22 de junio de 2012

2.37 am

Recién se terminó de bañar, y pudo palpar cómo, con cada gota de agua, se iban yendo los humores del día y los mil olores que la perseguían.
La casa zozobra en un mar de silencio, la brasa del tercer cigarrillo se apaga y Ella descalza, con el pelo suelto y en bata, desata el día que la mira y tira lo que no le sirve como si fuera otra colilla.
Sigue acá, no se quiere ir a dormir, como si terminar el día fuera un sinsentido, cuando lo empezó confusa, corriendo y aterida de frío.
Se queda en ese remanso, en algún recodo del río, en lo místico de lo que no existe y en la frágil magia de lo que escribe.
Las letras son su paraíso, la fuerza que la mantiene en vilo, y un largo y viejo vicio, igual que el café y el cigarrillo.
Su refugio son sus manos y la calma que le da el teclado, sola, con el perro dormido, sin un solo ruido y perdida en el humo de otro cigarrillo.

El día clama por partir
pero Ella, obstinada,
no quiere dejarlo ir

1 comentario:

Adriana Fernandez dijo...

Comparto... el día debería empezar a las 6 de la mañana... así podría disfrutar la noche, sin pensar que se termina el día.