Hoy voy a tirar por la ventana las analogías y las
parábolas y voy a ser directa porque estoy cansada de las vueltas.
No cometí en mi vida estupidez más grande, improductiva,
inconducente y desgastante que querer salvar de sí mismo a alguien.
Quiero decir que el peso que me eché en la espalda fue
imposible y doloroso de cargar y si a eso le sumo que justificaba mi acción
alegando “la mejor intención”, la receta perfecta para el desastre resultó.
Tuve que hacer acopio de mi mejor voluntad y con toda honestidad
mirarme a los ojos en el espejo, escuchar mis palabras desde la vereda de
enfrente y preguntarme “para qué” estoy haciendo esto para darme cuenta del
error garrafal que estaba cometiendo y de lo violento y nefasto que resulta
meterse en terreno ajeno.
Fui egoísta, irresponsable y hasta inocente, pero
reconocerlo no atenúa el dolor y la vergüenza que siento y tampoco me absuelve.
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