23 de marzo de 2021

Puro dolor (escrito el 10 de Diciembre de 2020)

Qué semana áspera, qué duro que se pone. Siento que es una cuesta y un abismo al mismo tiempo. Ya no sé si estoy cansada, harta, angustiada, asustada o solo triste y se me pone difícil observarme y quedarme ahí, en ese mirarme y verme sin pestañear siquiera, sin que se me caiga una queja, un soplido, un grito.
Tengo el alma en el peor estado que recuerdo. Estoy sola y estas no son mis paredes, ni mis muebles, ni toda mi vida.
Soy yo misma en el más mudo y agónico silencio, en el más vacío y frío de todos los infiernos y en un estado de dolor e incertidumbre desconocido y eterno y sin siquiera café y cigarrillo, mis laderos de siempre, ni ellos me soban la espalda para que lo que siento sea más llevadero.
No me queda nada de lo que tuve. A mi alrededor las cosas, desconocidas y desprovistas de afecto, son cosas sin peso que están sin que entre ellas y yo haya más que la mera necesidad y nada del amar tenerlas.
Tampoco están alrededor mis amados hijos, porque ya son grandes y no tengo que atenderlos, ellos se fueron hace tiempo y están recorriendo sus propios cielos y sus únicos infiernos.
Hay gente a la que quiero orbitando mi existencia sí, pero en este momento, justo ahora, cuando siento que estoy cayendo no hay nadie que me sostenga. No porque ellos no quieran sino porque no saben que lo que me pasa es denso, que lo que siento es un agujero justo en el centro de mi pecho, un agujero lleno de no saber qué hacer, lleno de un silencio de púas con gusto feo y olor a encierro.
Hace dos días que riego con lágrimas mi camino, dos días largos, eternos, duros. Dos días de interrogantes y certeras dudas. Dos días sin sol, sin ventanas y con un viento negro soplando las paredes de mi alma y de mi endeble cuerpo.

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