Al mirar por ventana se me ocurrió una analogía rara, algo
así como una especie de señalamiento amoroso en forma de parábola.
Hoy mi mirada y mi alerta no son las mismas, a diferencia
de otros tiempos ambas reposan tranquilas en este vacío inalterable que me hace
permeable a todo cuanto sucede, incluido este viento que hace meses que no ceja
en su esfuerzo de pelearse con todo lo que acontece.
Sobre mis pasos silenciosos y pausados mi presencia se
hace imperceptible y mis manos se vuelven tan ligeras que puedo sentir con
ellas lo incoherentes, confusas y alteradas que están las ráfagas.
Retiro mis dedos.
Yo alguna vez también fui viento pero entendí con el paso
del tiempo que soplar, gritar, luchar o especular porque “yo creo que así no debe
ser” no cambia lo que “es”. Lo que “es” cambia sólo si yo me corro.
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