Rodeada del más amoroso de mis silencios y con la taza de
café bajo mi nariz se me ocurrió deshilvanar la responsabilidad.
Levanto la vista buscando inspiración y no tardan en
materializarse una infinidad de situaciones e igual cantidad de “dedos
acusadores”.
Hace un tiempo ya que observo, no sólo mis pensamientos,
actitudes e intenciones sino las del resto, y no deja de sorprenderme la
facilidad que tenemos para encontrar afuera al enemigo o amigo del momento.
Es tan vasto el universo que fabricamos que pasaría días
escribiendo, pero hoy no es la idea, hoy la idea es caminar silbando bajito,
con las manos bien adentro de los bolsillos mientras con cada paso ejercitamos
esto de hacernos cargo de nosotros mismos.
Quiero decir que afuera no vamos a encontrar al culpable
de nuestras desdichas, miserias y preocupaciones, así como tampoco al artífice
de nuestras sonrisas, porque lo único que hay afuera señores es el más fiel
reflejo de lo que tenemos dentro.
Ser consciente del espejo es entender que el otro no nos
hace nada sino que nos muestra, y que todas las consecuencias son por obra de causales
nuestras, así como todas las ganancias y pérdidas.
Y al fin cuando llega ese día en el que dejamos de lado
al niño malcriado que corre a los brazos de “mamá justificaciones y argumentos
varios” para calzarnos los pantalones largos, es que tomamos real dimensión de lo
hipócritas, egoístas y agresivos que hemos sido con “todas” las personas que por
nuestra vida han pasado.
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