No queda casi nada de café en la taza, no hay tacos desde
hace rato ni uñas pintadas y me saqué las pulseras y la cadena del cuello
porque me sentía ahogada.
No me sorprendió para nada la desnudez de adornos ni la
sensación de ahogo, pero el semáforo se puso en amarillo y si no miro qué pasa
y reflexiono puede pasar a rojo.
Primero y por las dudas busco al señor miedo, mi otrora creación
devenida en carcelero, pero no lo encuentro.
Entonces sigo indagando, esta vez más adentro, y descubro
que una espeluznante infinitud de palabras, por mí articuladas y que jamás
significaron nada, hacen ruido en el fondo de mi alma.
Me levanto como para espantarlas y apuro el último sorbo
de café que queda en la taza.
Si me hubiera hecho caso y cerrado la boca cuando mis
tripas me lo indicaron, hoy no me sentiría algo tonta ni tan atribulada frente
a esta enorme e inútil colección de letras gastadas.
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