El 2013 fue un
año de aprendizajes, despegues, alunizajes y aterrizajes constantes.
Cada día al
levantarme sentía que la batidora se ponía en marcha y que cualquier menjunje podía
salir de ahí, tanto para gratamente empalagarme como para volar por el aire y enchastrarme.
Tensión,
respiros entrecortados, suspiros sorpresivos, varas en lugar de músculos,
silencios mal habidos y más de una vez me he puesto las manos en la garganta para
frenar la nefasta retahíla de adjetivos que pintaban al dedillo el paisaje del
camino.
Mi cuerpo
aguantó sin chistar cada pozo, cada amague de viraje, cada frenada, cada
acelere y cada ahogo, aun a pesar de algún que otro aviso distraído.
Café,
cigarrillo, chocolate y dos litros de agua fueron casi mi comida diaria.
Noticias,
deudas impagables y dislates en enjambres me solicitaban con urgencia y se me
planteaban bifurcaciones de dilemas que muchas veces eran vías muertas.
Para esto y
como si fuera poco, había terminado de bajar una cortina y decidido que empezaba
la otra mitad de mi vida.
Los fuegos no
tardaron en llegar. La limpieza fue profunda y a conciencia y después de mirar
las cosas y preguntármelo dos veces, despaché sin remilgos mi historia.
Mis letras esbozaban
de lejos mi interior y las preguntas no se hacían esperar con cada escrito y
las críticas a mi sentir tampoco.
Poca importancia
le di a las palabras que gratis me regalaban, y no por mañosa u orgullosa, la
verdad era que nadie, salvo yo, podía solucionar mis cosas.
No fue fácil
caminar todo este tiempo, y siguen siendo costosas, todavía, algunas cosas.
Torcer el destino se llevó buena parte de mi temple y tachó los nunca para
siempre.
Del 2013 me quedó la
inseguridad de lo seguro, la sorpresa minuto a minuto, la paciencia grande como
un muro, los silencios de blanco y las palabras de luto.
Por eso hoy rescato
todo lo no dicho y de lo hablado, lamento mucho.
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