Se sienta en
uno de los cinco escalones blancos y gastados que pacientes, siempre la esperan.
Piernas pegadas al cuerpo y en las rodillas, apoyada la barbilla.
Mira su rosa.
Descubrió hace unos días que está llena de hermosos y turgentes botones
morados, y piensa en que todo este tiempo la estuvo esperando, mientras se
preguntaba, después de trasladarla en pleno invierno y con las raíces heridas,
en si lo lograría, cuando lo único que veía eran palos secos sin un hálito de
vida.
Piensa en
ella, que también se trasladó, y que casi sin nada entre los dedos también se
retiró, retirándole la sonrisa, sin darse cuenta, a todo cuanto había
alrededor.
Hoy siente que
mientras el invierno caminaba lento y los días grises y yermos las envolvían en
un luto casi eterno de destierro y palos secos, ambas hundían en secreto y
cómplice silencio sus dedos en el suelo para poder llenar de pétalos y sueños
las cálidas noches de enero.
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