22 de junio de 2012

Una ráfaga

Estaba tranquila, sola, despreocupada, ociosa y con mil libros para leer tirados en la alfombra. Afuera, una calina amodorrada reposaba en la arena blanca como un velo inmaculado de novia recién casada.
La sensación de que todo estaba acomodado la estaba abrazando, al fin, después de tanto esperarla. Pero de pronto un viento atolondrado y malcriado sacudió puertas y ventanas, haciendo volar vidrios, mezclando las hojas de los libros y arrancándole de un tirón el broche que sujetaba su pelo despeinándola por completo.
Una semana duró el ventarrón, una semana de dejarse llevar por una brisa que se convertía, por momentos, en el tornado más violento. ¡Una semana!
Hoy ha vuelto la calma. Repuso puertas y ventanas, juntó páginas, encontró el broche y se ató el pelo revuelto, barrió letras y reproches sin tino, quemó caras y olvidó nombres, y cuando se sentó, respiró lástima…
Ya no le afectan estos cambios repentinos, ya los ve venir y los sigue, sabiendo que son puro deleite para el bochorno divino. Está acostumbrada a estas humoradas, ya restauró tantas puertas y ventanas que tiene pulido el oficio.
Si supiera la vida, que de tantos desatinos ya nada la sorprende, dejaría de ponerle en el camino a toda esta gente sin garbo ni destino y la acomodaría entre algodones para que tranquila, siga leyendo sus libros…

1 comentario:

Adriana Fernandez dijo...

Odio la calma. Odio creer que todo está ordenado. Debe ser por esto que tan lindo decís... Para que no me despeine de golpe.