El otoño me
llama al reencuentro conmigo misma, a apartarme de la marisma y a desvestirme
a las siete de la tarde para sacarme el día de encima.
Distinta se me
plantea esta estación, más reflexiva, más de revolver hábitos, más de volver a
rutinas. El reencuentro conmigo lleva implícita la mirada hacia atrás, esta vez
más profunda, más concienzuda, un poco menos intranquila pero no por eso
relajada.
Limpiar el
espejo de polvo y verme prístina, en otro espacio y a plena luz del día, me ha resultado
en algún rincón un tanto enojoso. Enojo que no se disipa y que trabajo sola, no
sin cierto fastidio, hora tras hora.
Retomar hábitos
y rutinas me centra, pero no al punto de aflojar las mandíbulas, no al menos todavía. Este hacer mecánico y
conocido, este volver a ser yo misma pero distinta y de revolver para ver
qué es lo que queda mientras sigo quemando, tirando y soltando, me fue llevando de la mano hasta dejarme en el andén de la estación de las hojas vueltas a su
entierro, del silencio, del agridulce sabor del desapego, de la lluvia eterna,
de los grises interminables, de los días cortos y de un retiro que me permito mientras
le hago una finta al destino.
Sabrán comprender, amigos míos
Desaparecer es
mi estilo
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