15 de mayo de 2012

Reticente corazón

Un sol tímido de otoño se cuela entre las ramas y le ilumina la cara en esta mañana sosegada de café y una almohada demasiado alta.
Tiene el alma desorbitada, los latidos desordenados, las manos tímidas, las palabras calladas y una voz que le susurra al oído pero que no alcanza para calmarla.
Se sienta con la espalda pegada a la pared, entrecruza los dedos y apoya los codos en las rodillas. No puede cerrar los ojos y todo lo que ve está colgado en el aire con hilos de oro que bailan entre las luces la danza del ¡vaya uno a saber!
No quiere preguntarse nada, su cabeza es una maraña de autopistas llenas de enloquecidos pensamientos y a Ella le queda a trasmano un coherente seguimiento.
Desiste del intento, no quiere saber nada, y obligada a ver ese desastre y sin más remedio que danzar en el aire, decide quedarse aunque no haya escoba capaz de barrer el enchastre.
Se levanta a duras penas y patinando en el barro esquiva como puede los hilos tratando de no enroscarse. Difícil tarea le ha dado la vida poniéndola a la cabeza de tamaña empresa, pero nada es imposible y como todavía le queda alguna que otra reserva de fuerza, llega a la puerta y la abre.
La luna que hay esta noche ilumina los escalones y camina confiada lejos de la maraña y más cerca de su alma.
El silencio, el té y el cuarto cigarrillo del relato acaban con este día, y con casi nada que cargar en la mochila, se dirige a algún lugar, cerca y lejos de donde está, con el vestido blanco ondulando en la brisa, los pies en la cornisa y la locura dibujada en la sonrisa.

Escrito el 13 de Mayo de 2012