En estos últimos quince días todo lo que había se
escurrió por entre mis dedos y mis manos, ajadas y cansadas, quedaron vacías.
En este corto trayecto viajaron conmigo mis libros, mis
escritos, mi abedul, mi ropa, algunos pocos utensilios de cocina, dos banquetas
y una mesa ratona.
Hoy estoy sentada frente a otro paisaje, envuelta en otro
silencio, aceptando cada segundo y dejando pasar cada pensamiento sin
resistencia, sin sufrimiento y sin tristeza.
Entiendo que pensar en el pasado deprime y que elucubrar
el futuro sólo genera ansiedad, es por eso que elijo estar en este momento así
como elijo vivirlo sin reserva alguna y de manera incondicional.
Quiero decir que en estos últimos años he tenido tiempo
para verme y cuestionarme cada actitud, cada intención, cada emoción, cada
percepción, cada justificación, cada interpretación y cada juicio. Y también
quiero decir que nada de esto hubiera sido posible si la vida no me hubiera
puesto frente al maravilloso espejo que sigue siendo mi marido y a quien
infinitamente agradezco porque de no haber sido por él, mi ego seguiría siendo grande
como el mismísimo sol y hoy estaría viviendo esto como una terrible frustración.