Estuve
revisando en estos días mis “bagayos”, aquellos que moran mi alma, los que he
escrito y también los pensados, y me sorprende (y no tanto) la precisión con
que se repitieron las cosas este último año ¡Pero ni que las hubiera calculado!
Inocente de
mí, una estúpida fui ¡Qué manera de sufrir, y todo para llegar al mismo
lugar desde el que salí!
¿Cómo no lo
vi, para dónde estaba mirando?
Estoy enojada,
enojada conmigo, enojada con mi inocencia porque me está pasando de nuevo y
porque al final eso de que todos los caminos conducen a Roma es absurdo sí, pero
¡tan cierto!
Voy vestida de
una furia confundida después de tanta penuria, vestida de un enojo que tiñe de
rojo todo lo que toco, como si de golpe me hubieran puesto frente a los ojos un
dibujo pintado por mí y que recién reconozco.
Soy un metro
ochenta con tacos de ira galvanizada, setenta kilos de mufa materializada y dos
puños que golpearía contra mi cara si no fuera lo único que casi sin huella me
queda, después de tanta pelea.
No hay
consuelo ni excusa que valga la pena ¿Qué podría decir que no sepa de mí, cuando ya es tarde para no reincidir? Nada, nada en absoluto que por
mis huesos no haya pasado en todos estos meses en los que estuve yendo para ningún
lado.
Hoy siento que
mi cordura, mi paciencia, mi locura y mi desesperación se mezclan en el aire y sin
misericordia se clavan como dardos en mi carne.
¿Vienen a
mostrarme? Sí, vienen a mostrarme lo tonta que fui y lo obvio que no vi.
1 comentario:
En busca del lobo. Del estepario.
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