Sale del
encierro en el que estuvo enterrada todo este tiempo. Abre la puerta y descalza
y sin abrigo se asoma al invierno.
El frío la
deja sin aire, se le eriza la piel de los brazos y un alboroto de viento le
desacomoda el pelo a los manotazos.
Los primeros
pasos le cuestan, los escalones están mojados igual que la hierba y los charcos
reflejan, en la estepa de arena, una luna blanca llena de pecas y pena.
Encuentra un
lugar en donde sentarse, necesita mirarse de cerca, busca un espejo que la
muestre y aguza el oído esperando esa voz que la despierte y la aleje de la
muerte.
Invisible pasa
el tiempo a través de su cuerpo y Ella le pide que arrastre lejos la zozobra de
sentirse inerte, más él le cuenta que ya ha hecho el intento y como agua se le
escapó de las manos lo vano de estos últimos veranos, lo cierto de tantos de
desconciertos, los gritos mudos del silencio, la caída libre desde lo más alto
del cielo, las lágrimas de su llanto eterno, el ahogo del desconsuelo y la
sensación de estar nadando en los fuegos del mismísimo infierno.
Desencajada lo
mira, acaba de escuchar una conversación fusilada, un diálogo con el
dios-diablo, un cruce de palabras de una confusión bien entendida, una sorpresa
sabida de una patinada que terminó en caída.
Se levanta, no
hace frío pero tiene el alma helada. Entra a la casa con los pies mojados, la
cabeza gacha y el pelo pegado en la cara. Está oscuro adentro, adrede no
descorrió las cortinas para no verse y adrede también, se sienta en el rincón
más lejano de la habitación para esconderse de tanta desolación.
1 comentario:
Muchas veces el tiempo decide por nosotros. No hace falta que le pidas nada.
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