en donde pueda sentarme a ver crecer el pasto, pero se hace largo y voy descalza, mis zapatos volaron hace rato y aunque mi cuerpo siga andando, mi alma se está cansando y las riendas se me están escapando de las manos.
Por primera vez en mi vida soy consciente de que no sé lo que me espera ni hacia donde voy. No tengo planes ni estructuras, las paredes de mi casa fueron traspasadas y caminadas por decenas de personas. Todos saben qué perfume uso, de qué color es la cortina de mi baño y que colecciono latas.
Me siento desprotegida, demasiado abierta y cada susurro que escucho me ataca aunque sólo sean palabras.

Ésta es la transición más difícil de mi vida, el momento en donde, veintitantos años después, vuelvo al punto de partida.
Nada puedo suponer, cada día sé menos que cuando me acosté, no hay nada escrito y no tengo forma de ver si adelante hay un valle o una escalada.
Así y todo, me levanto cada mañana y trato de dibujarle una sonrisa a mi cara.

8 de enero de 2013

Ausencia presente


Y en estas horas de ausencia, cargadas de pausados y desgastados minutos que veo caminar hasta perderse en lo vasto de la historia, siento que no falta nada. 
Porque hay un tiempo eterno en este remanso, y es aquel de las miradas que guardo, es el que lleno de palabras y significados callados me llenan de silencios que pintarían un cuadro.
Está acá, conmigo, cerca… tan cerca que puedo palparlo, aunque su esencia se encuentre en otro universo y aunque mis manos no toquen la piel de sus labios.
Fue un abrazo la causa de la consecuencia más asombrosa, fue el destino el que con sus trazos cruzó nuestros caminos, fue una pausa en el cansancio, fue la llamada instintiva de un perfume jamás imitado, fue el olvido de lo dicho en el apuro de algo no calculado, fue la llegada de lo esperado cuando hasta la desesperación ya se había ido a otro lado.
Hoy es todo aquello que no decimos, es lo que ya vivimos y no repetimos, es quedarnos para no irnos, es no saber aún siendo testigos.