Una vez
escribí acerca de las dudas a través de Ella, pero hoy se me ocurrió trazarlas
a mí y, como son más un fantasma de la mente al que bastaría soplar para
hacerlo evaporar, debería decir que la duda como tal, carece de entidad. Ahora
bien, el tema es que no las puedo negar, como tampoco puedo negar que cada tanto
y a traición se me filtran en el alma con oscura y perseverante intención.
Si alguien me
pidiera que las describiera usaría adjetivos tales como sórdidas, cegadoras,
seductoras, altaneras, minuciosas y sumamente persuasivas. También le contaría
que, pagadas de sí mismas y seguras de la intrincada madeja que tejen, me han
puesto infinidad de veces en aprietos cuando, en un descuido, descubro que he
sido timada y envuelta en un tedioso enjambre de hilos, bastante difícil de
desenredar.
Insisto en que
la duda no es un sentimiento sino un fruto de la mente, un perverso laberinto por el que uno, engañado,
camina y encima justifica, convencido de que la maraña no es tal y de que
“ellas” son una cierta verdad.
Pero a esta
altura de mi vida no quiero ser obcecada y por ello y no sin cierto pesar, debo
reconocer que no las puedo negar. Me gusten o no, las maneje o no, las entienda
o no, ellas están y son parte del folklore, o si quieren de la piel que nos
viste.
La cuestión es
la dimensión que uno quiera darles, el espacio que queramos cederles o el caso,
en todo caso, que no deberíamos hacerles.
1 comentario:
Las dudas las crea uno. Cuando un indicio aparece, todo es cuestión de interpretación. Cuando hay dudas, es pura inventiva.
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