2 de mayo de 2013

Al viento


Sale del encierro en el que estuvo enterrada todo este tiempo. Abre la puerta y descalza y sin abrigo se asoma al invierno.
El frío la deja sin aire, se le eriza la piel de los brazos y un alboroto de viento le desacomoda el pelo a los manotazos.
Los primeros pasos le cuestan, los escalones están mojados igual que la hierba y los charcos reflejan, en la estepa de arena, una luna blanca llena de pecas y pena.
Encuentra un lugar en donde sentarse, necesita mirarse de cerca, busca un espejo que la muestre y aguza el oído esperando esa voz que la despierte y la aleje de la muerte.
Invisible pasa el tiempo a través de su cuerpo y Ella le pide que arrastre lejos la zozobra de sentirse inerte, más él le cuenta que ya ha hecho el intento y como agua se le escapó de las manos lo vano de estos últimos veranos, lo cierto de tantos de desconciertos, los gritos mudos del silencio, la caída libre desde lo más alto del cielo, las lágrimas de su llanto eterno, el ahogo del desconsuelo y la sensación de estar nadando en los fuegos del mismísimo infierno.
Desencajada lo mira, acaba de escuchar una conversación fusilada, un diálogo con el dios-diablo, un cruce de palabras de una confusión bien entendida, una sorpresa sabida de una patinada que terminó en caída.
Se levanta, no hace frío pero tiene el alma helada. Entra a la casa con los pies mojados, la cabeza gacha y el pelo pegado en la cara. Está oscuro adentro, adrede no descorrió las cortinas para no verse y adrede también, se sienta en el rincón más lejano de la habitación para esconderse de tanta desolación.

1 comentario:

Adriana Fernandez dijo...

Muchas veces el tiempo decide por nosotros. No hace falta que le pidas nada.