1 de mayo de 2012

Día a día

Se pasa los dedos por el pelo suelto, está en el suelo, cruzada de piernas, con los ojos cerrados porque no hay nada que mirar, los hombros relajados porque no hay carga que llevar y meciéndose abstraída, como una india, en la más negra oscuridad.
Extiende los brazos y toca la existencia de dos bandos, siente que el odio y el amor son uno, que atrás del sol se esconde la luna, que la oscuridad es el único modo de ver la luz, que la muerte le susurra a la vida en el oído, que la tristeza hace clara la felicidad, que el blanco deviene en negro, que la montaña se hace valle y que el sí es un no rotundo en un segundo.
Abre los ojos, sigue a oscuras en la habitación, siente que la alerta que aprendió en estos años la hace consciente del estado en el que está y cuando se ve llegando a uno de los lados, al instante tuerce y se va para el otro. Le cuesta trabajo, no es tan simple como parece, porque a veces, en el caos, es el golpe el que le avisa que llegó y queda atontada y algo desbarajustada y en la boca el gusto a miel y hiel le señala, sin asco, el fatídico resultado…

Extremos, orillas, contrapesos, siempre son dos y siempre es torcer al llegar, pero para volver a partir.

¿Y el equilibrio para vivir?
El equilibrio es ir y venir.
¿Y el precio para no morir?
El precio es no quedarse y seguir…