9 de diciembre de 2022

Cincuenta y van

Un suspiro solitario inicia este relato de uñas blancas, pijamas negro, pantuflas peludas, incomodidad al palo y una sonrisa cómplice que nadie entendería en los labios.
Estoy entrando a los cincuenta y seis o saliendo de los cincuenta y cinco o lo que sea que ustedes quieran, la cuestión es que pintó balance.
La verdad es que este año fue más doloroso que complicado. Bucear la profundidad de mis abismos me dejó sin aliento y nadar hacia la superficie se llevó las pocas fuerzas y la cansada voluntad que me quedaba.
En el camino me vencieron, renuncié y conocí algunas polémicas versiones de mí, sin embargo el desafío fue desnudarme y escribir acerca de ello sin sentir vergüenza por lucir un cartel de “vendo mi ego” colgado en el cuello.
Y acá estoy, con más de media vida vivida y una historia que cuenta acerca de cinco hijos amados, tres ex maridos, dos hombres idealizados y secretamente acariciados, un puñado de un par de amigos, algo así como mil escritos, un dios sentado en el hombro izquierdo y un diablo en el derecho, una bruja en las tripas, una sabia en el entrecejo, un corazón de oro, mis laderos de siempre el café y el cigarro sentados a mi lado, mis negros haciendo guardia, la pared de mi casa pegada a la espalda, Ella de blanco mirándome desde uno de los cinco escalones gastados y las dos abrazadas con una carcajada eterna tatuada en el alma.

18 de noviembre de 2022

No es "otra vez"

Me instalo un rato acá, con mis amadas letras para contarles que toda la vida he sido invalidada, cuestionada y maltratada, tanto por personas de mi círculo como por otras que no conocía. Mi consciencia con respecto a las agresiones era casi inexistente y hubo solo contados momentos en donde sentí el dolor y dije ¡basta!
Estoy a días de cumplir mis cincuenta y seis años y recién ahora puedo decir que, aunque no con la rapidez con que me gustaría, empecé a poner distancia y le saqué el cuerpo a toda esa cantidad de gente mal barajada que hay por ahí.
Sé que no es mi karma ni ninguna de esas explicaciones floridas y zen que hay en la liturgia, son gente de mierda y punto y como yo trato a todo el mundo de la misma manera porque no concibo la maldad, mi reacción a todas las agresiones siempre fue nula o demasiado lenta y esto es señores de lo único que me voy a hacer cargo.
Que sepan que no les agradezco ni les deseo nada malo, ni ninguna de esas estupideces que se suelen decir, y también que no sé volver cuando ya me fui.

14 de noviembre de 2022

Resistencia

Pijama negro, un té, uñas blancas y una incomodidad algo indescifrable a la que ya estoy acostumbrada estaría siendo un pedazo del contexto, digamos que el real, porque en el imaginario mi amado y extrañado cigarro formaría sin dudarlo parte esencial del espectáculo.
La verdad es que no sé porqué mis manos están sobre el teclado, y es que en estas semanas las letras se mantuvieron alejadas de mi alma como si quisieran evitarme los ríos de agua salada de estar viviendo una realidad “insoñada” y a la vez tímidamente acariciada e incontrolablemente vasta cuyas infinitas posibilidades pintan de vértigo mis días cada vez que me asomo a considerarlas.
Estar sola, con todas las piezas de mi rompecabezas desparramadas en un minúsculo espacio y sin otro menester que mirarme-mirarlas-mirarnos, es algo que nunca estuvo en los planes que jamás hago.
Encontrarme con partes de mí que van desde lo aberrante hasta lo divino me pone en situación de fastidio, sobre todo porque a esta altura se trata de una forma de conocimiento, y también de una intuición intrínseca que grita y que no puedo evitar escuchar.
La resistencia del título del relato es una resistencia conferida por la inercia, por el mandato, por mi historia, por el molde. Hay momentos en donde es imposible no verme arrastrada por ella, sin embargo, darme cuenta de eso me permite la flexibilidad sin la cual intuyo se haría más doloroso mi andar.
Descubrí, entendí y estoy tratando de aceptar que voy a morir “buscando”, que siempre voy a estar sola y cada vez con menos cosas, que lo que guardo pesa más de lo que compensa y que “lo que espero” me tensiona y me provoca dolores de cabeza.
Admití que viven en mí, a veces en paz y a veces en guerra, la Amalia asesina y la amorosa, la honesta y la mentirosa, la maldita y por supuesto también la más dulce de todas.
Moran bajo mi piel y a partes iguales la mujer y el hombre, la niña y la anciana, el animal salvaje y el doméstico, la partícula y el cosmos inmenso, lo inmutable y lo cambiante, la gota y el océano.
Quiero decir que ésta es otra más de mis muchas noches oscuras del alma y que todas son diferentes y que no voy a cometer el error imperdonable de subestimarlas porque es gracias a la conciencia con la que he vivido cada una de ellas lo que ha determinado el grandísimo valor que le he asignado a la siguiente.
Y esto es lo que hay señores, en toda esta mezcla ando, surfeando una infinitud de luchas y treguas, y más tranquila, confieso, que en otras épocas pero solo porque en alguna parte de este trajín vi con cegadora claridad mi propia e inexorable impermanencia y casi como jugando la hice extensiva a mis decisiones y fue ahí que sucedió, en un parpadeo otra realidad apareció ante mis ojos marcando la diferencia entre el limitante “antes” y este inexplorado, ilimitado y siempre presente “ahora”.

