30 de septiembre de 2013

Raíces

Se sienta en uno de los cinco escalones blancos y gastados que pacientes, siempre la esperan. Piernas pegadas al cuerpo y en las rodillas, apoyada la barbilla.
Mira su rosa. Descubrió hace unos días que está llena de hermosos y turgentes botones morados, y piensa en que todo este tiempo la estuvo esperando, mientras se preguntaba, después de trasladarla en pleno invierno y con las raíces heridas, en si lo lograría, cuando lo único que veía eran palos secos sin un hálito de vida.
Piensa en ella, que también se trasladó, y que casi sin nada entre los dedos también se retiró, retirándole la sonrisa, sin darse cuenta, a todo cuanto había alrededor.
Hoy siente que mientras el invierno caminaba lento y los días grises y yermos las envolvían en un luto casi eterno de destierro y palos secos, ambas hundían en secreto y cómplice silencio sus dedos en el suelo para poder llenar de pétalos y sueños las cálidas noches de enero.



20 de septiembre de 2013

Cuesta reiterativa

¿Por qué titulé “Cuesta reiterativa” a este relato? Por muchos motivos, sentidos como todo lo que escribo, en donde nada es inventado ni falseado y lo que suena en el teclado es lo que siento sin intervalos. Así de simple y claro, ahora sigamos.
Hoy pensaba que decir que estoy bien sería, lisa y llanamente, mentir. La verdad es que las cosas están bien, pero yo todavía no aterricé, y si hay algo que no puedo hacer es disimular y sonreír todo el día como si fuera una tonta, porque no sólo se me nota, sino que aparte no aporta.
¿Me quejo de llena? Tal vez, pero nadie está en mis pies.
¿Debería ya haber pasado todo? En teoría sí, pero la práctica dice otra cosa.
¿Fui yo la que elegí este camino? Sí, y estoy en paz con la decisión que tomé.
¿Y entonces por qué todavía no aterricé?
Porque parece que no es fácil despojarse de la piel y porque la inercia hace que siga buscando el tacho de basura en el rincón y porque en el despegue no pude medir ni vi venir lo que iba a sentir.
La cuestión es que todavía estoy acá, con muchas preguntas, muchos porqués, mucha paciencia, mucho pucho y un montón de café.

6 de septiembre de 2013

Ambigüedades

Se sienta con la espalda pegada a la pared y se abraza las piernas. Atenta, escucha un interesante diálogo que se ha filtrado a su lado, aprovechando este momento que, como todos, vive mortalmente condenado.
La muda conversación que la tiene atrapada es un fantástico cruce entre su dios y su diablo, el cual transcurre sin pausa, en un silencio suave y liviano, que la tiene a ella como única escucha, cómplice, testigo, juez y jurado.
Preguntas y respuestas vuelan en el aire como saetas y se incrustan, ajenas, en ningún lado. Sólo la raíz de un reverencial respeto hace que nadie, de todos, le ceda su terreno al otro.
Ella los mira entre extasiada y abstraída, ajena por completo a su protagonismo, el cual, por otro lado, es el que ocasiona este duelo del que no se hace cargo, pero porque hoy está simplemente mirando y no le importa explicarse cómo es que adentro suyo moran voces tan disímiles, una tan lógica y recta y la otra tan llena de nada, tan vacía, tan sonriente y a la vez tan certera como la primera.
Ellos creen que la tienen entre las cuerdas, pero ella, impávida y fría, sólo los observa. Sabe que ninguno va a ganar en esta reyerta y que las preguntas y respuestas quedarán suspendidas en el vano de la puerta, hasta que el tiempo, viejo y sabio, venga despacio y con paciencia, las disuelva.