Se hace fácil hablar del otro, tan fácil es que nos brota
como un yuyo y lo vemos como si fuera parte del paisaje de la vida. Hasta
parece barato hacerlo, como si no costara nada. Ni siquiera el precio nos
cuestionamos cuando en realidad de todo lo que hacemos a diario es el precio
más caro. Caro porque literalmente nos suicidamos con cada juicio y con cada
comentario y no sólo eso sino que lo hacemos sin siquiera ponernos colorados,
como si tuviéramos la vida resuelta o lo que es peor, como si estuviéramos
libre de “pecado”.
Ignoramos el hecho de que somos unos egoístas y vamos por
la vida dando lecciones o desparramando porquería cuando la triste verdad es
que no nos atrevemos a mirar para adentro porque ni siquiera tenemos la
valentía.
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