7 de septiembre de 2022

Anatomía de una montaña rusa

Es tarde, tardísimamente tarde y hace muchos días, y sin que en verdad haya una razón que justifique tan descarada huida, las letras me están siendo, claramente, esquivas.
Entiendo que esto que me pasa es el más destilado y puro cansancio de mi luto amargo y mis uñas pálidas, de mi dios y de mi diablo, de mi ego, de mis sombras, de la bruja y de la sabia, de las palabras que me he tragado y de los mandatos que me siguen hasta el hartazgo, de las dudas y del miedo, del frío de los puños cerrados, de mis más de mil caretas y de la no reconocida, pero más presente que nunca, audaz ira que vive ardiendo escondida en todos los recovecos de mis tripas.
Sepan que me duele esta confesión y que también siento vergüenza, y es que la perfección y la exigencia, la envidia, el rencor y la ira no son precisamente los colores que me gustan para mis banderas, pero están ahí, definiéndome a estas altas horas de la madrugada, mientras estoy sentada en el sillón, tapada con la manta, sin sueño y con un billón de lágrimas saladas, ahogadas en la garganta.

16 de agosto de 2022

Así como

Hoy no encuentro el humor, digamos que tampoco voy a salir a buscarlo porque no sé ni en dónde lo perdí, y les advierto que tengo la mirada del mismo color del pijama, negra como mis uñas, negra como mis ganas.
Les cuento que estoy subida a un carrusel en el que me pasan cosas y a la vez no me pasan y que en ese vaivén arbitrario y escurridizo y sin saber muy bien qué hacer ando trepada desde hace más que ayer.
La verdad es que la emoción que me embarga es la sorpresa más escéptica, es como una desconfianza risueña, es la saturación misma de algo que termina y que solo más adelante voy a poder explicar.
Tengo más que claro que se viene un portazo y también que voy a la desnudez total, lo que sí me intriga como nunca antes jamás, es la Amalia que voy a encontrar cuando dé el salto al vacío que todavía no me animo a dar.

2 de agosto de 2022

Tardísimo

Son las dos de la mañana de un día que no termina y que me dejó inquieta, con ganas de fumar y pensativa.
Son tiempos muy dinámicos los que piso, de cambios en el pensamiento, de encontronazos dolorosos con lo que siento, con lo que me pasa, con lo que dejé pasar y también con lo que hago con todo eso.
Creo que ahora estoy en donde elijo estar, y que me hago cargo de eso, mientras tanto me tomo el trabajo de detectar todo lo que “suma para restar” y despejar el camino para seguir mi propio andar.
Vengo tan en otra cosa que me bajé de los tacos, me dejé de mirar y de pintar y hasta me saqué los anillos y el collar.
Es tan serio el viaje en el que me embarqué casi sin querer, que sobra todo y a la vez el vértigo del vacío me provoca en la boca del estómago una sensación de incógnita y susto que por momentos me paraliza y me tensiona hasta casi partirme a la mitad.
Siento que crucé el umbral de ese mundo en el que existe un otro a quien responsabilizar y culpar, pero todavía no cerré por completo esa puerta y hay días como el de hoy en donde, con una ceguera incontenible, vuelvo sobre mis pasos buscando “al culpable” y sin siquiera poderlo evitar.
Entiendo que no es suave ni lineal y que tiene altibajos ásperos, pero esta vez siento que mi dios y mi diablo, mis cinco maestros vestidos de color anaranjado, mi quijote y mi bruja, mi loba esteparia, mi madame Bovary, mi chica Almodóvar y mi amada Ella y sus cinco escalones gastados me llevan hace meses en andas y me sostienen, porque miren que pasé noches oscuras en mi vida, pero como ésta les juro que ninguna.

1 de agosto de 2022

Y van...

Volví a mi silencioso, amable y exquisito vicio de escribir en la madrugada, cuando el mundo duerme y la negrura me invita mansa al diálogo con mi alma.
Recién pensaba en esos ruidos de los que hablo hace tiempo y que son la voz más amorosa de mis tripas avisándome que frene el paso. A veces se me presentan como alarmas inaudibles y casi letárgicas, o se dibujan en milésimas de segundo como detalles difíciles de atisbar, o aparecen como palabras en el aire salidas de la nada, descolocando la conversación más versada y haciendo caer las letras sin ningún orden ni explicación sobre las tablas.
Hasta no hace mucho y casi como una costumbre, desdeñaba estos avisos y muy suelta de cuerpo les ponía toda clase de adornos para que no parecieran lo que eran, es más, a muchos ni siquiera los escuchaba, la verdad es que nunca me detuve a hacer la cuenta del costo de mi soberbia porque jamás se me ocurrió pensar que en la vida no hay gratuidad y que detrás de todo lo que dejaba pasar había, inexorablemente, un precio a pagar.
Hoy estoy todo lo alerta que puedo a cualquiera de estos ruidos, y no solo no los desestimo sino que tampoco confío cuando suena la melodía que me gustaría escuchar.
Tengo claro que aunque ya no se me caigan fácilmente las riendas de las manos, mis tacos no están del todo domados y se me pueden alborotar los pasos.

En definitiva

Son las dos de la tarde, estoy en casa, descalza, lejos de la ventana y deshilvanando entre los dedos la perplejidad misma y la risa que, a causa de ella, me regala mi alma.
Digamos que me topé con algo así como un señor, les juro que esta vez no me hice la sorda y escuché los ruidos de advertencia que hacían mis tripas, pero decidí seguir y, como para no variar y sintetizar, terminé acá, entre mis letras y reconociendo, claramente, la no-sorpresa.
Dicen que uno acierta en el último intento y es por eso que no me voy a rendir.
La verdad, señores, es que aun después de tres maridos e innumerables “intenticidios” no voy a retroceder ni para tomar envión, eso sí, al dramatismo, a las mariposas y a lo novelesco los ahogué en licor, no vaya a ser cosa que el “mientras tanto” no me lo pueda tomar con humor.

17 de julio de 2022

Se llaman (prioridades)

No es tarde ni temprano, no hay café ni cigarro hace rato, no hay tacos ni uñas negras y tampoco manera de remontar esta “despresencia”.
Reconozco que tardo cada vez menos en darme cuenta, así y todo estoy lejos de la sonrisa de complacencia, lejos de tan siquiera intentar entender y lejos de que valga ni un poquito la pena.
Lo que sí voy a hacerme cargo de lo que generé por pura osadía con ese ímpetu que me caracteriza y que no voy domar, porque ¿saben qué? no quiero ser tibia, ni pasar por estúpida, ni conformarme con migajas cuando yo le pongo el alma.
La vida señores no tiene un final agradable, nos espera la muerte y eso no es negociable. Por eso déjenme decirles algo: “quédense en donde sean prioridad, porque ser una opción es definitivamente morirse de amor propio.

7 de julio de 2022

Perspectiva

Voy a hacer de cuenta que a mi derecha está el cenicero con un cigarro pensando despacio, como no queriendo, como si fuera un ajeno a este sinsentido que se presenta como otro de mis muchos “sucediendos”.
No sé en dónde están los tacos, la verdad es que no sé en qué lugar están las cosas y hasta me atrevo a decirles que en algún momento perdí por completo la orientación y, aunque pude levantarme y sonreír, en mi cara no había lugar sino para una sola interpretación.
¡Díganme que la vida está loca! Díganme que la letanía infinita de semáforos en rojo es una alucinación, díganme que lo que me hace ruido es la corchea perdida de una canción ¡díganmelo! así me quedo tranquila, así no me voy, así no renuncio, así no pierdo el control, así confío en que todo en algún momento va a tener sentido y hasta una explicación.

5 de julio de 2022

Sana risa

Recién terminé de releer el relato “La máscara” y no puedo parar de reír. Y es que la sensación que me genera esta sonrisa es la de haber sanado y cerrado una historia y una dolorosa y profunda herida.
Busco hace tiempo este momento, y al igual que un minero que busca oro y lo encuentra, así tal cual es como me siento.
Dice por ahí la liturgia filosófica y también la retórica psicológica que cuando uno se ríe, la etapa está cerrada por eso huelga decirles que esta sensación de paz que me da la libertad de volver a ser yo misma, hasta hace poco ni siquiera era parte de mi imaginación. 
Me prendería un cigarro, miren lo que les digo, y me tomaría un café para festejar, pero vamos a darle tiempo a la vida, ya voy a encontrar quien me dé esa pitada mientras beso sin vergüenza el café de otra taza.



No creo que tenga que entender

El motivo de esta catarsis es una sensación que hace que mis dedos se deslicen suaves y sonrientes por el teclado mientras un té espera mi atención y el silencio se instala como mi único querido al lado mío, y por ahora también, como mi único lector.
Hoy quiero contarles que hace unos días recibí una de esas sorpresas que la vida me reserva, y fue tan rara que solo me quedó el perfume y en el aire un millón de palabras que no fueron dichas porque el tiempo apremiaba.
El respeto, eso sí, mantuvo la distancia, pero la intención contenida y lo que decían nuestros ojos pasaron durante cada segundo, todos los semáforos en rojo.
No tengo ni idea del porqué tan conveniente, ni tan ajustado al momento por el que estoy pasando, pero se me invitó con un acento encantador a no pensar y dócil, como jamás, decidí aceptar.

23 de junio de 2022

La máscara

Hoy hace frío, mucho frío y recién llego. La cartera está en el piso de la entrada, la campera tirada, las botas mal acomodadas, las uñas más que blancas y en las tripas una urgencia incontenible de exorcizar con las manos lo que siento que me pasa.
Les cuento que recién vi a un fantasma mientras venía de camino a casa. En un segundo levanté la vista del piso y ahí estaba, a un escaso metro de mi aura. Confieso que la mirada fue de menos de un instante, pero bastó para que me lo trajera en andas cuesta arriba cuatro cuadras pegado como una garrapata a la retina de mi alma.
Al llegar dejé todo y fui a mirarme la cara. Mis ojos me dieron la tranquilidad que esperaba.
Después me paré en el medio del living, mis libros y mis papeles yacían prolijamente desacomodados como yo los había dejado.
Entones me puse las pantuflas viejas y peludas que él tanto detestaba y envuelta en mi amada manta de silencio, miré las cuencas vacías de su máscara, despegué sus garras de mi alma y lo tiré por la ventana.

