25 de septiembre de 2017

Sueño

Anoche no pude conciliar el sueño y como si eso no fuera ya bastante perturbador, me visitaron unos amigos de terror.
Hace unos años escribía en la noche y entre las letras y el silencio de las estrellas, exorcizaba a los fantasmas que merodeaban mi aura.
Hoy mi vida cambió. No duermo cuando hay que dormir y escribo cuando el cielo recién parió al sol.
A veces logro la paz que lograba y a veces no. Hoy es un a veces no.
Los fantasmas que me visitaron tiñeron la noche oscura de infierno y no la pasé bien, tampoco me levanté y es que pensé que había más en el living esperándome y no quise arriesgar la poca presencia de ánimo que aún conservaban mis pies.
La mente es perversa, siempre lo he dicho y obstinada también. Sigue mostrándome cosas, a horas trasnochadas, que yo no quiero ver.
Aún así me pregunto, como lo hice alguna vez: ¿No será que en la noche oscura del alma es en donde se ven las cosas más claras?

22 de septiembre de 2017

Yo interpreto, tú interpretas

Este título surge a raíz de una conversación, por demás breve, con mi madre.
Para poner la cuestión en contexto les cuento que cuando oí su interpretación acerca de un relato que escribí hace poco no pude sino sonreír. Acto seguido quise explicarle, pero ella me dijo que no le dijera nada.
Pasaron ya un par de días de esta breve conversación y tal parece que las letras se quedaron enganchadas en mi ropa hasta que hace un rato, este hermoso silencio me puso frente al cuadro pero sólo para que lo viera, no para que lo interpretara.
Sigo sonriendo, como estos últimos días. La verdad es que afuera no está el enemigo. Afuera lo que hay es la oportunidad ilimitada de no quedarse detenido.

Dicen por ahí que existe un principio que resiste cualquier discusión y que mantiene inevitablemente al hombre dentro de una “sempiterna” ignorancia. Es el principio de despreciar, en lugar de intentar entender.


18 de septiembre de 2017

Identificación

Siempre pongo en palabras lo que siento, y esta vez no es la excepción, pero esta vez lo que siento es diferente y lo que me pasa frente a lo que siento me sorprende.
Mis manos están frías igual que el café, no llevo puestos los tacos y en el cenicero descansa el segundo cigarrillo que recién acabo de prender.
Afuera hay quietud, paz, sol y silencio. Adentro, y para mi asombro, igual.
Lo que estoy sintiendo en estos últimos tiempos pasa por mis tripas y se dibujó en un instante y como una intriga, en una sonrisa tranquila que nunca había visto en mí misma.
 Algo sacudió mi alma, algún viento trasnochado hizo que se me volaran anquilosados sustratos que estaban amarrados en los más recónditos rincones de mi carne y el golpe, lejos de descolocarme, no hizo más que despertarme.
La atención, antes puesta afuera, giró para enfrentarme y su mirada tranquila barrió todos los lastres que dormida yo no veía.
Partieron en estas horas tantas condenas como estrellas y se fueron también la incomodidad de la expectativa ajena, el temor que los cambios generan y el adoctrinamiento que yo creía que era correcto darle al resto.
En el camino recorrido quedan tendidos los cuerpos de mis miedos, de mis juicios, de mis largas justificaciones, de mis eternas explicaciones, de mis inamovibles razones.
También quedó por ahí esa caja de Pandora llena de nombres y caras, los fantasmas, los silencios, la bronca acumulada y ese aguantar con los dientes apretados porque ya va a pasar.
Sé que acá no termina y que faltará más, pero tengo espalda para capear el temporal y sé que la vida no me va a dar bocado que no pueda tragar.
Hoy estoy mirándome embelesada. Tuve que pasar por un millón de situaciones para al fin encontrarme y la mujer que ahora veo no es la misma de antes.
Y si tengo que poner en perspectiva lo que me pasó hace unas horas diría que esa sonrisa me la regaló la vida para que me despertara y me riera de mí misma.

4 de septiembre de 2017

Clavijas

Hoy me siento como una guitarra, de ahí el título de este relato. Y también porque no encontré otra cosa con qué asociar esta sensación constante de estar ajustando, si es que cabe la palabra, cosas que suenan desafinadas o que no suenan o que hacen ese, como le llamo yo, “ruido sordo” de algo que no está funcionando”.
Pero de todos esos acordes mal barajados el que más me escose es el ruido sordo. Ese que sé que está haciendo alboroto y levantando barro en el fondo de mi río pero que en la superficie no se nota. Ese mismo es el que hace que suene desafinada la orquesta y, si tengo que ser honesta, quisiera decir que me molesta.
Hoy particularmente siento que si ajusto las clavijas se rompen las cuerdas, razón por la cual he detenido mi paso para reflexionar y hacer esta catarsis con la hoja y no pecar con la boca.
La verdad es que estoy lejos de ser objetiva, tan lejos como ayer y me atrevo a decir que también como mañana. Tan lejos estoy que cometería la estupidez de detener toda la música y sólo porque una nota suena desafinada.
Pero lo poco de cordura que me queda, sumado al grito urgente, casi lacerante de mis tripas lograron enmudecer mis labios antes de que dijera una sarta de “insustancias” de las que sé que no tendría retorno, insisto, y sólo por esta nota que hace rato que suena desafinada.
Casi que hoy me desconozco, porque no es normal que me quede tranquila, no es normal que no me hierva la sangre, no es normal que no me quede mascando. Lo normal hubiera sido una calesita de explicaciones inconducentes que hoy logré detener justo al tiempo que me daba cuenta de que si estoy tan lejos de ser objetiva como para decidir con coherencia, lo mejor que podía hacer era no hacer nada.
Así como reconozco que soy una mujer que le da vueltas a las cosas hasta que las entiende, reconozco también que algunas llegan a un punto en donde me exceden, algo así como de “no retorno” y acepto que mi única alternativa es abrir las manos y dejar de luchar.
Hoy escuché otra vez el melodioso sonido que hace una cortina al cerrarse después de chirriar un tiempo que me pareció interminable.