14 de enero de 2014

No dicho

El 2013 fue un año de aprendizajes, despegues, alunizajes y aterrizajes constantes.
Cada día al levantarme sentía que la batidora se ponía en marcha y que cualquier menjunje podía salir de ahí, tanto para gratamente empalagarme como para volar por el aire y enchastrarme.
Tensión, respiros entrecortados, suspiros sorpresivos, varas en lugar de músculos, silencios mal habidos y más de una vez me he puesto las manos en la garganta para frenar la nefasta retahíla de adjetivos que pintaban al dedillo el paisaje del camino.
Mi cuerpo aguantó sin chistar cada pozo, cada amague de viraje, cada frenada, cada acelere y cada ahogo, aun a pesar de algún que otro aviso distraído.
Café, cigarrillo, chocolate y dos litros de agua fueron casi mi comida diaria.
Noticias, deudas impagables y dislates en enjambres me solicitaban con urgencia y se me planteaban bifurcaciones de dilemas que muchas veces eran vías muertas.
Para esto y como si fuera poco, había terminado de bajar una cortina y decidido que empezaba la otra mitad de mi vida.
Los fuegos no tardaron en llegar. La limpieza fue profunda y a conciencia y después de mirar las cosas y preguntármelo dos veces, despaché sin remilgos mi historia.
Mis letras esbozaban de lejos mi interior y las preguntas no se hacían esperar con cada escrito y las críticas a mi sentir tampoco.
Poca importancia le di a las palabras que gratis me regalaban, y no por mañosa u orgullosa, la verdad era que nadie, salvo yo, podía solucionar mis cosas.
No fue fácil caminar todo este tiempo, y siguen siendo costosas, todavía, algunas cosas. Torcer el destino se llevó buena parte de mi temple y tachó los nunca para siempre.
Del 2013 me quedó la inseguridad de lo seguro, la sorpresa minuto a minuto, la paciencia grande como un muro, los silencios de blanco y las palabras de luto.

Por eso hoy rescato todo lo no dicho y de lo hablado, lamento mucho.

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