18 de junio de 2022

Demasiada nada

Hoy no quiero evitar el contexto, por eso les digo que tengo las uñas blancas, que ni bien termine de hacer catarsis me subo a los tacos y parto y que por supuesto visto por completo hasta los pies de negro.
El título tiene que ver con mi presente decidido y, también debo reconocer, algo obligado, sepan ustedes que las cosas están siendo intensas y muchas no solo no tienen sentido sino que yo de tanto revolverlas las mareo y creo que es por eso que en estos largos, larguísimos y enloquecedoramente meditativos días, he logrado chocar conmigo misma, tanto en el espacio infinitesimal en el que vivo como en el cuerpo que habito.
Quiero decirles que el golpe me tiene atontada, que me he tragado años de mis propias palabras, que escupí a mansalva “sonrisas de tolerancia”, que grité los silencios más prolijamente guardados, que me encontré llena de ira en los lugares menos pensados, que me bajé de trenes ajenos a los que me había subido sin boleto y también que tiré y sigo tirando basura solo dios sabe de cuántos y de cuándo.
Transito por este tiempo uno de los tantos senderos oscuros de mi alma, esta vez sin fuerza en los pies ni en las manos, más sola que nunca, más añosa, sin los apegos que me dieron cimiento, con la cabeza casi vacía de letras y con un cansancio extraño que me arrulla y me invita manso a acurrucarme en sus brazos.
Después de cumplir los cincuenta y cinco algo detuvo bruscamente mis pasos y me obligó a decir “basta” y, aunque un par de meses antes escribí en un relato que la inquietud se respiraba, me sorprendió la frenada.
Lo de “demasiada nada” es relativo, otro día se los explico, ahora me esperan los tacos y una realidad rara que me frunce la nariz y me tensa la espalda.

7 de abril de 2022

Tres palabras

En estos tiempos que corren hay palabras que se pusieron de moda y adquirieron a fuerza de repetición, una notoriedad que en realidad no tienen.
La verdad es que sin ningún tipo de criterio se están convirtiendo en verdaderos templos bajo los cuales cualquiera puede decir o hacer lo que se le ocurra, mientras el resto repite como un mantra las sagradas palabras y deja pasar como si fuera una brisa fresca de verano, la incontinencia verbal y el comportamiento nefasto de verdaderos discapacitados emocionales.
Tengo que reconocer que yo misma me subí a esa barcaza sin rumbo hace un tiempo, pero me bajé cuando vi que solo era el otro extremo y por supuesto más de lo mismo. 
Señores, “tolerar”, “fluir” y ser "empáticos" puede resultar una postura de evolución y superación personal, pero antes de que así sea tenemos que establecer criterios que entiendo que no estamos preparados para gestionar porque, si así fuera, no solo no las soltaríamos tan alegre y estúpidamente, sino que esto que estoy escribiendo no tendría lugar.

21 de marzo de 2022

El altillo

Les confieso que este relato lo empecé más de cinco veces, por eso ahora y sin ningún preámbulo, pero más que nada porque quiero hacer catarsis, les cuento que después de catorce largos meses logré entender, procesar y dar emocionalmente por terminado lo que me pasó en estos nueve años de matrimonio.
Reconozco sin ningún tipo de pudor, que en el “mientras tanto” lloré y odié como jamás en mi vida, que maldije lo indecible, que aticé el fuego de la venganza hasta casi costarme mis propias pestañas y que no hubo ni un solo día en el que no me levantara y me acostara sangrando por alguna herida o mascando pedazos de esta interminable pesadilla, pero llegó el momento y una foto que vi por ahí ofició la magia y pude cerrar la bendita caja.
Estoy lejos de agradecer ni un solo segundo tanto dolor, rumiar todo ese espanto fue duro hasta el asco, como ya les he contado, pero este es el final.
Yo, por mi parte, estoy volviendo a vivir mis sonrisas, mis amados silencios, mis pantuflas, mi bata, mi cara de “no me hablen” de las mañanas, el exquisito vicio de escribir tarde en la noche y sobre todo la claridad de mi indudable valía y la belleza de saberme yo misma.
Hoy mis tripas, después de tanto están tranquilas y la caja, llena de papeles y voces, pero vacía de toda emoción, descansa en el altillo de mi vida, del que a veces les hablo, para siempre y a buen recaudo.
Se termina en este mismo momento un tramo de mi historia, les agradezco la paciencia y sepan que después de estas palabras que me urgían para darle un cierre a este largo concierto, no habrá más letras al respecto.

