8 de octubre de 2013

Dudas

Una vez escribí acerca de las dudas a través de Ella, pero hoy se me ocurrió trazarlas a mí y, como son más un fantasma de la mente al que bastaría soplar para hacerlo evaporar, debería decir que la duda como tal, carece de entidad. Ahora bien, el tema es que no las puedo negar, como tampoco puedo negar que cada tanto y a traición se me filtran en el alma con oscura y perseverante intención.
Si alguien me pidiera que las describiera usaría adjetivos tales como sórdidas, cegadoras, seductoras, altaneras, minuciosas y sumamente persuasivas. También le contaría que, pagadas de sí mismas y seguras de la intrincada madeja que tejen, me han puesto infinidad de veces en aprietos cuando, en un descuido, descubro que he sido timada y envuelta en un tedioso enjambre de hilos, bastante difícil de desenredar.
Insisto en que la duda no es un sentimiento sino un fruto de la mente, un perverso laberinto por el que uno, engañado, camina y encima justifica, convencido de que la maraña no es tal y de que “ellas” son una cierta verdad.
Pero a esta altura de mi vida no quiero ser obcecada y por ello y no sin cierto pesar, debo reconocer que no las puedo negar. Me gusten o no, las maneje o no, las entienda o no, ellas están y son parte del folklore, o si quieren de la piel que nos viste.
La cuestión es la dimensión que uno quiera darles, el espacio que queramos cederles o el caso, en todo caso, que no deberíamos hacerles.

1 comentario:

Adriana Fernandez dijo...

Las dudas las crea uno. Cuando un indicio aparece, todo es cuestión de interpretación. Cuando hay dudas, es pura inventiva.