4 de mayo de 2013

Recién


A veces el silencio pesa, el café no alcanza, las cosas que debería hacer sobran, el sol no entibia, los cigarrillos se acumulan en el cenicero, las listas se alargan, la música molesta, el siguiente paso duda, los estantes se vacían, los libros se llenan de tierra, el día no dura y la noche se esfuma.
Recién se detuvo un instante mi vida, mi historia, mi respiración y no hay palabras para describir lo que siento. Sólo estoy sentada, con las piernas cruzadas y en la cocina que tanto amé pero que ya no siento como mía. Sobre la mesa está el bendito block que me ayuda a no olvidar lo cotidiano, la birome, la billetera, el control, la taza vacía, la canasta llena de fruta, el estuche con los cigarrillos y el zippo, el cenicero lleno de colillas y sobre las piernas tengo una cartuchera de jean que me hizo mi madre cuando iba a la secundaria.
La casa está vacía, mis hijos lejos, yo más vieja, más lenta, más real, más fría y dolorosamente sensible.
Me están matando el silencio, las ausencias, los espacios vacíos, las cosas guardadas, las camas desarmadas en el altillo, la cocina ordenada, las voces que no escucho y los abrazos que no siento. Me faltan los besos de mi hijo mayor en el cuello, el perfume de la piel de mi hija, el ruido de la patineta del chiquilín y las miradas de mis negros hermosos, Luna y Athos, que ya se fueron y que descansan en el jardín trasero de casa.
Un segundo, un sólo segundo se detuvo mi mundo, y pasaron como una ráfaga cuarenta y seis años de nostalgias y un mar de lágrimas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Adriana Fernandez dijo...

Lo mismo que acabo de comentar en el post anterior. El tiempo decide. Decide las ausencias, los momentos, las presencias. Y a nosotros nos toca decidir qué hacer con ellos. Vamos, Amalia. Vos podés.