10 de enero de 2014

Claridad

Hoy venía en la ruta, en una mezcla de montañas, bosque y estepa. La oscuridad era total, el cielo lleno de estrellas y la vida todavía dormía aunque faltaba poco para despertar.
Y entre esas subidas y bajadas, el paso como diapositivas de paisajes cambiantes, la niebla y el cielo despejado, se me ocurrió que no sólo puede parecerse la vida a un río, como siempre digo, sino también a una noche cerrada entre valles y escaladas.
No hubo en todo el camino un kilómetro igual al otro, cada minuto era otra foto, la niebla aparecía y desaparecía con cada pestañeo de ojos, el color del asfalto mutaba del negro al gris topo, las piedritas de la banquina brillaban o se esfumaban, tocadas por esa varita mágica de la neblina que me abrazaba y al mismo tiempo me ahogaba.
Fue la sensación de la vida misma, esa dualidad arbitraria que poco se entiende y que a la vez hace que irónicamente encajen perfecto mil universos imperfectos y se sincronicen en una armonía invisible e intocable, haciendo que ahora esté tratando de explicar lo que sentí esta mañana, buscando una forma contarlo, tal vez con alguna paradoja, pero cayendo al fin en la cuenta de que no me convencen los trueques semánticos, o no por lo menos en este caso.

Concluyo que en vano busco, en cada relato, la forma de transferir lo que siento o la manera de ver las cosas que tengo. Pero invariablemente me queda la eterna sensación de haber olvidado algo, de no haber sido lo suficientemente gráfica o de no haber dibujado con esmero puntilloso cada espacio para que aquel que lea mis líneas se sienta del todo identificado y pueda ver en toda dimensión, mi cuadro.

Escrito en Mayo de 2013

No hay comentarios: