1 de agosto de 2022

Y van...

Volví a mi silencioso, amable y exquisito vicio de escribir en la madrugada, cuando el mundo duerme y la negrura me invita mansa al diálogo con mi alma.
Recién pensaba en esos ruidos de los que hablo hace tiempo y que son la voz más amorosa de mis tripas avisándome que frene el paso. A veces se me presentan como alarmas inaudibles y casi letárgicas, o se dibujan en milésimas de segundo como detalles difíciles de atisbar, o aparecen como palabras en el aire salidas de la nada, descolocando la conversación más versada y haciendo caer las letras sin ningún orden ni explicación sobre las tablas.
Hasta no hace mucho y casi como una costumbre, desdeñaba estos avisos y muy suelta de cuerpo les ponía toda clase de adornos para que no parecieran lo que eran, es más, a muchos ni siquiera los escuchaba, la verdad es que nunca me detuve a hacer la cuenta del costo de mi soberbia porque jamás se me ocurrió pensar que en la vida no hay gratuidad y que detrás de todo lo que dejaba pasar había, inexorablemente, un precio a pagar.
Hoy estoy todo lo alerta que puedo a cualquiera de estos ruidos, y no solo no los desestimo sino que tampoco confío cuando suena la melodía que me gustaría escuchar.
Tengo claro que aunque ya no se me caigan fácilmente las riendas de las manos, mis tacos no están del todo domados y se me pueden alborotar los pasos.

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