26 de febrero de 2022

Relatos anacrónicos

Voy a hacer una sección de relatos anacrónicos y en los márgenes tal vez garabatee algunas aclaraciones, porque total ya no hay peligro, es más, hasta podría poner el motivo por el que pasaron al olvido.
Y es que no se imaginan la de infidencias que hay en esos párrafos que quedaron en la gatera, ni la cantidad de historia, ni las muchas sonrisas que se me dibujan en los labios cuando los releo y recuerdo el momento y mi estado cuando los estaba escribiendo.
Confieso que no sé bien qué hacer con ellos, es más, tienen su propio lugar, como lo tienen los caballos viejos que pastan rengos como alma en pena entre las letras que están creciendo.
La verdad es que no puedo borrarlos porque siento que los mato y aunque a veces de alguno de ellos hago un vástago, reconozco que al resto los conservo con infinito apego, sí apego, porque este último tiempo he dejado tanto, que lo único que me queda son las letras y los espacios que hay entre ellas, mis silencios amados, los brazos en los que me acurruco cuando el mundo se pone áspero y yo necesito un descanso.

9 de enero de 2022

La prueba

No voy a poner el relato en contexto, mi hija me dijo el otro día que era una estructura y hoy decidí romperla, así que voy a ir de lleno a los acontecimientos.
Hace poco más de seis meses apareció en mi vida, salida de la nada, una persona que, demás está decir, salió de ella hace tan solo unos días.
Lo que pasó ya es una anécdota, lo que me pasó fue algo así como “la prueba del algodón”, extendida en el tiempo.
Hacía ruido, desde el primer momento les juro que esta persona fue un sonajero en mis oídos, pero fiel a mi estilo, desestimé cada sonido.
Ahora sé que ante cualquier evento, situación, palabra o gesto que suene desafinado tengo que detenerme y revisar, por eso me voy a hacer cargo solo de ese mecanismo que hasta hoy me llevó, sin ningún tipo de condición, a dejarlas pasar a mi vida.
No voy a entrar en ese cliché de agradecer todo lo que me pasa nada más que porque viene para enseñarme algo, bajo ningún punto de vista convalido esa justificación. Solo voy a decir que espero que ésta haya sido mi prueba del algodón y, algún día tal vez, cuando no tenga ningún tema acerca del que escribir, me siente frente a la máquina y les cuente cómo es que el maravilloso y perfecto mundo Disney está a tan solo diez kilómetros de mi casa.

3 de enero de 2022

Cicatrices

Es tarde, muy tarde y la verdad es que hoy no iba a escribir.
Estoy en pijamas, pero no estoy sola, me acompaña la más justificada de las ganas de prender el único cigarrillo que todavía conservo vaya a saber alguien porqué.
La cuestión es que desde hace días siento en el aire el sabor de la incierta y tensa calma que precede a una tormenta. No puedo definir qué es lo que está pasando, solo que no me hallo, que estoy inquieta y descompaginada, como si un vendaval le hubiera borrado los números a las hojas del libro y yo no pudiera acomodarlas.
Me molesta todo y nada al mismo tiempo y es tal la locura que cuando los espacios del departamento se hacen infinitesimales, solo me subo al auto y manejo a ningún lado.
Así de “border” estoy.
Le eché la culpa a la navidad y al fin de año, fechas contra las que me peleé toda la vida, como si en realidad fueran algo más que una estupidez. También acusé a la luna llena y como no me alcanzó le puse una ficha a la situación escandalosa, y a esta altura risible, que viene atravesando el país desde que nací.
Es tal mi desajustado estado que llegaron mis cincuenta y cinco y ni siquiera les dediqué unas letras como suelo hacer todos los años, solo llegaron, me vieron así y en completo silencio se instalaron.
Al fin entiendo que hay emociones que siguen atravesándome y que ya no quiero sentir, y creo que es eso lo que me tiene a mal traer, la verdad es que todavía tengo pedazos de infierno pegados en la piel y me arden tanto que no sé qué hacer.