Estoy gris,
gris como el día y las vicisitudes que me visitan y opaca, opaca como el cielo
que reflejan hoy las ventanas y el vuelo de los pájaros que no pasan.
Suele ocurrirme
a veces que el nudo se desata, afloja la garganta y se me caen solas las
lágrimas, y aunque trato de que los estados no me pillen de sorpresa por uno
solo de sus lados, hay momentos como hoy en donde no puedo evitarlo.
No hay nada
que ciegue lo que siento y aprendí con los años que del otro lado de la
felicidad está esto y que tengo que pasarlo.
Me pregunto si
es momento de ponerme a estudiar qué es lo que me lleva a tocar casi con un
golpe este extremo tan odioso, y me respondo que sí, que por algo la vida me
deposita en estos días y me obliga a mirar de cerca algo que no vi. Me pregunto
también si la mente estará haciéndome alguna de sus jugarretas, aprovechando y
sorbiendo esta posible debilidad en mí, y lo mismo, la respuesta es sí.
Por eso creo
que no es casual que justo hoy, un manto de silencio caído del cielo le haya
abierto a mis manos un espacio para que de mi puño y letra salga qué es lo que
me pasa y porqué me levanté así de acongojada esta mañana.
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