17 de abril de 2011

Aparece

Se conocen desde siempre. Él un hombre paciente, casi un anciano, en realidad siempre fue un anciano para Ella, pelo, barba y túnica, todo de color blanco, ojos azules, cara arrugada. Un hombre de espaldas anchas y manos fuertes, de pies desnudos y sandalias.
Creyó Ella en algún momento de su juventud, cuando descubrió su presencia, que era dios, pero no, más tarde él le dijo quien era.
Hoy recuerda aquella piedra en donde estuvo sentada durante años y lo recuerda a él, parado a su lado, esperándola, sabiendo que no podía cargarla, haciendo silencio cuando ella gritaba, secando sus lágrimas ni bien eran derramadas, sosteniendo sus manos cuando ella le suplicaba, despertándola cuando se moría, sacudiéndola cuando escapaba.
La vio rendirse una vez, caer hondo y desintegrarse, y ahí supo que era el momento. La instó a salir con voz calma y pausada tendiéndole sus manos cálidas y arrugadas, y mirándola con esos ojos profundos y azules que no necesitan palabras la ayudó a nacer, paso a paso y lágrima a lágrima.
Hace unos años hicieron un viaje y visitaron a sus cinco maestros vestidos del mismo color que el paisaje. Ellos le dijeron que después de cuarenta años ya era momento de acomodar las cosas, y le dieron coraje; pero Ella necesitó tiempo, hasta que un día sintió cómo se iban descarnando uno a uno los barrotes de su cárcel, dejándole vacía el alma y quedando entre las piedras del camino su vida hecha jirones de piel y sangre…

Desde entonces caminan uno al lado del otro, y nunca se detienen. Se ha perdido de vista la piedra en la que ella permaneció largos años sentada, como se ha perdido el suelo en donde él la esperó con paciencia sosegada.

¿Y su nombre?

… sólo Ella conoce su nombre…

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Bellisímo!!!

Adriana Fernandez dijo...

Sin palabras. Sólo una: hermoso.

Mercedes dijo...

Hermoso y conmovedor!!

Anónimo dijo...

Maravilloso

Anónimo dijo...

muy genial mi mali.