5 de junio de 2018

A veces


A veces el camino se estrecha y se hace escarpada abrupta y de los abismos negros que me abrazan, un aliento gélido tensiona mi nuca al tiempo que el sol liba negrura y cualquier posibilidad de articular palabra se esfuma.  
Observo estos instantes con infinita paciencia porque sé que mi péndulo, que otrora oscilaba peligrosamente y golpeaba los extremos con una rudeza insoportable, hoy dibuja en el aire un ir y venir tranquilo,  equilibrado y constante.
Entiendo que fue descubrir, muchas veces doblada de dolor, que todo lo que con “vehemencia demente afirmaba y defendía” era sólo el pequeño mundo en el que ciega me movía, el único que yo “creía” que existía lo que me hizo sentir tanto abrumada como maravillada. Abrumada porque mi vida dio un giro de ciento ochenta grados y maravillada porque se dibujó un universo de infinitas posibilidades justo en donde el giro me dejó parada.
Hoy sigue “no siendo fácil”, la inercia de cincuenta años hace que muchas veces la tortuga se me escape y sin darme cuenta vuelva a meter los pies en ese pequeño terreno que yo “creía” era el mundo entero.
Y aunque recorrer este camino, vestida sólo con esa sonrisa que no hace mucho me hice a mí misma tiene sus bemoles, encuentro que el tesoro está al final del día cuando me acuesto y escucho que la orquesta suena afinadísima.

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