Tan de cerca me ha tocado esta bizantina cuestión de la
culpa que llegué a sentirla en mi cuerpo como miles de piquetes de un enfurecido
enjambre de abejas.
Tuvo que pasar tiempo hasta que pude identificar a cada una
por su nombre para proceder luego a acomodarlas en su sitio, reconociendo que
durante este largo proceso cada acción, cada gesto y cada palabra lanzados sin
conciencia alguna y sin tan siquiera la más mínima reflexión me permitieron recorrer
mis abismos y atisbar los ajenos, algunos tan oscuros y densos que se me antojaron
pozos hechos del más duro cemento.
Por eso hoy mi querida, con otra de esas sonrisas que me
encantan dibujada en la cara y después de redescubrir la invulnerabilidad que
surge de no sentir miedo, puedo decirte que estuviste así de cerca de
arrastrarme con tus perversos métodos con el sólo objeto de doblegar mi
espíritu guerrero, pero no pudiste, al final la realidad me mostró que no eras
más que otro triste, absurdo e inútil concepto.
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