Dispuesta a acabar con la molestia se sienta en el sillón y con parsimonia se descalza, vaciando el contenido de las botas sobre la mesa ratona. Lo mira, parece la playa de un mar que estuvo enojado y depositó lejos de su agua todo lo que encontró enterrado.
Ensimismada con la tarea que tiene por delante empieza a separar el desparramo haciendo pilas por tamaño, son muchas, más de lo que había imaginado, entonces no le queda otra que cruzarse de brazos y estudiar esos médanos, tratando de descifrarlos.
Los más grandes son los más molestos y los deja para el final. Empieza a desgranar los más pequeños tomándose su tiempo, y uno a uno los va deshaciendo hasta que no queda ni rastro entre sus dedos. Pero le quedan los otros, esos que le hacen difícil el andar, esos que apagan su taconeo y la hacen caminar raro en estos tiempos.
Se tira para atrás, se apoya en los almohadones y vuelve a cruzar los brazos sobre el pecho.
¡Hasta que en la mesa no quede sino la madera no se piensa volver a calzar!
1 comentario:
Si necesitáramos zapatos, hubiésemos nacido con pezuñas.
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